La selva amazónica es la mayor región de bosque tropical del planeta (6,7 millones de kilómetros cuadrados, 40% del total). La biodiversidad de este ecosistema es inmensa. Ocupa tan solo alrededor del 5% de la superficie de nuestro planeta, pero alberga el 10% de todas las especies de plantas y animales conocidas siendo, según la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, el hábitat de 2,5 millones de especies de insectos, 2.500 de peces, más de 1.500 de aves, 550 de reptiles y 500 millones de especies de mamíferos. Contiene unas 40.000 especies de plantas (el 50% de las conocidas) según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), muchas de las cuales son medicinales y endémicas de esta zona, extrayéndose de ellas principios activos para medicamentos incluidos anticancerígenos. Además, según WWF, en este lugar se descubre un promedio de una nueva especie cada tres días
En ella viven 3 millones de personas en unas 380 comunidades indígenas que hablan 86 lenguas y 650 dialectos, con estilos y medios de vida intrínsecamente relacionados con la conservación de la selva y su biodiversidad. La Amazonía es su única fuente de agua y alimentos, según el Programa de Naciones unidas para el Medio Ambiente. Brasil tiene el 60% de esta selva y sólo allí viven 1 millón de indígenas y 70 de las aproximadamente 100 tribus no contactadas del planeta.
Sin duda la conservación de la Amazonía es urgente y crucial por diversos factores:
- Conservar su rica biodiversidad evitando la pérdida de especies.
- Garantizar la supervivencia de los pueblos indígenas.
- Evitar el empeoramiento del cambio climático al jugar un papel esencial en la regulación del clima.
Millones de plantas absorben dióxido de carbono, lo que ayuda a controlar sus niveles en la atmósfera, compensando las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por nuestra actividad, ralentizando el ritmo del calentamiento global y frenando los efectos del cambio climático. Según una investigación publicada por la Universidad de Leeds en 2017, los árboles de la selva amazónica absorbieron el dióxido de carbono equivalente a las emisiones de combustibles fósiles entre 1980 y 2010 de la mayoría de los países que poseen o bordean la selva.
Además, genera más del 20% de oxígeno del aire y funciona como un inmenso almacén de carbono al contener unos 100.000 millones de toneladas de carbón, más de 10 veces las emisiones anuales mundiales de combustibles fósiles.
La Amazonía es la cuenca fluvial más grande del mundo y según el director ejecutivo de 'Vida Silvestre Argentina', Manuel Jaramillo, aporta entre el 17% y el 21% del agua dulce al planeta. Se trata de unos 225.000 m3 de agua dulce por segundo que ingresan al océano Atlántico desde esa cuenca. Como consecuencia, controla el ciclo hidrológico, la lluvia sobre la Amazonía y el sur de Brasil, enfría la tierra, evita su erosión y recarga las aguas subterráneas.
Desapareciendo entre llamas
Esta joya natural está desapareciendo entre llamas desde el pasado 9 de agosto, fecha en la que se declaró estado de emergencia en el Amazonas brasileño por un incendio que no ha dejado de extenderse. Según el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) que contabiliza los incendios, los focos en el país en lo que va de año superan en un 85% a los del mismo periodo de 2018, y han contado más de 41.000 focos en la Amazonía brasileña en comparación con 22.000 en el mismo período del año pasado. Se han registrado focos en 68 territorios indígenas y áreas de conservación según Jonathan Mozower de 'Survival Internacional'. El número de incendios en Brasil este año es el más alto desde que se registran a partir de 2013.
Las consecuencias de esta catástrofe medioambiental son terribles. Según Greenpeace, a medida que aumenta el número de incendios, las emisiones de gases de efecto invernadero también lo hacen, la temperatura general del planeta aumenta y los eventos climáticos extremos como las grandes sequías son más frecuentes. Por otra parte, la Organización Meteorológica Mundial de la ONU afirma que los incendios liberan a la atmósfera grandes cantidades de hollín y contaminantes que incluyen partículas y gases tóxicos como monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y compuestos orgánicos no metanos perjudiciales para la salud. Una consecuencia de esto es que el número de personas ingresadas en hospitales brasileños con neumonía, tos severa y otras enfermedades respiratorias se ha triplicado desde el inicio de los incendios, según informes de noticias locales.
Por otra parte, la sabanización de la selva amazónica reduciría las precipitaciones y aumentaría la temperatura, dando lugar a estaciones secas más prolongadas y conllevando a una mayor vulnerabilidad ante los incendios y las sequías, una mayor tasa de mortalidad de especies y a la pérdida de su hábitat. La biodiversidad está siendo la primera víctima por la pérdida de especies, el problema a largo plazo es un lento proceso de extinción por la desaparición de su hábitat y la masificación de las mismas en parcelas cada vez más pequeñas, lo que reduce su tasa de reproducción e intensifica su lucha por los alimentos. Se trata de una desaparición gradual. Por otra parte, a las tribus indígenas que habitan en la selva amazónica que dependen para su subsistencia de actividades recolectoras, caza y pesca, les está suponiendo la pérdida de alimento y graves problemas de malnutrición, desplazamientos forzosos y muertes por contracción de enfermedades ante las que carecen de defensas inmunológicas.
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