'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
'Prostitución es violación pagada' es una frase demasiado repugnante como para ser un eslogan feminista
Que la violación ha sido interpretada en distintas legislaciones como un delito asociado a la propiedad es algo que no sabía hasta la lectura de «Violación. Aspectos de un crimen, de Lucrecia al #metoo» de la escritora y periodista Mithu M. Sanyal. En inglés «rape» procede del latín «rapere», que significa «arrebatar», «tomar». ¿Qué se robaba en una violación? La honra, por supuesto, la honra de las mujeres intactas (también llamadas 'vírgenes', el patriarcado y la religión ya sabemos que siempre han casado bien). De esa antigua creencia, entre otras, beben lxs que afirman hoy que no se puede violar a una prostituta: hay jueces y juezas que resuelven las denuncias por violación de trabajadoras sexuales (como sucedió en Beniaján, Murcia, en 2018) con la absolución de los violadores; y es que según la lógica de la violación como robo de la honra de una mujer, a las putas, mujeres deshonrosas por antonomasia, no se les puede robar nada de eso.
La mujer como propiedad del hombre ha sido también, y sigue siendo, un salvoconducto que nos evita ser violadas. La mujer no-acompañada-de-macho, utilizando la definición de la artista migra puta y activista feminista Linda Porn, que se atreve a transitar los espacios públicos, (tradicionalmente territorio masculino) es leída como «mujer pública», es decir, como mujer que no tiene dueño: si no es de uno, es de todos. «Mujer pública», como todes sabemos, es otro nombre que reciben las prostitutas.
A los movimientos y reivindicaciones maricas y bolleras (y sospecho que también gracias a la lucha de los colectivos de trabajadoras sexuales y a cierto sector del feminismo que históricamente ha apoyado a las putas) debemos que no fueran penados por ley los actos «indecentes» y que se dejara de considerar la violación como un delito contra las buenas costumbres para pasar a ser, ya estaba bien, interpretado como un delito contra la libre determinación sexual.
Mithu M. Sanyal también tiene otra obra maravillosa llamada «Vulva» en la que dedica apartados al origen etimológico de palabras en inglés y alemán que vinculan asombrosamente la vulva con la boca. De conectar la vulva con la boca (lo vemos en el uso descriptivo de los 'labios' mayores o menores o en otras palabras compuestas y fraseología usadas hoy en día en alemán: 'Halt die Fotz' (Cállate, literalmente: cierra el coño) a conectar la vulva con la voz, entendiendo la voz en un marco de sujeto político, hay sólo un paso. La conexión entre el sujeto político 'puta' y su sexualidad utilizada en el trabajo sexual (y discutida ad eternum y ad aburrimientum por el movimiento abolicionista de la prostitución) me ha llevado a otra revelación: callar la vulva es, efectivamente, callar la boca.
Me gustaría llamar la atención sobre el hecho extraordinario (y nada novedoso) de que en el nombre del feminismo se avasalle, humille, discapacite y violente a otra mujer. Me gustaría que nos parásemos un buen rato delante de la frase ‘Prostitución es violación pagada’ y analizáramos ese cadáver neuronal para darnos cuenta de que las implicaciones son tochas.
Uno: se obvia que la contratación de un servicio sexual sucede entre dos personas adultas y es consensuada, mientras que violación implica un no-consenso. Dos: se está pasando por alto que el mito de la «libre elección» se aplica perversamente sólo al trabajo sexual y no a otros tipos de trabajos (también muchas veces precarios, feminizados, minusvalorados, realizados por población migrante y/o racializada y con un amplio espectro de derechos laborales no reconocidos o sistemáticamente vulnerados). Tres: señalar la violación en la prostitución desvía la atención sobre otros escenarios de violación no-pagada que se pueden dar dentro de la cisheteropareja, dentro del matrimonio o dentro de cualquier encuentro de una noche, gratis.
Las implicaciones son: a la puta la puedes violar (que para eso pagas, para hacer lo que tú quieras) pero a tu novia/mujer/rollete no. La novia/mujer/rollete es el nosotras de las abolas, mientras que las trabajadoras sexuales es el ellas, desde estas posiciones de discriminación, jerarquías morales y privilegio surge la otredad a través de la cual se genera violencia. Cuatro: las lógicas de «ejercen-violencia-sobre-ti-y-no-sólo-te-dejas-sino-que-te-pagan» son de unas cotas de humillación difíciles de superar, es el eres-tonta-y-no-lo-sabes elevado a la enésima potencia, es el argumento estrella de la alienación que las abolas dicen que tienen las trabajadoras sexuales. El movimiento abolicionista de la prostitución considera, pues, que las trabajadoras sexuales son víctimas, nunca sujetos políticos, por eso mismo también para las abolas una puta feminista es un oxímoron.
La activista feminista y trabajadora sexual Ariadna Riley en uno de sus posts sobre Tinder (la app estrella de prostitución gratuita) escribió: «Vámonos toas a cobrar por Tinder. Que no quede sexo gratis en ninguna app». Lo que propone Riley es una acción bien concreta para que empiece la caída del edificio que sustenta al patriarcado: una huelga de trabajo sexual gratuito (o de trabajo reproductivo gratuito, añadiría yo) sería algo increíblemente revolucionario que pondría en jaque a todas las falocracias capitalistas.
Y es que como muy lúcidamente dice Virginie Despentes, la violación es lo único de lo que las mujeres no nos hemos apropiado todavía. Cuánta razón. Y es que la cosa no es fácil. Desde el rol de víctima se ponen en marcha toda una serie de mecanismos y estrategias jurídico-emocionales y políticas (por no hablar de las económicas en torno al chollo lucrativo que supone la industria del rescate: ONGs, puestos de prestigio y poder en asociaciones e incluso carteras ministeriales) que, aparentemente, están destinados a salvaguardar nuestros cuerpos de violencia sexual, mecanismos que engordan narrativas tan terroríficas como el clásico mejor muerta que violada. Tal es la culpa y la vergüenza social. En nuestra configuración como el sexo débil, somos los cuerpos violables, «somos el sexo del miedo, de la humillación», como dice Virginie.
Desde esa condición perversa de víctima, revolverse y luchar resulta prácticamente imposible porque estás demasiado ocupada en llorar y es mucha la gente a la que le das pena. Como dice la autora de ese proyectil que es la Teoría King Kong: «No estoy furiosa contra mí por no haberme atrevido a matar a uno de ellos. Estoy furiosa contra una sociedad que me ha educado sin enseñarme nunca a golpear a un hombre si me abre las piernas a la fuerza, mientras que esa misma sociedad me ha inculcado la idea de que la violación es un crimen horrible del que no debería reponerme (…) En la moral judeocristiana, más vale ser tomada por la fuerza que ser tomada por una zorra».
Sin embargo, las abolicionistas de la prostitución no tienen, paradójicamente, ningún problema con las zorras, ellas mismas reivindican su zorritud en cada mani con eso de Mi cuerpo/ Mi vida/ Mi forma de follar/ No se arrodillan ante el sistema patriarcal. Ellas se visten como quieren y enseñan lo que quieren y son muy zorras en la cama con quien quieren, faltaría más. Ellas con quien tienen un problema es con las putas remuneradas, con las que hacen todo eso, pero cobrando. Ay, Marx, ¡cuántos dolores de cabeza nos sigues dando! Cuando dejemos de follar gratis, dejaremos también de cuidar gratis, de parir gratis y de maternar gratis. Trabajo sexual, trabajo reproductivo y trabajo materno seguirán yendo de la mano en los procesos emancipatorios mientras nos encontremos en un marco vital y laboral capitalista. ¿Queréis abolir la prostitución? Abolid el trabajo remunerado y todo el sistema que hace que nuestras vidas necesiten del capital para subsistir y la prostitución caerá detrás. Todo lo demás es ejercicio de cinismo e hipocresía. Todo lo demás es el feminismo del poder del que habla bell hooks. Nos duele la boca de decir que lo personal es político, ahora es el momento de empezar a repetir todas juntas, bien despacio para que se entienda y se interiorice, que lo político es personal.
Que la violación ha sido interpretada en distintas legislaciones como un delito asociado a la propiedad es algo que no sabía hasta la lectura de «Violación. Aspectos de un crimen, de Lucrecia al #metoo» de la escritora y periodista Mithu M. Sanyal. En inglés «rape» procede del latín «rapere», que significa «arrebatar», «tomar». ¿Qué se robaba en una violación? La honra, por supuesto, la honra de las mujeres intactas (también llamadas 'vírgenes', el patriarcado y la religión ya sabemos que siempre han casado bien). De esa antigua creencia, entre otras, beben lxs que afirman hoy que no se puede violar a una prostituta: hay jueces y juezas que resuelven las denuncias por violación de trabajadoras sexuales (como sucedió en Beniaján, Murcia, en 2018) con la absolución de los violadores; y es que según la lógica de la violación como robo de la honra de una mujer, a las putas, mujeres deshonrosas por antonomasia, no se les puede robar nada de eso.
La mujer como propiedad del hombre ha sido también, y sigue siendo, un salvoconducto que nos evita ser violadas. La mujer no-acompañada-de-macho, utilizando la definición de la artista migra puta y activista feminista Linda Porn, que se atreve a transitar los espacios públicos, (tradicionalmente territorio masculino) es leída como «mujer pública», es decir, como mujer que no tiene dueño: si no es de uno, es de todos. «Mujer pública», como todes sabemos, es otro nombre que reciben las prostitutas.