En la esquina de la Cárcel Vieja - ahora remozada y culturizada-, hay una placa dedicada al General Primo de Rivera que da nombre a la avenida. Me asalta la duda de si ese título es contrario a la Ley de Memoria Democrática, que dice en el Cap IV, sección 1º : “… La incompatibilidad de la democracia española con la exaltación del alzamiento militar o el régimen dictatorial hace necesario introducir las medidas que eviten situaciones de cualquier naturaleza o actos de enaltecimiento de los mismos o sus dirigentes…”
Supongo -solo supongo- que la razón de haber mantenido ese nombre se debe a que el General no es franquista. Primo de Rivera “sólo” fue un dictador. En cambio el nombre del hijo, José Antonio, ideólogo del fascismo ha ido desapareciendo de los callejeros, aunque no de todos. Hasta que J.M. Aroca Ruiz Funes (alcalde desde 1979 a 1983) lo cambió, el suyo fue primer nombre de la actual Gran Vía Escultor Francisco Salzillo; por cierto, un antiguo proyecto de 1949 que consistió en derribar cientos de edificios del casco antiguo, incluidos los baños árabes de Madre de Dios, declarados Monumento Nacional en 1931.
Entonces se me ha ocurrido pensar que la razón de la permanencia del general puede ser que fué un “buen dictador”; o al menos el mejor de los dos que sufrimos en la España del siglo XX. Años atrás, no había duda. Por ejemplo, mi madre y mi abuela, que eran un poco de derechas, hablaban bien de Primo de Rivera, pero no de Franco. Y como mi madre y mi abuela, millones de compatriotas. Hasta el PSOE de Pablo Iglesias aceptó la dictadura de 1923, si bien apremiado por la miseria nacional. Incontestable coartada que no compartió la izquierda obrera.
Son de sobra conocidas las andanzas de Don Miguel, el Marqués de Estella, de quien decían las coplillas:
Naipes, mujeres y botella
son el blasón
del Marqués de Estella
Primo de Rivera padre, era el paradigma de la campechanía, y los españoles adoramos la campechanía.
Alfonso XIII, que estaba encantado con su “Duce” -así le llamaba-, le preguntó un día: “¿Donde has aprendido a gobernar?” A lo que el General contestó: “Majestad, en el casino de Jerez”. Campechanía en estado puro.
Los Borbones la ejercieron con más o menos estilo, según la época. Desde el Siglo de las Luces hasta nuestros días nunca dejaron de intentar mimetizarse con un pueblo que, si se cabreaba mucho, era capaz de dejarles el cuello completamente inservible, como hicieron los franceses con sus reyes y aristócratas.
Además de la campechanía, entre las virtudes de don Miguel hay que contar las obras públicas. En cualquier pueblo de nuestra geografía hay un matadero o un mercado con una fecha en lo alto del frontispicio que suele estar entre 1924 y 1929, los años centrales de su exitoso experimento totalitario. Punto para don Miguel.
Otro punto: haber acabado con la guerra del Rif; falso, pero bien vendido en su momento por la prensa monárquica.
Otro punto más, este muy importante: cuando en 1930 el Dictador vió que la partida estaba perdida y que las fuerzas republicanas eran imparables, supo retirarse a tiempo como el buen jugador que era.
A Franco, en cambio, le pudo la megalomanía y se pidió una tumba faraónica con sus propios guerreros muertos, de más realismo que las terracotas de los chinos.
El gallego nos regaló cuarenta años en persona. Franco murió, pero no el franquismo. En cambio, don Miguel tomó un tren a París, y sanseacabó.
Con la inflación en la Comunidad de consistorios PP-Vox no es de extrañar que se vuelvan a cambiar algunos nombres. En muchos pueblos hay decenas de calles con nombres franquistas que incumplen la actual (¿ sentenciada a muerte?) Ley de Memoria Democrática. Y no pasa nada, no hay denuncias, es algo intrascendente.
No creo que el consistorio de Ballesta cambie de nombre la avenida General Primo de Rivera, que salvó a Alfonso XIII de las responsabilidades en la guerra del Rif, en especial del desastre de Annual, y ofreció a Franco el modelo totalitario perfecto -supresión de libertades y derechos, partido único, represión, etc.…-Lo malo es que el gallego solo fue capaz de imitarlo a sangre y fuego. Mucha sangre y mucho fuego.
¿Ya no hacen falta dictadores? Eso parece. La derecha, que es muy práctica, ha aprendido a votar. Y la izquierda ha desaprendido. A PP-Vox le basta y le sobra con eso para continuar frenando cualquier avance social.
Así que los militares nostálgicos que se citan en casa Pepe para comer y cantar el 'Cara al Sol' cuando los chupitos de grappa han hecho su efecto, deben estar tranquilos: los suyos han comprobado que con urnas y papeletas pueden poner las cosas a su favor, como en 1932 en Alemania, cuando el Partido Nazi liderado por Adolf Hitler logró posicionarse como la primera fuerza política al obtener el 37,27% de los votos y 230 escaños.
Nihil sub sole novum.
Por cierto, el alcalde Ballesta, mientras no se apruebe otra ley que derogue la actual Ley de Memoria Democrática - como ha prometido su partido- debe tener en cuenta que la incumplirá si permite que permanezcan o vuelvan a las calles y plazas de Murcia los nombres de franquistas, golpistas o dictadores.
Si no se atreven a cambiar el de la Avenida General Primo de Rivera, al menos que pongan en su placa este epígrafe: el Buen Dictador.
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