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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Ayer a las urnas, mañana a las calles

“Estoy muy preocupada, nena, de que los jóvenes de tu edad voten a Vox” es la voz de mi abuela, de 77 años, al otro lado del teléfono. Una voz rota por la rabia y la tristeza, a partes iguales. Es la indignación de una mujer que ha luchado toda su vida por sobrevivir en una dictadura que la quería encerrada, callada, oprimida y sola. Los que hablan son los recuerdos de una niña que empezó a trabajar demasiado pronto y que muy rápido dejó de ser adolescente para convertirse en madre. Es la voz de una luchadora que ha visto cómo sus hijas salían a la calle a defender sus derechos, sus libertades y su poder de decisión, que ha visto cómo nuestra sociedad avanzaba y cómo sus nietas, hoy día, tienen derechos y libertades con los que ella no podía ni soñar.

Se me eriza la piel al sentirla así, asustada y preocupada. Y no lo está por ella, porque ya sufrió en su piel la represión, el miedo en cada poro de su piel y la violencia en cada esquina; ella ya sobrevivió al dolor. Es miedo por sus hijas, por sus nietas, por el futuro de la gente que quiere. “La gente está olvidando, antes éramos tan pobres que no teníamos para comer ni para ir a la escuela”, me recuerda. Y ese es el mayor problema: vivimos en una sociedad que olvida fácil, que cree que pasar página es el mejor remedio, mientras las páginas podridas siguen y seguirán formando parte siempre de este libro que se llama historia.

Se nos olvida rápido que hace solo 44 años que salimos de una dictadura de casi cuatro décadas que dejó mucho más que heridas: nos dejó el franquismo vivo en las leyes, en las instituciones, en las calles. Y también dejó una rabia y un dolor difíciles de cerrar si no se cura antes la herida. El odio al diferente estuvo presente durante décadas en este país y hoy se ha demostrado que renace, que nunca se fue, que los fantasmas de aquellas personas que atormentaron a nuestros abuelos siguen vivos hoy, entre los jóvenes y entre los que ya no lo son tanto.

Mi abuelo es pintor y ambidiestro y, cuando de pequeña me explicó que tuvo que aprender a pintar con la mano derecha porque le prohibían hacerlo con la izquierda, yo no comprendí por qué. Ahora entiendo lo simple del gesto y todo lo que esconde detrás. Hoy me asegura que no le sorprende el resultado, que ya conoce de sobra cómo piensa la gente de Murcia. Con su ironía habitual me resume que se ha levantado “verde, como el mar Menor”, y fácilmente entiendo todas sus referencias. No le sorprende, pero le duele como al que más. Le duele ver esa España por la que tanto ha luchado y peleado, que tanto ha intentado levantar, cayendo al vacío una vez más de manos de aquellos que, por ignorantes, no abren un libro de historia para saber qué ocurría hace tan solo 50 años.

Como nieta de mis abuelos, el espíritu de lucha siempre ha estado en mis venas, invitándome a reivindicar mis derechos y no rendirme cuando vea que, una vez más, el fascismo se abre paso. Vendrán a por nosotros, porque ayer lo gritaban a pleno pulmón. Vendrán a por las mujeres, a por los inmigrantes, a por los republicanos, a por los rojos, a por los obreros, a por los ateos. Vendrán a por los diferentes. A por todos. También a por sus propios votantes, porque del fascismo no se libra nadie y ellos, los que repiten querer la unidad de España, son los que la están rompiendo desde dentro. Vendrán, pero estaremos listos para luchar, como hicieron nuestros abuelos.

Ayer fuimos a las urnas a votar, hoy nos toca abrir los ojos y ver la realidad, en un día más gris que de costumbre. Mañana saldremos, una vez más, a las calles a reivindicar el derecho a ser quienes somos: saldremos a luchar por la libertad.

“Estoy muy preocupada, nena, de que los jóvenes de tu edad voten a Vox” es la voz de mi abuela, de 77 años, al otro lado del teléfono. Una voz rota por la rabia y la tristeza, a partes iguales. Es la indignación de una mujer que ha luchado toda su vida por sobrevivir en una dictadura que la quería encerrada, callada, oprimida y sola. Los que hablan son los recuerdos de una niña que empezó a trabajar demasiado pronto y que muy rápido dejó de ser adolescente para convertirse en madre. Es la voz de una luchadora que ha visto cómo sus hijas salían a la calle a defender sus derechos, sus libertades y su poder de decisión, que ha visto cómo nuestra sociedad avanzaba y cómo sus nietas, hoy día, tienen derechos y libertades con los que ella no podía ni soñar.

Se me eriza la piel al sentirla así, asustada y preocupada. Y no lo está por ella, porque ya sufrió en su piel la represión, el miedo en cada poro de su piel y la violencia en cada esquina; ella ya sobrevivió al dolor. Es miedo por sus hijas, por sus nietas, por el futuro de la gente que quiere. “La gente está olvidando, antes éramos tan pobres que no teníamos para comer ni para ir a la escuela”, me recuerda. Y ese es el mayor problema: vivimos en una sociedad que olvida fácil, que cree que pasar página es el mejor remedio, mientras las páginas podridas siguen y seguirán formando parte siempre de este libro que se llama historia.