'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
`Fantasmas de la ciudad´, Aitor Romero Ortega
Aitor Romero Ortega ha escrito en `Fantasmas de la ciudad´(Candaya, 2018) un libro de relatos poblado por personajes que a veces no saben si están preparados para salir a la calle, pero finalmente salen, pasean, viajan y se mueven todo el tiempo, aunque también tiendan a la quietud y ese movimiento sea sobre todo pensamiento y afectos, los tanteos de la inteligencia y de la sensibilidad mientras empezamos a movernos de verdad por el mundo.
Si aplicamos al cuento un tema propio de la novela, el de la Bildungsroman, creo que el autor no solo ha conseguido una gran unidad formal entre todas las historias, sino que ha terminado por armar un libro de relatos sobre la madurez. La colectividad que denominamos ciudad figura como fondo en todos los relatos, pero el protagonismo de todos ellos lo detentan voces narradoras inmersas en momentos críticos, de huida o de reencuentro con ellos mismos y con los demás, mientras terminan de construirse como individuos; en la constante confrontación individual y afectiva con la ciudad de uno o en el resto de ciudades, sean cuales sean; una confrontación cada vez más irreal y quizás también más solitaria, con otra forma nueva de soledad.
La idea de la ciudad y su emoción; la forma en que la emoción de una ciudad nos acompaña al crecer, junto con otros elementos importantes o azarosos que acaban construyéndonos. Los propios mitos y referencias que uno contemple no son más que fantasmas que pasan un instante por nuestro lado y dejan su mínima historia, su relato.
Siempre me llamó la atención que la gran literatura realista del XIX se desarrollase justo cuando el mundo y su gran geografía dejaba de ser fuente inagotable de descubrimientos. Con el cénit del género, ya en la segunda mitad del siglo, los novelistas abordarán la última frontera por investigar: lo humano y su circunstancia, en el espacio naturalizado como gozne o pliegue entre la intimidad y la colectividad; la ciudad es el espacio de lo humano y su acontecer, por ello el positivismo aplicó el microscopio la convirtió en su campo de estudio.
Tras los procedimientos de vanguardia de la ficción del s. XX y la deconstrucción paralela heredada en el pensamiento, solo podemos concluir que nuestro mundo es cada vez más diminuto y modesto, apenas insignificante. Nadie ha dicho esto recientemente como Roberto Bolaño en `Los detectives salvajes´, con esos protagonistas embarcados en sus particulares regresos a casa, un hogar que más allá de los libros que leen está en ninguna parte, en medio del desierto, en un cuadrado que desaparece de la página. `Los detectives salvajes´ bien podría ser una de las historias más quijotescas del sueño de las vanguardias históricas y su tradición, escrita por alguien que creyó en ese viaje y salió a desfacer entuertos. Enrique Vila-Matas, caballero de la orden de Finnegans y otro gran narrador de las derivas urbanas, interiores y literarias, también creaba, algunos años antes, su vanguardia imaginaria y personal en `Historia abreviada de la literatura portátil´.
De ambos maestros se acuerda uno leyendo `Conexión Montserrat´, el primer —o segundo— relato de `Fantasmas de la ciudad´ de Aitor Romero Ortega. Lo protagonizan algunos autores de la vanguardia artística y política de las primeras décadas del siglo XX que se convierten en perfectos personajes a través de sus anécdotas generadas a su paso por Barcelona: Arthur Cravan, el extravagante novelista de éxito, viajero y pugilista improvisado; Trotski o el trágico fin de una era en que todo fue posible, tras la revolución.
Barcelona es la ciudad del autor y tendrá mucho protagonismo; de allí son varios de los narradores y el lector siente el amor inmediato por esta ciudad en el libro, como espacio real, biográfico, pero también cultural, literario, mítico y cambiante. Romero Ortega se enfrenta a un considerable desafío, abordar una ciudad que ha generado tanta literatura de primer nivel. Precisamente, una de las joyas de este libro es el relato `La colmena, un cuento popular urbano´, ambientado en la Barcelona de posguerra que ya abordasen Laforet, Marsé y tantos otros maestros, y que relata la verosímil historia del `Kubalita´ con esa extraña melancolía de la mejor lírica narrativa popular; yo he recordado, mientras lo leía, a Serrat y su `Romance de Curro el Palmo´.
Otras ciudades cobran importancia, o están allí en el momento en que sucede, a través de sus biografías, el crecimiento y madurez de los distintos personajes. Como hemos mencionado, hay viajes constantes en el libro, de una a otra ciudad, y sin embargo —así lo comentó el autor en la presentación de su libro en Cartagena, en la librería La Montaña Mágica— no se puede decir de los personajes que sean viajeros. Simplemente se desplazan. Chambery, París, Madrid, Buenos Aires, una hacienda en la Pampa, Bosnia; en estas y otras ciudades leeremos historias como una búsqueda del padre como viaje interior; un periplo por Francia y España que acaba en Latinoamérica, con una trama que involucra la realización de una película de terror y la aventura de su exhibición; ejemplos oscuros de bohemia en la vida cultural, que se encarnan en sombras cercanas.
También encontramos un gran homenaje a Julio Cortázar con `El aeropuerto del sur´, donde la demora del no-lugar por excelencia de nuestros días, la de los aeropuertos, se convierte en una pesadilla que evidencia la demora del individuo, su carácter incompleto, la angustia que nos acompaña.
Como afirma Agustín Fernández Mallo en su último ensayo, `Teoría general de la basura´, el Ángel de la Historia ya no se desplaza en el sentido en que describía Walter Benjamin, sino en el contrario: hacia los escombros, los residuos que la Historia deja a su paso. La deriva, uno de los temas constantes del libro, se nos sirve con aires de uno de los últimos maestros en esta disciplina, W. G. Sebald, en el último relato, `Puentes de Bosnia´, para recordar a la pareja protagonista un callejón sin salida, una de las últimas pesadillas de nuestro pasado.
El fantasma es aquello que se nos aparece. La Historia se comunica con nosotros a través de la aparición de sus residuos, sus fantasmas. Todo proceso de madurez conlleva acaso un ser cada vez más fantasmático. Y la escritura puede dar parte de ese proceso cuando es parte de él. Aitor Romero Ortega lo hace con una voz convincente, segura y personal para tejer el presente constante y problemático, a ratos espectral, en que vivimos a diario.
Aitor Romero Ortega ha escrito en `Fantasmas de la ciudad´(Candaya, 2018) un libro de relatos poblado por personajes que a veces no saben si están preparados para salir a la calle, pero finalmente salen, pasean, viajan y se mueven todo el tiempo, aunque también tiendan a la quietud y ese movimiento sea sobre todo pensamiento y afectos, los tanteos de la inteligencia y de la sensibilidad mientras empezamos a movernos de verdad por el mundo.
Si aplicamos al cuento un tema propio de la novela, el de la Bildungsroman, creo que el autor no solo ha conseguido una gran unidad formal entre todas las historias, sino que ha terminado por armar un libro de relatos sobre la madurez. La colectividad que denominamos ciudad figura como fondo en todos los relatos, pero el protagonismo de todos ellos lo detentan voces narradoras inmersas en momentos críticos, de huida o de reencuentro con ellos mismos y con los demás, mientras terminan de construirse como individuos; en la constante confrontación individual y afectiva con la ciudad de uno o en el resto de ciudades, sean cuales sean; una confrontación cada vez más irreal y quizás también más solitaria, con otra forma nueva de soledad.