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De amos y obreras en la Murcia del primer franquismo (II): Caride

25 de agosto de 2020 10:48 h

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En el primer capítulo de esta serie, expusimos algunas de las dinámicas de dominación de aquellos que ejercían el poder respecto a las obreras murcianas, centrándonos en el caso de la fábrica de Cobarro. La avalancha de reacciones en diferentes foros respecto a nuestro primer capítulo muestran el dolor de un pasado que todavía no ha sido tratado con profundidad: muchas de las respuestas señalaban las décadas y décadas que las obreras bregaron para después no tener nada cotizado o cotizar un mínimo tan ridículo que parece casi una humillación.

Estriar, acarrear, embotar: un trabajo agotador cuyo reconocimiento no fue considerado durante la transición. Una entrevistada sobre el trabajo en Caride nos decía: “Ay, es pa' la carne de membrillo, se limpiaba, había unas máquinas, primero se limpiaba con cucharillas, luego sacaron como unos molinillos, se metían, que por eso me duele tanto los… Se metía el membrillo ahí, le sacaban todas las pepitas… Y se limpiaba, pero a destajo. Entonces luego eso se llevaba y lo cocías en unas jaulas que ya estaban preparadas pa' eso, entonces pasaba por una máquina, mujeres echándolo y le apretabas y salía la pulpa, limpia. Y entonces la echaban a los barriles, y había hombres que le echaban sus polvos meneándolo y algunas veces mujeres”.

Al igual que la fábrica de Cobarro, en Caride nos encontramos la exposición de las trabajadoras a ciertos suplicios. Es cierto que la encargada, 'La Rosario', no tenía tan mala fama como 'La Luz' en Cobarro, pero también ejercía su rol rígidamente. Otra figura que ejercía con dureza el control es el hermano del amo, una entrevistada nos explicaba: “Don Camilo, que cuando venía le temíamos, era el tío más malo que pare madre… Ese hermano también, que se quedarían los mineros, se quedarían los pobreticos descansando [...] ¿En qué sentido malo? ¡Pues látigo! Te ponía firme, no chillaba, sino que se ponía a lao tuyo y al oído. Sí, muy malo. Que viene don Camilo, mucho miedo, lo que había antes, mucho miedo”. Estas figuras eran la válvula que mediante determinadas maniobras regulaban una red de relaciones siempre tensas, eran un mecanismo disciplinario que sostenía todo un sistema de dominación, salvaguardando la disposición social que sujetaba a las obreras, tal y como exponía Joseph de Maistre “entre el príncipe y el pueblo, el verdugo constituye un engranaje”.

Dentro del organigrama de las fábricas había un rol que tenía la posibilidad de establecer otro tipo de trato respecto a los amos, los fogoneros. Todos los que habitaban las fábricas eran conscientes de que la caldera era un puesto peligroso, esto nos lo explicaban así: “El de la caldera era el que le daba vapor a toda la fábrica… Con el carretón lo traía, dejaba el carretón que había un espacio… La caldera estaba así y había un espacio grande, dejaba el carretón y entonces con la pala lo cargaba y había una puerta, se veía el fuego y entonces metieron carbón ahí y tenía que estar vigilando, porque si esa caldera se quedaba sin agua nos íbamos todos al limbo, tenían mucha responsabilidad [...] El Caco… El Fransuá… ¡Jajaja!… No te lo digo yo que éramos felices a nuestra manera, ahora la gente no se conforma con eso. Me cago en la hos… ¡Jaja! Porque el jefe siempre estaba en la caldera, tenía mucho peligro, era el eje de la fábrica, cariño, pero el Fransuá hacía lo que le salía del capullo y el Caco también, pero nunca hubo ningún desliz, una vez se quedó un poco sin agua pero no llegó a pasar na'.

Pero el Fransuá no se callaba. Pero cuando le tenía que decir algo, los dos, algo al otro, le contestaban, al jefe, al gordo, al Caride, claro… Le decían eso, le decía: ‘¡Caco! Estate más pendiente’, y le decía que no pasa na', pero el Fransuá se lo decía en otro lenguaje“. Esta excepción era auspiciada por una posible amenaza velada. La caldera era el corazón de la fábrica y era alimentada por los obreros, ellos podían hacerla explotar de forma activa o pasiva. Eran los únicos trabajadores dentro de las fábricas con cierto margen de réplica directa. La explosión de la caldera era una posibilidad remota y esos trabajadores podrían ser reemplazados, aun así era necesario un consenso entre el amo y los caldereros. Ese acuerdo implícito se puede observar en el tipo de lenguaje que se producían entre ellos, el cual era identificado como diferente al lenguaje que era utilizado por el resto de obreros.

A diferencia de Cobarro, en Caride, el contacto con las trabajadoras podía ser más directo, ya que la vivienda familiar se encontraba en el interior de la fábrica. Una de nuestras entrevistadas, tras enseñar una foto de Jesús Caride de joven nos mostraba la dicotomía entre el hogar y la fábrica: “No, si no era feo el Jesús Caride, pero de joven, claro… To la cara, don Jesús Caride año 1928. Claro… ¡Uhf! ¡Uhf! ¡Qué gordo está! Si no es que fuera malo, a ver si tú me entiendes, yo que sé, era… Que si veía una mujer en algo tenía que haber levantao la mano y no la levantaba, pero luego iba a su casa, que yo munchas veces que me llamaban para hacer cualquier cosa pa' ayudar y se portaba de otra manera, y con las mozas estupendamente, pero en la fábrica… Mucho respeto había”.

El hecho de integrar el hogar en la fábrica hace que muchas de las situaciones que nos han explicado nuestras entrevistadas ilustran muy bien ciertas tramas sociales, pero a su vez, exponen de una manera más directa a sus protagonistas, haciendo aún más difícil trazar la línea que separa lo personal con lo propio de las dinámicas sociales del momento. En este artículo omitiremos muchas de las historias más personales que nos han explicado, ya que podrían resultar dolorosas a los familiares todavía vivos de los protagonistas. Lo que sí expondremos sobre Caride es la explotación laboral, no solo dejaron de cotizar por las obreras -colocando a muchas de nuestras mayores en una situación aún más precaria-, sino que tampoco cobraron las horas extras. Ese dolor aún pervive entre nuestras mayores, una antigua trabajadora nos explicaba: “Él era eso, que le gustaba muy beatos, de la virgen de los Dolores, tenía pa' pagar a las novenas, pero eran muy ladrones, en el sentido en que nos quitaban mucho dinero de lo que estábamos dando”.

Las obreras, a pesar de no tener la oportunidad de realizar una réplica directa a una situación que ellas observaban como injusta, sí que llegaron a denunciar la situación, ¿cómo? Cantando en grupo. Se utilizó una herramienta colectiva para señalar a los encargados como una fuerza coercitiva, ellas mismas como inocentes -contestando a la proyección lesiva que había sobre las obreras-,  y amenazando con la huelga en un contexto nada propicio como era el primer franquismo. En una de las entrevistas grupales a antiguas obreras nos cantaban la siguiente melodía que se llegó a sentir en Caride, Cobarro, Florentino, Cascales o la fábrica de Eulogio en La Puebla de Soto:

Si vas por la carretera,

no tienes que preguntar,

en el reloj del maestro,

son las cuatro menos diez.

Son las cuatro menos diez,

la gente muy descontenta,

si no nos pagan las horas,

nos vamos las de las mesas.

Nos vamos las de las mesas,

cocinas y embotadoras,

si no nos pagan las horas,

no vamos las estriadoras.

También las estriadoras,

que se han puesto muy creídas,

si no nos pagan las horas,

nos vamos el mismo día.

La fábrica es una iglesia,

las mujeres son los santos,

los encargados los curas,

que siempre van predicando.

El canto colectivo de las trabajadoras era la principal vía de fuerza de las obreras, un fenómeno típico en muchísimas de las fábricas habitadas por mujeres en Murcia. Esta práctica sonora es de enorme complejidad, ya que no solo se cantaba a varias voces, sino que también se trovaba colectivamente a partir de melodías previas. Esta práctica fue desapareciendo a principios de los años 60. Lo que nos llama la atención es como las instituciones que se encargan del patrimonio sonoro han obviado y olvidado todo este universo sonoro murciano. En el próximo capítulo nos adentraremos en las tensiones intergeneracionales entre las obreras y las violencias sexuales que se producían por parte de quién ejercía el poder en algunas de las fábricas estudiadas. 

En el primer capítulo de esta serie, expusimos algunas de las dinámicas de dominación de aquellos que ejercían el poder respecto a las obreras murcianas, centrándonos en el caso de la fábrica de Cobarro. La avalancha de reacciones en diferentes foros respecto a nuestro primer capítulo muestran el dolor de un pasado que todavía no ha sido tratado con profundidad: muchas de las respuestas señalaban las décadas y décadas que las obreras bregaron para después no tener nada cotizado o cotizar un mínimo tan ridículo que parece casi una humillación.

Estriar, acarrear, embotar: un trabajo agotador cuyo reconocimiento no fue considerado durante la transición. Una entrevistada sobre el trabajo en Caride nos decía: “Ay, es pa' la carne de membrillo, se limpiaba, había unas máquinas, primero se limpiaba con cucharillas, luego sacaron como unos molinillos, se metían, que por eso me duele tanto los… Se metía el membrillo ahí, le sacaban todas las pepitas… Y se limpiaba, pero a destajo. Entonces luego eso se llevaba y lo cocías en unas jaulas que ya estaban preparadas pa' eso, entonces pasaba por una máquina, mujeres echándolo y le apretabas y salía la pulpa, limpia. Y entonces la echaban a los barriles, y había hombres que le echaban sus polvos meneándolo y algunas veces mujeres”.