Región de Murcia Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
El jefe de la Casa Real incentiva un nuevo perfil político de Felipe VI
Así queda el paquete fiscal: impuesto a la banca y prórroga a las energéticas
OPINIÓN | 'Siria ha dado a Netanyahu su imagen de victoria', por Aluf Benn

¡Somos todos los egipcios! Diez años de primavera árabe: Una lectura de 'De Egipto a Siria (2011)' de Mamadou Ly con Dario Renzi

0

Desde el inicio de 2011 vivimos una eclosión de las contradicciones que albergaba el orden mundial globalizado, que se sustenta en relaciones desiguales norte-sur, así como la existencia de gobiernos no democráticos que no habían sido puestos en cuestión por occidente por el papel estratégico que jugaban.

La floración se extendió desde El Cairo a Damasco, Túnez, Libia o el Yemen, países que habían construido gobiernos grises y monolíticos al calor de la Guerra Fría y el proceso de descolonización, pero que, en los albores del siglo XXI, los nuevos escenarios geopolíticos hacían grieta en sus cimientos. En ese preciso instante es donde vemos, paso a paso, cómo dicha grieta se hizo más importante y emergió la sociedad civil tomando las plazas por la vida, la dignidad y la libertad.

El escenario de 2011 nos mostró como la Historia que, entendida como proceso, se vale como elemento transformador del “acontecimiento”, que tambalea las estructuras creadas por el poder. Es aquí, como en otros procesos históricos, que hechos que nos pueden parecer aislados, poco organizados o espontáneos, actúan como catalizador de problemas más profundos. Es la revolución de la gente común.

El “acontecimiento” desencadenante surge en diciembre de 2010 en Túnez, en Sidi Bouzid, donde un joven vendedor ambulante de fruta, desesperado por las presiones constantes de las fuerzas del orden, que le han secuestrado sus mercancías, se dirige delante del palacio del gobernador, se empapa el cuerpo con gasolina y se prende fuego. En la era de internet las imágenes corren como la pólvora.

De diciembre a abril de 2011 se suceden las protestas, la oposición -casi dormida en el exterior- hace acto de presencia. La tensión es tan potente que cae Ben Ali, una de las piezas políticas claves en el Magreb. A partir de enero, como narran de forma magistral los autores, se produce un efecto dominó. Las protestas se extienden a Argelia, Jordania, Omán y Yemen. También a Arabia Saudí, Marruecos y Sudán, todo ello en menos de un mes. La última semana de enero el clima de protesta se hace más intenso y llega a Egipto. La Plaza Tahrir es ocupada por la población, se convierte en el ágora que organiza la vida común, asumida por mujeres y hombres al lema de “¡Somos todos los egipcios!”.

Ese grito se convierte en la materialización de una realidad, ante un régimen no democrático y coercitivo, Egipto es la gente organizada en esa plaza, que clama contra el sistema político corrupto, la falta de libertad de expresión, las altas tasas de desempleo, que afecta duramente a los jóvenes. El grito se proyecta contra un presidente, Hosni Mubarak, anclado en el poder desde hace 30 años, que se mantuvo en el poder bajo el manto de EEUU en la zona, donde Egipto jugó un papel estratégico en el conflicto palestino y en la Guerra del Golfo (1991).

De este modo, en febrero de 2011 se organiza una manifestación multitudinaria, que utiliza las redes sociales para organizarse: irrumpen las nuevas formas de socialización y movilización, en este momento más difíciles de controlar por su espontaneidad. La organización del pueblo egipcio consigue deponer a Mubarak, que renuncia al poder el 10 de febrero. En cuestión de dos meses caen dos líderes clave del norte de África.

Es a partir de este momento cuando los autores desarrollan las realidades que se van a vivir en el resto de los países donde llega la onda expansiva de Túnez y Egipto, que van a tener consecuencias bastante diferentes. A tenor de los factores diferenciadores que se viven en ellos, esto es, la presencia o no del islamismo radical, la existencia de una sociedad civil activa o el papel geoestratégico que tuvieran hasta la fecha.

Los casos paradigmáticos, que aún siguen dramáticamente vivos, son Siria, Libia y Yemen. Países donde el ciclón de protestas llega en la primavera y verano de 2011. En Libia el clima de protestas termina con la detención de Gadafi y su ejecución el 20 de octubre de 2011. Las imágenes de su cuerpo sin vida dan la vuelta al mundo, había sido una de las piezas claves en la región y tanto EEUU como la mayor parte de países de Europa occidental habían estrechado relación con su régimen político en sus más de 40 años de gobierno dictatorial. Sin embargo, la caída del régimen de Gadafi pone de relieve las contradicciones internas del país, donde se mantenían estructuras tribales, que podía desencadenar la fragmentación del país, algo que ha marcado una vía claramente militarizada y que distaba del camino que había construido Túnez o Egipto.

El caso de Yemen parte de elementos comunes, como el tribalismo, el peso de la violencia y el islamismo en la zona, que había sido el justificante de Bush después del 11-S para actuar en la zona, dado que el país era una plataforma fundamental de control de la región, algo que también había visto Al-Qaeda que va a tomar al país yemení como una base importante en la zona. Ante este choque de “monstruos gemelos”-como denominan los autores-, quedó un espacio de posibilidad revolucionaria de carácter pacífica, liderada por aquellos actores históricamente excluidos: las mujeres y los jóvenes. Son ellas las que rompen el esquema férreo de estar al margen de la política, las que salen a las calles contra el discurso anti-femenino de Saleh. En Sanaa cientos de mujeres quemaron públicamente sus velos, en un gesto simbólico fundamental para ellas y para lo trascendental de la vía pacífica y antipatriarcal que abren para el futuro en el país. El germen está ahí.

Posiblemente el caso más dramático, que aún sigue en activo, es el caso sirio. El contagio de protestas llega allí contra el régimen de Bashar Al-Assad, se inicia en Deraa y se extiende rápidamente a otros núcleos urbanos. En agosto de 2011 la ola de protestas está en aumento. La expansión de las movilizaciones lleva al régimen a poner en marcha una estrategia propia de guerra, con el bombardeo y asedio de ciudades. Se entra en un escenario completamente diferente donde nace el Ejército Sirio Libre (ESL), milicias, además del posicionamiento internacional sobre el conflicto civil sirio. Se hace uso indiscriminado de la violencia contra la población civil, utilizando armamento prohibido en las convenciones internacionales sobre armamento. Así como el drama humanitario que se desata con los movimientos de refugiados hacia los países fronterizos. Unido a que esas fronteras actuaron como un campo de minas implosionando y entrando en escena actores como Hezbollah, el posicionamiento de China y Rusia o de EEUU y sus aliados en la región, es el caso de Turquía. La vía de la guerra y la internacionalización del conflicto deja bloqueada la vía revolucionaria que se inicia con las protestas en las calles.

A diez años del inicio de este proceso de cambio en el norte de África y el Oriente Próximo, aún bajo el yugo de la guerra y la violencia que, en algunos casos, ha paralizado los cambios profundos, es fundamental, para concluir, reflexionar sobre la semilla sembrada por las mujeres y hombres de estos países, que con las herramientas actuales de comunicación y organización, han sido capaces de desestabilizar una de las zonas más dirigidas y controladas por aquellos países con intereses en la zona. Todo este camino de revolución y contrarrevolución lo plasman de forma magistral, Mamadou Ly y Dario Renzi, que hacen una radiografía temporal necesaria para entender la Historia del tiempo presente de la región y marcar las líneas de un futuro lleno de incertidumbre ante el peso del islamismo, la violencia y la influencia de las distintas potencias con intereses en la zona.

Desde el inicio de 2011 vivimos una eclosión de las contradicciones que albergaba el orden mundial globalizado, que se sustenta en relaciones desiguales norte-sur, así como la existencia de gobiernos no democráticos que no habían sido puestos en cuestión por occidente por el papel estratégico que jugaban.

La floración se extendió desde El Cairo a Damasco, Túnez, Libia o el Yemen, países que habían construido gobiernos grises y monolíticos al calor de la Guerra Fría y el proceso de descolonización, pero que, en los albores del siglo XXI, los nuevos escenarios geopolíticos hacían grieta en sus cimientos. En ese preciso instante es donde vemos, paso a paso, cómo dicha grieta se hizo más importante y emergió la sociedad civil tomando las plazas por la vida, la dignidad y la libertad.