A consecuencia de la denuncia presentada por Ecologista en Acción, la Fiscalía murciana ha abierto diligencias de investigación por la reiterada, y nunca justificada, quema de diversos combustibles para evitar posibles heladas que perjudiquen el desarrollo de los campos frutales asentados especialmente en el término municipal de Cieza, pero también en los de Abarán o Blanca. Los ecologistas vienen presentando periódicas denuncias, sin éxito,al Ayuntamiento y a la Comunidad autónoma por los episodios de contaminación atmosférica que saturan de humo infecto el valle del Segura entre los meses de febrero a abril y desde 2014, que es lo que provocan unas prácticas que, más que agrícolas, habría que considerarlas de “libre agresión a las personas y el clima”. El texto, sólido y detallado, alude también a informes técnicos oficiales que subrayan la incidencia y el perjuicio de esos humos en la salud, así como a la permisividad y tolerancia de las administraciones públicas, siempre al servicio de la voluntad y el capricho de unos agricultores amos del cotarro.
Como respuesta a esta denuncia y a su aceptación por la Fiscalía (a la que se le regala un documento masticadito, para que haga su trabajo con un mínimo de esfuerzo), los representantes ciezanos de las organizaciones agrarias Fecoam y Upa, han contestado pidiendo a esta Fiscalía “que sea imparcial”, como si esto fuera posible o su misión (la de los fiscales) fuera tratar por igual a agresores y a víctimas; o, más concretamente, hubiera que “enjuiciar” también a los ecologistas, como quisieran estos agricultores que protestan, que hacen (los ecologistas, claro) de mensajeros y ciudadanos ejemplares, denunciando el hartazgo y la impunidad. La tarea de la Fiscalía no es ser imparcial al modo salomónico (¿en qué cabeza cabe?), sino echar mano de las leyes conculcadas, apuntar a las responsabilidades de sus infractores para con la salud y el medio ambiente y señalar la vía penal para que los jueces sentencien.
A don Antonio Moreno, de la Upa, le ha faltado tiempo para emitir un vídeo de defensa y justificación de esas fechorías, al que hay que reconocer (al vídeo, digo) su carácter de pieza excelente de la oratoria depredadora, con momentos de inocultable brillo. Como ese en el que asegura que “las quemas por heladas están prohibidas”, pero las hacen, y que “sólo se autorizan con fines fitosanitarios”, pero las practican a su gusto, sin vigilancia alguna. O cuando manifiesta que dejarán a la Fiscalía “que haga lo que tiene que hacer, e iremos hablando de las decisiones y las acciones que tendremos que ir tomando, si fuera necesario”; frasecita que, en la tradición moral, política y verbal de nuestros agricultores, no significa que se ceñirán a la ley y renunciarán a esas malditas nieblas sino que, de haber sentencia condenatoria, recurrirán a la movida y la intimidación, porque su negocio no se toca: de ahí la perorata, en este mismo video, acerca de la necesidad de disponer de “instrumentos contra las heladas” y de que los ecologistas “dejen de producir daño a la agricultura y protesten, si acaso, ante la Unión Europea”.
Buscando protección, esta gente no entenderá nunca que no hay norma en el mundo que pueda amparar el delito, que aquí asoma apuntando a las personas y a la atmósfera, porque si así resultara, sería la norma la que habría que denunciar y eliminar; y que tampoco valen los permisos “orales” de los consejeros de Agricultura, con cuya cobertura todos sabemos que cuentan. Tampoco admitirán, por más que lo experimenten, que los ecologistas saben responder a su prepotencia y chulería con las armas que más daño les hacen: la paciencia, la tenacidad y la inteligencia. Sí saben, sin embargo, señalar a sus enemigos, a los que dirigen sus advertencias, a tomar en cuenta. Así, el señor Moreno, en ese vídeo para la historia (y, quizás, para la Fiscalía), en su ataque a los ecologistas no se priva de señalar, aludiendo a la denuncia y sin dar el nombre, a “su representante en Cieza al frente, evidentemente”, a quien parece honrar como su “bestia negra”.
Estos representantes de un gremio cada vez más osado y dañino, pero privilegiado e intocable, saben que, a poco que se les examine, caen por su peso, de tan lejos que han llegado sus abusos; y de ahí las palabras y los argumentos, digamos, gruesos, que se han habituado a emplear, anunciando todos los males para la región si no se les deja sueltos. Son tan excesivos, es tanta su extralimitación y tan irrefrenable su codicia que sólo pueden esperar restricciones, recriminaciones y castigos, y a esa fase ya han llegado hace no poco tiempo.
Lo de la Frutalia ciezana consiste en la opción masiva por cultivos que, si tan expuestos están a las heladas, es que son impropios de nuestro clima; pero no tienen ningún derecho a forzar la máquina atacando a la naturaleza (y a las personas) con su empeño, que nada tiene que ver con “ventaja comparativa” alguna, ni siquiera a escala europea, sino con mera “imprudencia avariciosa”. Pero el caso es que estos abusadores, que hasta tal punto se han auto consagrado héroes del agro murciano, por sufrientes y abnegados, no encajan, ni medio regular, que alguien los trate de pérfidos y embusteros. Pero tienen que aguantarse y esperar más y más presión, y algún castigo que les escueza.
(Uno se acuerda de cuando, ya en democracia, surgieron las Upa, Coag y Asaja como sindicatos específicos para defender los derechos de los trabajadores del campo y los intereses generales de la agricultura, con marcado acento social; hace mucho de esto, y ahora se trata de meras corporaciones que se mueven por vulgares intereses empresariales, que imponen su voluntad en la política murciana y donde manda una gente enriquecida por esa agricultura “avanzada y competitiva”, que destruye todo lo que encuentra sin miramiento alguno.)
Ahora viene la expectación, las dudas y un nuevo capítulo en la desequilibrada y esquizofrénica historia del campo murciano moderno, todo lo cual empieza con el fiscal de medio ambiente, don Miguel de Mata, que es de esperar que esta vez consiga frenar sus conocidos impulsos archivadores de asuntos complejos y delicados, ya que el del humo melocotonero carece de complicación y está claro como ese cielo que, con impúdica frecuencia, velan con sus nubes negras quienes no han tardado en rasgarse las vestiduras por la denuncia. La verdad es que –y en esto, vive Dios, comprendo bien al fiscal De Mata– siguiendo el rastro del delito y tirando, tirando de este asuntillo fumígero en la Vega Alta, con sus miserias de cada vez más alta intensidad, podríamos dejar en carne viva toda la Cuenca del Segura, pirateada y asolada por esos mismos intereses y con personajes de aspecto variado (aunque no tanto). Esta tarea, que es verdad que acongoja, no es para tibios sino para bien templados, y tendría que haberse hecho veinte años atrás, pero lo han impedido fiscales desganados o incompetentes (adjetivos generosos, voto a tal), contribuyendo a la mayor gloria de ese agropoder murciano que tiene a (casi) todos bien cogidos.
Porque el humo incisivo, de pajas y parafinas, señala donde está el fuego, que no es ni más ni menos que en esas inmensidades arboladas, catastróficas de por sí y por el pecado ambiental y social de la productividad obsesiva, con lo que se convierten en objeto frágil de adversidades climáticas y carne fácil de plagas biológicas, con el resultado, frecuente e insultante, de derroches y desperdicios. He ahí el problema de fondo: esas superficies disparatadas (13.000 hectáreas, dice la publicidad de la dichosa floración como espectáculo) de frutales geométricos sobre suelos asolados y esquilmados, enemigos del paisaje y colaboradores necesarios de danas y riadas, otra de las gracias que hay que reírles a estos melocotoneros enloquecidos que los aplanan y esterilizan roturándolos y desmochándolos; que los ligan, a su vez y aunque no quieran reconocerlo, a esos desastres climáticos, tan poco naturales, en no escasa medida (pero de los que siempre sacan tajada, a fuer de pedigüeños avezados, sin admitir culpa alguna).
Otro de los “palos” del juego siniestro de los enemigos de la salud y el clima es la complicidad municipal con estas prácticas, que en Cieza se funda en el reclamo turístico en que se ha convertido la “explosión de colores” de la floración de ese fruterío desmadrado. Un poderoso espejismo que parece excluirlos (a los munícipes responsables, me refiero) de sus prioritarios deberes para con la salud, el medio ambiente o el territorio, añadiéndose a la bula general expedida a estos depredadores.
Pero, ¿cómo enfrentarse al mito de la floración como “recurso turístico”, sin incurrir en anatema y convertirse en enemigo del pueblo? ¿Cómo oponer, en la memoria y la sensatez, esas tierras altas blancas y soberanas, que un día fueron bellas y hoy aparecen, vendidas al vil metal, sometidas, asfixiadas y coloreadas de tonos tan vanos y artificiales que no pueden sino reforzar la percepción del crimen? Cuadrículas perversas de monótonas tonalidades y engañosa diversidad, que producen frutos de llamativo y uniforme aspecto, dimensión y color, pero sin olor ni sabor (y sí mucha química en su carne y en su piel).
¡Acudan al espectáculo, buscadores de sensaciones falsas y seguidores de eslóganes baratos, y presencien la gran farsa del color ciezano, esencia de la depravación de nuestros campos, que ya han sido hermanados entre sí por lechugares sin límite, campos raros de brócoli exótico y melonares llamados al desahucio! Pasen y paseen, pero no piensen. Ecologistas en Acción, siguiendo la senda de la denuncia que tan oportunamente han tomado, debieran ahora llamar a una cuestación popular, y lograr la confección de una gran pancarta para extenderla, y que sea bien vista, entre los límites provinciales y las cuestas de Ulea, por la raya austera del espartizal paciente (que algún día tendremos que redimir), y que señale hacia ese mar fugaz de colores imperfectos con breve leyenda, aunque repetida mil veces, a modo de advertencia caritativa: “Todo estoque ven ustedes, entusiasmados visitantes, es mentira”.