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Ni Biden ni Trump: el ganador de las elecciones americanas del que nadie habla

8 de noviembre de 2020 06:00 h

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No se crean los titulares. Las elecciones en Estados Unidos no las ha ganado Joe Biden ni tampoco Donald Trump. Las ha ganado ese pueblo americano tan alejado de nuestros estereotipos y del que nadie habla: el movimiento Black Lives Matter, las mujeres que gritaron #MeToo y los trabajadores que llevan años luchando por un salario digno bajo la bandera del Fight for 15. Es la lucha de millones de personas la que le ha dado una patada en el culo a Donald Trump y lo ha sacado de la Casa Blanca. 

Llegó la campaña y el magnate neoyorquino apenas ha podido hablar de los temas que forman parte de su menú habitual. Esta vez el debate no giró en torno al control de las armas de fuego, el aborto o el muro de la frontera con México. Los dos candidatos no han tenido más remedio que mojarse y hacer propuestas para acabar con la discriminación racial, la violencia que sufren las mujeres y la precariedad laboral. En plena pandemia, las protestas de los sanitarios y sus denuncias virales han enmudecido también a los manifestantes anti-confinamiento partidarios de Trump. Los partidos políticos tienen sin duda grandes expertos en comunicación y ejércitos de millones de bots, pero la gente de a pie, cuando se pone en movimiento, sigue teniendo la capacidad de marcar la agenda política y social.

No son movimientos que hayan surgido en esta campaña, ni siquiera durante la presidencia de Trump. La llegada de Obama al poder movilizó sin duda a los supremacistas blancos, pero también multiplicó las expectativas de las clases populares en Estados Unidos. La decepción por los cambios que no llegaban hizo tomar conciencia a mucha gente de la necesidad de organizarse y empujar desde abajo.

Black Lives Matter surgió en julio de 2013 tras la absolución del asesino del joven Trayvon Martin, aunque han sido las protestas por la muerte de George Floyd las que han multiplicado ahora las movilizaciones y su resonancia internacional. La lucha por un salario mínimo, que ha tenido menos eco en España, está detrás de cientos de protestas y huelgas en los últimos años, desde que en noviembre de 2012 más de un centenar de trabajadores de McDonald's, Burger King, KFC o Pizza Hut protagonizaran la primera movilización en Nueva York. Las mujeres de Estados Unidos llevan décadas también luchando desde organizaciones como Planned Parenthood o la Organización Nacional de Mujeres, que estos últimos 4 años han apoyado las multitudinarias Marchas de Mujeres contra Trump. 

Son semillas que se fueron plantando durante la presidencia de Obama, algunas incluso antes. Los movimientos sociales son más necesarios que nunca cuando se trata de pararle los pies a dictadores en potencia como Donald Trump, pero también para hacer avanzar la agenda de los gobiernos progresistas. La izquierda no debe temer la movilización social cuando está en el poder. Si no protestan los colectivos que defienden los derechos laborales, las pensiones o el medioambiente, otros problemas llenarán la agenda.

Lo estamos viendo claramente en España. Los medios de comunicación llevan meses hablando del problema de la okupación, un fenómeno marginal cuyo eco en las tertulias es exagerado si se compara con los datos reales: menos de 15.000 denuncias por okupación en toda España en 2019, la inmensa mayoría relacionadas con viviendas propiedad de unos bancos y fondos buitre que siguen teniendo hasta 3 millones y medio de casas vacías en sus manos. Los “activistas” antiokupación siempre encuentran altavoz en los canales de televisión propiedad de esos mismos bancos. Así es como, de repente, nadie habla de los desahucios, 54.000 en todo el país el año pasado. Con la crisis que se nos viene encima, a algunos les vendría muy bien ocultar este drama y criminalizar como okupas a la gente que pierde su casa.

Si los movimientos sociales progresistas no ponen sobre la mesa los problemas de las clases populares, lo hará la ultraderecha con sus señuelos del odio: okupas, pateras, teorías de la conspiración... Lo intentaron también el fin de semana pasado con una serie de protestas anti-confinamiento perfectamente coordinadas, que buscan aprovechar la frustración de los jóvenes y la desesperada situación económica del sector hostelero para provocar un estallido social.

El ejemplo, nuestro ejemplo, es el de los chavales que salieron a limpiar los destrozos en Logroño. Cuando la gente buena se mueve, el grito de los violentos se ahoga. Si un chaval de 16 años y sus amigos, armados con un par de escobas, han conseguido conjurar con su gesto toda una campaña de odio, si el pueblo americano ha podido ganarle el pulso al hombre más poderoso y mediático del mundo, toca preguntarnos qué podemos hacer desde hoy mismo cada una de nosotras. 

No se crean los titulares. Las elecciones en Estados Unidos no las ha ganado Joe Biden ni tampoco Donald Trump. Las ha ganado ese pueblo americano tan alejado de nuestros estereotipos y del que nadie habla: el movimiento Black Lives Matter, las mujeres que gritaron #MeToo y los trabajadores que llevan años luchando por un salario digno bajo la bandera del Fight for 15. Es la lucha de millones de personas la que le ha dado una patada en el culo a Donald Trump y lo ha sacado de la Casa Blanca. 

Llegó la campaña y el magnate neoyorquino apenas ha podido hablar de los temas que forman parte de su menú habitual. Esta vez el debate no giró en torno al control de las armas de fuego, el aborto o el muro de la frontera con México. Los dos candidatos no han tenido más remedio que mojarse y hacer propuestas para acabar con la discriminación racial, la violencia que sufren las mujeres y la precariedad laboral. En plena pandemia, las protestas de los sanitarios y sus denuncias virales han enmudecido también a los manifestantes anti-confinamiento partidarios de Trump. Los partidos políticos tienen sin duda grandes expertos en comunicación y ejércitos de millones de bots, pero la gente de a pie, cuando se pone en movimiento, sigue teniendo la capacidad de marcar la agenda política y social.