En el nuevo escenario que abre la crisis del coronavirus, el actual gobierno se apresuró en plantear la reconstrucción a través de los Pactos de Toledo. El desastre ha sido siempre un escenario muy propicio para aquellos que pretenden modelar el sistema a su parecer. Aprovechando la ausencia de preguntas del tipo, ¿Por qué no plantear un proceso constituyente? ¿Por qué volver a plantear la legitimidad desde los partidos políticos? El camino fácil que se contempla es un pacto PP-PSOE que lo único que puede conseguir es alargar la agonía del régimen del 78. Para sus intereses, convocar la asamblea nacional en estos momentos puede que sea contraproducente, como mínimo un camino minado. Para afrontar cualquier tipo de reforma, deberíamos tomar distancia contra un virus que no se ha puesto en cuarentena, al contrario, se ha fomentado su propagación, el de la catalanofobia.
Más allá de la conceptualización del régimen del 78 -tanto si se piensa que se hizo lo que se pudo o que se produjeron cesiones debido a una correlatividad de debilidades-, hay un consenso en su agotamiento. El movimiento democrático y rupturista en Cataluña desenmascaró las vergüenzas del leviatán, el Estado reaccionó violentamente y con sus armas se otorgó una victoria legal, pero ésta produjo la sentencia a muerte de la transición y el consenso de muchos para la legitimación la dominación de las actuales tramas de poder. Con un Rey, que tras una infame declaración el 3 de octubre, acabó de rematar la desfachatez de quien se cree dueño del poder, asistido y reanimado por los partidos llamados de izquierdas que apoyan el régimen monárquico -PSOE por acción y Podemos por inacción-. Si a esa falta de legitimidad le sumamos la pérdida de soberanía económica que supuso aceptar determinados roles dentro de la UE, nos quedamos en una democracia que está en los huesos, con un tejido industrial devastado, una dependencia del turismo que nos ha estallado en la cara y aún arrastrando una crisis de representación.
Muchas de estas negligencias se ocultaron mientras se señalaba a un enemigo que ocupaba portadas y columnas de opinión, Cataluña. Con esa brocha gorda que los medios tanto utilizan se ha fomentado una alteridad en una dialéctica de la deshumanización que han jugado en uno y otro territorio. Es el bulo sofisticado aquello que han ejercido los medios, -no deja de ser un espectáculo esperpéntico como los reyes del fake, señalan a sus competidores argumentando una supuesta rigurosidad que no siempre ejercen-. Un ejemplo de esa dialéctica de la deshumanización es una reciente columna en el diario.es de Antonio Maestre, un tertuliano de la trincheras socialdemócrata que ha recogido el testimonio de la superioridad moral de las que se creen herederos algunos, confundiendo pensamiento crítico con juicio moral. Compañero de espacio televisivo de Marhuenda parece haber aprendido muy bien el juego retórico del hombre de paja, mediante imputaciones genéricas, una ironía pasivo-agresiva y cayendo en la lógica del 'y tú más' parecía plantear en su columna aquella simpleza de que 'los extremos se tocan' en versión 2.0 para colocarse en la parte central. Así, ordena el discurso -como diría Foucault- para participar del juego de dominación, en vez de desenmascara las arbitrariedades del poder continúa la ceremonia de la ocultación, dejando de lado una vez más la oportunidad para desplegar una dialéctica de fraternidad.
Cuando Maestre acusa de deshumanización a sectores del nacionalismo catalán debería recordar que en muchas ocasiones se denuncia la ideología de los otros en pos de proponer sus propias ideas como neutras. Es la complejidad de escribir desde el panfletismo, no caer en lo que Bourdieu llamaba el juridicismo ingenuo, observando en el campo lo que se ha señalado por otros previamente. Es así como determinados periodistas perpetúan y reproducen las ideas que están en coherencia con los que ejercen el poder. Es complicado ser crítico cuando actúas como extensión del Gobierno. Para hacer un relato que tienda hacia la rigurosidad, Maestre podría haber introducido las disculpas de Ponsatí o la respuesta de David Fernández. Por otro lado, aunque al principio parece hablar de nacionalismo excluyente dando la posibilidad de otro tipo de nacionalismo, después expone nacionalismo y xenofobia al mismo nivel, transitando de nuevo en la simplificación de mirar a Cataluña desde una única óptica, la de un nacionalismo deformado que solo se refleja por los fragmentos rotos del espejo -como diría Xavier Domènech-. Todo ello para dirigir su ceremonia de la confusión a un horizonte, la equivalencia entre nacionalismo e independentismo, dejándose ver en él un discurso nacionalista español sin ser visto. Recordemos, no es lo mismo soberanismo, catalanismo, nacionalismo o independentismo - así mismo podríamos observar en la maldita hemeroteca sobre Ana Pastor los años que le llevó llegar a distinguir entre los conceptos de país, nación y Estado-. Y Recordemos el análisis de Benedict Anderson sobre la constitución de las naciones por comunidades imaginadas, sobre sus parámetros -una sincronización de noticias propias, una lengua vehicular, unas fronteras imaginadas en común- nadie puede negar que Cataluña sea una nación. Las consecuencias de una falta de precisión en este tipo de artículos fomenta una ficción por la cual se señala a “los catalanes” como personas acríticas, como masas animales, como borregos.
Esa deshumanización de las trincheras que acaba por crear bulos legitimados por el estatus de algunos medios de comunicación ya se pudo observar en la manipulación mediática sobre las mayores movilizaciones de los últimos 40 años en Murcia en respuesta a la división de la ciudad por el AVE. Unas propuestas reprimidas por el Ministerio del Interior, detenidos y heridos de un movimiento transversal -como el procés catalán, no nos engañemos-. Muchos se quejaron del apagón informativo a nivel nacional, mientras que muchos de los medios regionales -no todos- tuvieron la misma dinámica que tuvo canal 9 con la tragedia del metro en Valencia. Mostrar imágenes de antidisturbios golpeando a ciudadanos fuera de Cataluña dejaría en evidencia la ficción de su relato como garantes del Estado de derecho, el victimismo del Estado, mostraría que actúan movidos por el mismo odio xenófobo que mostraba Millán-Astray o Jorge Fernández Díaz hacia lo catalán. ¿Qué pensará un ciudadano catalán cuando ve que muere su madre, su padre, su tía o su hermana en plena pandemia y le venga a la mente ese “ya le hemos jodido la sanidad” de Fernández Díaz? Si desde el Estado, el propio ministro del Interior expuso eso, no es difícil pensar que el Estado español ha proporcionado muerte en un territorio determinado. Ese ciudadano no se escandaliza, ya vieron a muchos de sus allegados golpeados por las fuerzas represivas del Estado. Algo que no es nuevo y que los murcianos deberíamos tener en cuenta.
Sobre la represión en la Huerta tras el fracaso federalista de los murcianos, José Martínez Tornel recogía a principios del siglo XX la siguiente copla sobre la ocupación de Murcia durante las revueltas cantonalistas:
¡Cuándo querrá Dios del cielo,
que se vayan los rurales,
que vayamos a la huerta
a comer higos verdales!
Cuando en Murcia se decía eso de:
“Españoles para España, / y para Murcia, murcianos. / Que no se lleven el fruto / que con sudores ganamos. / La voz de Antonete Gálvez / dirigía la contienda: / ”Vamos a hacer un Cantón / para nuestra independencia.“
Esa experiencia que tanto significó en Cataluña, así los sectores populares proclamaban:
Viva Figueres y Salmerón,
Viva Lo Huerto y Pi i Margall,
republicanos, l'abajo el rey,
viva Lo Huerta, la nueva ley.
Debemos empezar a fertilizar una dialéctica de la fraternidad. Un horizonte que algunos en los partidos de la izquierda monárquica parecen olvidar. Las consecuencias de lo contrario nos las advertía Miguel de Unamuno a principios del siglo XX cuando exponía:
“Lo malo es que ni escarmentamos ni aprendemos, y así como empujamos a filipinos y a cubanos al separatismo, estamos empujando a él a los catalanes. Porque los verdaderos laborantes del separatismo hay que buscarlos entre estas duras cabezas cabileñas, de una mentalidad, cuando no rudimentaria, recia, que se obstinan en plantear los problemas políticos con un violento dogmatismo teológico y en establecer principios indiscutibles”.
El 1-O fue un momento fundacional para parte de la sociedad catalana, amparados en el derecho de autodeterminación que tal y como exponía José Luis Sampedro, es la única vía pacífica y democrática de afrontar este tipo de problemáticas. Dejando claro, que quien niegue la autodeterminación está afrontando la violencia. Dado que en democracia no cabe otra opción que un referéndum, para que las tramas de poder continúen identificándose a sí mismos como demócratas cabe deslegitimar el movimiento del proceso catalán mediante la exposición de la parte por el todo. Así afrontó Pedro Sánchez sus últimas elecciones, así muchos medios caen en la catalanofobia, ocultando de sus ojos y de los que les leen los dispositivos de quien nos dominan. El pensamiento crítico y la fraternidad no juegan en planos opuestos, a no ser que se trace de forma rudimentaria.
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