'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
Una época en la que lo natural era negar: una lectura de 'La noche de Auschwitz', de Piera Sonnino
Piera Sonnino nunca quiso ser escritora. No fue, ni mucho menos, Ana Frank. No quiso, es evidente, haberse visto en el contexto que se propició para que ella se viera obligada a redactar 'La noche de Auschwitz'. Si nos ha llegado este texto no ha sido por su propia voluntad. Nunca lo fue. Ella, así se entiende, lo escribió para no olvidarse de aquello, para no olvidarse de haberlo vivido. En una época en que lo natural era negar. Que lo racional era pensar que nada de aquello iba con ellos. ¿Les suena de algo? Las teorías negacionistas del Holocausto. Ese escupitajo en toda la cara al siglo XX y a sus atrocidades. Que las hubo, no dejemos que se olvide. Aunque Instagram no pueda refrendarlo.
Por lo tanto, no es 'La noche de Auschwitz' un testimonio revelador de lo que pasó allí, en aquellos días en que los alemanes quisieron borrar la Historia. Es un sumidero de recuerdos repetidos en voz alta por uno de los miles de testigos de lo que sucedió. Que no quiso decirnos nada. La vergüenza que la propia familia Sonnino mantuvo hasta el final de su vida obliga a Piera, la única superviviente, a esconder el texto, su texto, su testimonio, hasta mucho después de su muerte. Culpa y vergüenza. Dos sustantivos que observo siempre que leo testimonios de los judíos supervivientes. La lectura de Sonnino, como la de Ginzburg un poco también, es la de que los judíos eran conscientes de lo que sucedería, presumían lo que vendría después de los guetos, que aquello, como decimos ahora, tenía muy mala pinta y no podía acabar bien para ninguno de los suyos. Que los nazis se la tenían jurada y, a pesar de ello, no quisieron creerlo, no asumieron el espanto que todo aquello les representaba. Que alguien quiera acabar con toda tu raza por un capricho. Que eso sucediera en el siglo XX. Que los alemanes, que estaban perdiendo mientras tanto una guerra mundial (la segunda, por cierto), hicieron todo lo imposible por tener bien repletos los crematorios a cada hora.
Piera, una italiana corriente a la que la Historia quiso hacer protagonista de la manera más cruel, escribe su propio testimonio para ella, para que aquellas imágenes que comenzaban a diluirse en su memoria estuvieran vigentes. Para, quizás, no negarse a ella misma lo que otros le negaron. Escribió para decirse: “No, existió, al menos para mí, porque lo viví, y estas cuartillas así me lo atestiguan”. No se lo dio al mundo, ya que a ella le daba lo mismo que el mundo lo supiera o no. El Holocausto, a comienzos de los 60, ya se había negado bastante. Y continuaría siendo negado. Como tantas cosas que hoy se niegan en 2019. Y las que nos quedan por negar. Que esto solo es cuestión de cogerle el gusto. Si todo el mundo lo niega, ¿cómo sabremos que ha existido?
Piera Sonnino fue la única superviviente de su familia. Una familia que en la actualidad llamaríamos numerosa. Su memoria nos ha llegado gracias a sus hijas, que llevan el nombre de sus tías, las hermanas de Piera, a las que tantas veces hemos negado.
¿Es este testimonio necesario? ¿Hay que leer este libro? La respuesta es evidente, ahora que estamos cerca del 2020, una fecha distópica por excelencia: no. Como texto literario, está a años luz de un Primo Levi, por ejemplo. Pero, nos guste o no, Auschwitz no ha muerto. No ha desaparecido. Nunca se fue, por eso nos esforzamos tanto en negarlo. Auschwitz está ahí, en cada esquina. Porque, seamos sinceros, está dentro de nosotros. Por mucho que lo neguemos, mientras haya un solo Hombre por aquí, Auschwitz seguirá estando vivo. Y, por ello, es tan urgente el testimonio de Piera Sonnino. Porque todos somos ella, ya que la justificación de ese suceso es tan banal como absurdo. Todos podríamos haber escrito ese testimonio, dadas las circunstancias.
Lo más terrible, y por lo que intuyo y concluyo que 'La noche de Auschwitz' es una lectura necesaria, es que quizás algún día, por el motivo que sea, nos veamos volcados a escribirlo. De nuevo.
Piera Sonnino nunca quiso ser escritora. No fue, ni mucho menos, Ana Frank. No quiso, es evidente, haberse visto en el contexto que se propició para que ella se viera obligada a redactar 'La noche de Auschwitz'. Si nos ha llegado este texto no ha sido por su propia voluntad. Nunca lo fue. Ella, así se entiende, lo escribió para no olvidarse de aquello, para no olvidarse de haberlo vivido. En una época en que lo natural era negar. Que lo racional era pensar que nada de aquello iba con ellos. ¿Les suena de algo? Las teorías negacionistas del Holocausto. Ese escupitajo en toda la cara al siglo XX y a sus atrocidades. Que las hubo, no dejemos que se olvide. Aunque Instagram no pueda refrendarlo.
Por lo tanto, no es 'La noche de Auschwitz' un testimonio revelador de lo que pasó allí, en aquellos días en que los alemanes quisieron borrar la Historia. Es un sumidero de recuerdos repetidos en voz alta por uno de los miles de testigos de lo que sucedió. Que no quiso decirnos nada. La vergüenza que la propia familia Sonnino mantuvo hasta el final de su vida obliga a Piera, la única superviviente, a esconder el texto, su texto, su testimonio, hasta mucho después de su muerte. Culpa y vergüenza. Dos sustantivos que observo siempre que leo testimonios de los judíos supervivientes. La lectura de Sonnino, como la de Ginzburg un poco también, es la de que los judíos eran conscientes de lo que sucedería, presumían lo que vendría después de los guetos, que aquello, como decimos ahora, tenía muy mala pinta y no podía acabar bien para ninguno de los suyos. Que los nazis se la tenían jurada y, a pesar de ello, no quisieron creerlo, no asumieron el espanto que todo aquello les representaba. Que alguien quiera acabar con toda tu raza por un capricho. Que eso sucediera en el siglo XX. Que los alemanes, que estaban perdiendo mientras tanto una guerra mundial (la segunda, por cierto), hicieron todo lo imposible por tener bien repletos los crematorios a cada hora.