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Proteger la diversidad

Las dificultades en mi proceso de socialización, como muchas personas del espectro de la diversidad sexo-genérica, provocaron que durante mi etapa de adolescencia no hiciera lazos muy fuertes (los pocos que hice tampoco perduraron en el tiempo). Aunque ciertamente, y para ser justa, no faltaron en el camino personas bondadosas, que brindaban alivio el día a día. La existencia de redes sociales me ha permitido volver a estar en contacto virtual con una excompañera a la que tengo especial cariño por su actitud generosa y amable hacia mí.

Han pasado más de quince años desde la última vez que coincidimos casualmente, ella siempre amable y cariñosa, intercambiamos unas pocas palabras, y siempre me quedaba una sensación de gratitud, que yo la leí durante mucho tiempo como empatía hacia mí y hacia mi condición de diversidad sexo-genérica.

Un día, mientras cotilleaba las noticias de Facebook, observo estupefacta varias fotografías de mi amiga al lado de unas monjas, sosteniendo un cartel que decía “CON MIS HIJOS NO TE METAS”. Dolor, decepción. Para poner un poco en contexto, este movimiento que tiene varias células lamentables en algunos lugares de América Latina, tuvo sus inicios en Perú, en 2016. La punta de lanza de su “batalla” es satanizar el enfoque de género en la educación de niños/as y adolescentes. A la par de la publicación de esas fotos, la pelea virtual (como es de costumbre) tuvo lugar en su muro, con las consabidos choques de opiniones entre quienes reconocen la necesidad imperante de abrir cerebros y almas hacia la diversidad sexual (proderechos) , y quienes piensan en el modelo de familia tradicional, como el big-bang de la creación del universo, como única escuela, y casi casi como centro de pensamiento). No voy a detallar ni adentrarme más en cómo se desarrolló este debate en su muro, que dicho sea de paso, reflejaba la polaridad que existe en América Latina en estos temas; pero en estos tiempos de posturas anti derechos como el pin parental, vale la pena analizar la analogía con lo que pasa en América Latina y esa permanente e ingenua idealización de la familia, como único nido de cuidados y educación de les niñes y adolescentes.

A mí la pluma siempre se me notó. Mi ambigüedad estética bigénero siempre estuvo presente y francamente sentía que el rechazo derivaba del miedo que suscitaba la diversidad sexual. Quienes vivan la diversidad en su cuerpo, me entenderán a la perfección. Al ver la publicación de mi ex compañera de colegio, no hice sino preguntarme si ella también me tuvo miedo, si fue real su empatía hacía mí, o si simplemente su bondad y gentileza eran un ejercicio de esa “caridad” que tanto pregona el cristianismo, que no es sino ver siempre por debajo del hombro, a quien consideras una persona de segunda categoría por cualquier razón; o por el contrario, si su devenir adulta le condesó ese miedo en sus huesos

Al seguir atentamente (con cierto revoltijo visceral) las últimas noticias sobre el pin parental en Murcia, me surge una duda sobre la causa del miedo a la diversidad. Porque es ese miedo manipulado y capitalizado por los sectores políticos de ultra derecha, el caldo de cultivo del retroceso en temas de derechos. También me llama la atención que ante datos estadísticos contundentes de que gran parte de los abusos sexuales provienen de un familiar cercano o conocido a la familia, se siga idealizando ese espacio, y no se detengan a pensar que es un espacio construido por personas, y que la única forma de que sea un espacio seguro es que otros espacios como la escuela, el barrio, la comunidad, las ciudades, la administración pública, contengan de distintas maneras a cada persona que conforma una familia.

La única explicación que encuentro a ese miedo a la diversidad sexual es que lo heteronormativo funciona como imposición, y que todo lo que tiene que ver con el sistema sexo-género está pensado desde la represión del cuerpo y los deseos. De allí que la paranoia presente en movimientos como Hazte oír, Con mi hijos no te metas, y que es la misma paranoia que ha llevado a la implementación de políticas públicas nefastas como el pin parental, sea que desde los sectores LGBTI y desde el feminismo, una quiera forjar un planeta exclusivamente queer, lésbico, o gay. Cuando el punto ético es forjar el empoderamiento del cuerpo propio, como territorio soberano.

Las propuestas de estos grupos son anti derechos. Así se los debe llamar y con ese mismo nombre deben abordarse sus posturas. Como humanidad hemos alcanzado pactos éticos, consagrados en instrumentos internacionales que conminan a los estados a tratar de inhibir estos postulados, o al menos no dejar que se cuelen en lo público.

Las prácticas consentidas sexualmente, la estética y todo lo que opere bajo la voluntad propia deben dejar de ser polemizadas. Las únicas prácticas que deben ser controladas, sometidas, vigiladas son las prácticas sexuales no consentidas, en pocas palabras, la violencia sexual, de la que poco o nada hablan estos movimientos, lo que constituye una omisión vergonzosa, y que paradójicamente ha existido siempre, al igual que la diversidad sexo-genérica. A esta última hay que protegerla, a la otra hay que combatirla.

Las dificultades en mi proceso de socialización, como muchas personas del espectro de la diversidad sexo-genérica, provocaron que durante mi etapa de adolescencia no hiciera lazos muy fuertes (los pocos que hice tampoco perduraron en el tiempo). Aunque ciertamente, y para ser justa, no faltaron en el camino personas bondadosas, que brindaban alivio el día a día. La existencia de redes sociales me ha permitido volver a estar en contacto virtual con una excompañera a la que tengo especial cariño por su actitud generosa y amable hacia mí.

Han pasado más de quince años desde la última vez que coincidimos casualmente, ella siempre amable y cariñosa, intercambiamos unas pocas palabras, y siempre me quedaba una sensación de gratitud, que yo la leí durante mucho tiempo como empatía hacia mí y hacia mi condición de diversidad sexo-genérica.