'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Dos y dos son cinco: una lectura de 'Y me llevo una' de Joseángel Murcia
Escribo a escasas horas de cerrar un año en el que, gracias al Informe Pisa (que es algo que nadie sabe muy bien lo que es, pero precisamente por eso impone mucho), nos hemos vuelto a enterar de que «España saca su peor nota en ciencias y se atasca en matemáticas», ante lo cual «Los científicos culpan a la docencia poco especializada» (El País, 4-XII-2019). Y, como desde aquí uno no quisiera dejar de contribuir a paliar este, al parecer, mal endémico entre los estudiantes españoles, lo suelto ya: la suerte en su camino hasta los lectores de libros como 'Y me llevo una' correrá pareja con la mejora en los resultados de los informes pisas que estén por venir. Así de claro. ¿Más? Pues más, más claro: hay que leer 'Y me llevo' una se tenga o no se tenga dominio de la materia en cuestión: los que sí, por el placer de una lectura contrastiva (si además se dedican a la docencia, ítem más); y los que no (como es mi caso), por todo lo que voy a contar a continuación. Ya adelanto que es la primera vez (y acaso quede como única) en que me divierto tanto leyendo un libro… que no entiendo. Otro adelanto: uno (uno soy yo) sale de este libro igual de torpe que cuando entró…, pero sabiendo mucho más.
Joseángel Murcia es licenciado en Matemáticas por la Universidad de Murcia (valga la redundancia) y profesor asociado en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Además de eso (incluso diría: sobre todo), es una mente de mal asiento que canaliza su infinita curiosidad de mil maneras. La que aquí nos interesa se suele conocer como divulgación, y ahí es donde el profesor Murcia se las lleva todas: prensa escrita, radio, televisión, redes sociales, formación presencial y, por supuesto, este volumen coeditado con mimo ostensible por Nórdica y Capitán Swing, que asimismo abre sus páginas a las abracadabrantes ilustraciones de Cristina Daura, capaces de entablar un diálogo fecundo con el texto sin perder por ello su condición de primorosas obras de arte, se diría que recién extraídas de un rito de iniciación en el orfismo o los misterios de Eleusis versión cuatro punto cero.
Conviene reproducir literalmente el subtítulo que condimenta este libro: «Un ajuste de cuentas con las matemáticas de la escuela», porque, sí, en efecto: por descontado, estas páginas están llenas de cuentas en su justo término, pero también de un saludable ejercicio de amenidad expositiva, sin desdén por la ironía o la retranca cuando reivindican su don de la oportunidad, sin temor a que un juego de palabras (como aquel del subtítulo, por ejemplo) ponga en riesgo el rigor con que se encara la materia de estudio. Como sabemos, a esto los antiguos lo llamaban docere et delectare. Y para deleitar a la vez que se enseña (y viceversa) es aconsejable, ante todo, ponerse en la piel de los demás, del otro, de nosotros: los legos, los alumnos. Es lo que hace Joseángel Murcia con sus apelaciones constantes y su estilo familiar: la voz que se impone en 'Y me llevo una' se dirige a un lector, no a lectores, al que además tutea; y resulta que ese lector es un tú, eres tú.
Para quienes dejamos aparcado el estudio de las matemáticas en tiempos de Pitágoras este libro nos reserva múltiples sorpresas. La primera de ellas, y acaso la mayor, consiste en que estas matemáticas se alejan del sesgo monolítico y marmóreo con que hasta ayer se nos venían presentando y, en su lugar, ofrecen una imagen (no sé si decir incluso una condición) más dúctil, más flexible, más… discutible. En bromas veras, podríamos arriesgar que aquí las matemáticas son pura ciencia… ficción. Y si no tanto, sí al menos ciencia y ficción. O ciencia y relato. Ciencia y literatura. «Un problema no acaba cuando llegamos a una solución» es un aforismo con vocación de saltimbanqui, de saltar desde este volumen hasta la vida diaria. Estas páginas pueden servir para muchas cosas, así de proteicas son. Hasta la protesta de índole social tiene cabida en ellas: «no tener nociones básicas de estadística y probabilidad nos hace mucho más vulnerables a las arbitrariedades de la administración o de las empresas y sus intereses comerciales, nos lleva a tomar decisiones erróneas, nos hace ser más manipulables», podemos leer en la página 179. O bien: «la lotería es el impuesto voluntario que pagan los que no saben matemáticas» (página 182).
Sí, en 'Y me llevo una' habita un verdadero cruce de géneros: claro que es un ensayo consagrado a la didáctica de las matemáticas, pero eso no le impide ser también un delicioso anecdotario y un manual de historia, de suerte que termina por configurarse ante todo como un relato que hace un buen uso de las técnicas suasorias de la narrativa de ficción. No diré esa tontería de que se lee como una novela (como si eso fuera un laurel en sí mismo), pero sí que, por encima de cualquier otra apuesta, en este libro se cuentan cosas, no solo números. Y, hablando de todo un poco, consuela saber que «no hay nada del número 3 en el símbolo del 3». Sí, pensar que estas criaturas numéricas andan también subordinadas a un signo arbitrario, como en el terreno de la lingüística determinó Saussure, reporta un cierto consuelo a la hora de asistir a las lides entre las ciencias y las letras. Y espera, que aún me ha quedado algo por hablar de todo un poco: resulta también (yo lo he descubierto leyendo estas páginas, en concreto la 112) que los números llevan dentro toda una geometría, lo cual es tanto como decir que trasuntan una retrospectiva del mismísimo Mondrian.
Una confesión personal, si se me permite. Conocía, claro, la matemática del verso (aquello de escribir con sílabas contadas, la simetría de ciertas estructuras, el álgebra de las metáforas); lo que ignoraba hasta ahora (o no sabía que sabía) es que la poesía también encuentra acomodo entre los laberintos matemáticos. Y no solo por una serie de giros y decires manifiestamente líricos (error absoluto, fractal, conjetura de los primos gemelos, números irracionales), sino por la propia ambición de la matemática por dotar de un cuerpo a una entelequia, por desvelar la condición latente de todo cuanto nos rodea, la matemática y la poesía de los objetos, la matemática poética que es el mundo si se sabe mirarlo bien. Por eso, este libro de Joseángel Murcia no es apto para reaccionarios henchidos por sus (pre)juicios, porque este libro de Joseángel Murcia se complace en poner los dogmas del revés uno tras otro, es un auténtico libro de las revelaciones, que ese y no otro nombre merecen afirmaciones como las siguientes (¡niños, tapaos los oídos!): «Ningún cuadrado será perfectamente cuadrado. Nunca. (…) el único cuadrado perfecto estará en nuestra imaginación», tal vez porque «Ocurre que no todos los infinitos tienen el mismo tamaño» en tanto que «el infinito se encuentra donde menos te lo esperas».
'Y me llevo una' es un libro simétrico, como no podía ser menos: ocho capítulos de extensión muy similar, en donde por supuesto el último, el 8, el capítulo 8, se yergue desde su lemniscata para interrogarse por el infinito. 'Y me llevo una' es un libro revolucionario: por su ánimo refutador de métodos y apriorismos tradicionales, y por la propia manera de refutar, que es persuasiva, no censora (aunque hay refutaciones que duelen, como esa que nos descubre que «La regla de tres es poco transparente»). 'Y me llevo una' es un libro sobre la didáctica de las matemáticas concebida como una de las lúdicas artes. Joseángel Murcia no esconde sus cartas: «Escribo este libro para seguir aprendiendo». ¡Cuidado! Esa persona con la que te cruzas por la calle podría ser un matemático al modo en que lo es Joseángel Murcia. Y a lo mejor resulta que anda haciendo cálculos inverosímiles tras fijar la vista en las tapas de las alcantarillas o en las matrículas de los coches.
Escribo a escasas horas de cerrar un año en el que, gracias al Informe Pisa (que es algo que nadie sabe muy bien lo que es, pero precisamente por eso impone mucho), nos hemos vuelto a enterar de que «España saca su peor nota en ciencias y se atasca en matemáticas», ante lo cual «Los científicos culpan a la docencia poco especializada» (El País, 4-XII-2019). Y, como desde aquí uno no quisiera dejar de contribuir a paliar este, al parecer, mal endémico entre los estudiantes españoles, lo suelto ya: la suerte en su camino hasta los lectores de libros como 'Y me llevo una' correrá pareja con la mejora en los resultados de los informes pisas que estén por venir. Así de claro. ¿Más? Pues más, más claro: hay que leer 'Y me llevo' una se tenga o no se tenga dominio de la materia en cuestión: los que sí, por el placer de una lectura contrastiva (si además se dedican a la docencia, ítem más); y los que no (como es mi caso), por todo lo que voy a contar a continuación. Ya adelanto que es la primera vez (y acaso quede como única) en que me divierto tanto leyendo un libro… que no entiendo. Otro adelanto: uno (uno soy yo) sale de este libro igual de torpe que cuando entró…, pero sabiendo mucho más.
Joseángel Murcia es licenciado en Matemáticas por la Universidad de Murcia (valga la redundancia) y profesor asociado en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Además de eso (incluso diría: sobre todo), es una mente de mal asiento que canaliza su infinita curiosidad de mil maneras. La que aquí nos interesa se suele conocer como divulgación, y ahí es donde el profesor Murcia se las lleva todas: prensa escrita, radio, televisión, redes sociales, formación presencial y, por supuesto, este volumen coeditado con mimo ostensible por Nórdica y Capitán Swing, que asimismo abre sus páginas a las abracadabrantes ilustraciones de Cristina Daura, capaces de entablar un diálogo fecundo con el texto sin perder por ello su condición de primorosas obras de arte, se diría que recién extraídas de un rito de iniciación en el orfismo o los misterios de Eleusis versión cuatro punto cero.