El pasado 21 de julio el diario El País publicó un reportaje sobre la situación de la evolución del circuito musical murciano. Éste, a grandes rasgos, propugnaba una visión de una Murcia cosmopolita. Pero la realidad es distinta.
En primer lugar podríamos hablar de una Administración Pública macrocefálica que rara vez a la hora de apoyar un proyecto se ciñe a su carácter cultural y no a su rentabilidad económica. Esto es plausible en un empresario o en una corporación; pero no en un ente público encargado de ejecutar un mandato dimanante del derecho positivo. El Ayuntamiento se limita, en muchas ocasiones, a sufragar ofertas que a menudo dejan en letra muerta uno de los apartados generales de la Ley General de Subvenciones como es el de la concurrencia competitiva.
Sin embargo, que el Consistorio lleve a cabo su labor pública de forma parcial es algo absolutamente normal. La prueba de ello fueron las declaraciones del concejal de Cambiemos Murcia, Sergio Ramos, en que manifestaba que el Ayuntamiento cubrió las pérdidas del festival SOS 4.8 mediante la celebración de un contrato que no pasó por la pertinente convocatoria pública, como recogió este medio el 19 de abril de 2016.
Si el Consistorio realiza sus funciones sin atenerse a los conceptos de imparcialidad y objetividad de la Administración, ¿qué nos hace pensar que festivales dependientes de éste como el CreaMurcia no actúan fragmentaria e ineficientemente?
La prueba de ello es que se permite que bandas con manager y sello discográfico –como fue el caso de The Purple Elephants este año, los cuales están representados por una conocida empresa destacada en el ámbito de la promoción musical como Son Buenos- se presenten, con lo que formaciones más humildes como los finalistas de este año, The Meatpies o Glasgow, ya parten con una ligera desventaja.
Un concurso de bandas tiene que acercar al público al artista y viceversa; un certamen de bandas ha de regirse por la creatividad, la ilusión y el amor a la música por parte de quienes se presentan, y no para promocionar a aquéllas que han tenido la suerte de poder conseguir un contrato discográfico. No se busca la equidad, sino que se perpetúa el gregarismo imperante en el círculo musical de nuestra ciudad.
Ni siquiera el SOS 4.8, que se erige en el principal reclamo musical de la ciudad de Murcia en este aspecto, realiza una labor encomiable. Aunque el TalentoSOS cumple su función, la escasa atención que las bandas murcianas reciben del festival propiamente dicho es, como quedó demostrado con las actuaciones de The Meatpies y Alien Tango a las 12:00 de la mañana, mejorable.
No es congruente querer vender una Murcia maravillosa y ecléctica en el plano musical y luego permitir que formaciones jóvenes y de escaso recorrido, a quienes este evento les beneficia enormemente, toquen a horas intempestivas y poco atractivas. ¿Cómo se consigue crear un tejido musical consistente y paritario donde se vean representadas las nuevas generaciones? ¿Cómo pretenden, entonces, que Murcia deje de ser un simple reclamo publicitario para devenir en una realidad musical, si quienes tienen la potestad de paliar esta situación no lo hacen?
También la prensa musical en Murcia deja bastante que desear en muchos sentidos. Desde muchas publicaciones se propugna una ausencia de pensamiento crítico para con las bandas de aquí que lo único que consigue es una complacencia acompañada de falta de rigor a la hora de tratar información relacionadas con éstas.
El progreso se permeabiliza y articula en todos los sentidos –especialmente, en el ámbito cultural- cuando hay disidentes y éstos, a su vez, tienen las mismas oportunidades que sus correligionarios a la hora de obtener representación en los medios de comunicación. Pero son pocos son los que piensan en otra Murcia que carece de cauces de expresión propios –como es el caso del jazz, la música metal, el flamenco, blues, la música electrónica o la música clásica-.
En nuestra excesiva querencia por nosotros mismos hemos coadyuvado una Murcia que no es más que una bodega de imperfecciones y taifa de vanidades, donde la gran mayoría de sus adláteres cultivan con delectación una concepción musical alimentada de las relaciones personales entre éstos, otorgando oportunidades a las bandas y artistas en atención de sus filias y fobias y no por su talento; y los medios de comunicación actúan muchas veces como cómplices silenciosos.
Tanto el Ayuntamiento como muchos de los organizadores de algunos certámenes, así como los medios de comunicación, parecen desconocer la historia, y tal como explicó el historiador Oswald Spengler en su libro La decadencia de Occidente, ésta funciona mediante ciclos: Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia.
Murcia está viviendo las tres primeras fases del crecimiento ‘spengleriano’ en materia musical. Cuando la Decadencia haga su aparición y nos demos cuenta de que hemos vivido en una entelequia y que lo que acaece en Murcia sólo es una pieza más del poderoso engranaje del mercantilismo musical, a lo mejor llega el momento de abandonar el ‘provincianismo’ cultural en que nos encontramos y entender que la música, como cualquier movimiento artístico, se nutre del eclecticismo en todos sus ámbitos.
Balzac denunció, en cada una de las obras que conformaban ese elefantiásico proyecto que supuso La comedia humana, que las relaciones de poder en la sociedad funcionan de tal forma que siempre acaban cobrándose víctimas y verdugos por la codicia y la avaricia. Casi doscientos años después, las miserias de la vida de provincias que con tanto esmero y acierto esbozó el novelista francés, siguen vigentes en Murcia.