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Ni a la Venus de Botticelli ni a la de Urbino de Tiziano les pixelaron los pezones
¿Qué sucede cuando nuestros cuerpos son censurados, pixelados?
El psiquiatra Bartolomé LLor Esteban, director del Servicio Externo de Ciencias y Técnicas Forenses (Secytef), profesor de la Universidad de Murcia (UMU) y doctor en Medicina, me comentó que tenemos continuamente pensamientos asociativos. Vamos de un pensamiento a otro automáticamente, como si se tratase de una catarata de ideas que se deja llevar por el devenir de un río. Y también, por el contrario, tenemos los pensamientos reflexivos que requieren de un acto de presencia de la conciencia para poder identificarlos, interpretarlos y que, a su vez, nos permiten recapacitar sobre lo pensado. En este caso estos pensamientos serían como el agua apaciguada con nenúfares que aparece en los cuadros de Monet.
Posteriormente, y como humana que soy, a partir de un comentario sobre la censura que me había hecho un compañero se inmiscuyeron miles de pensamientos asociativos que, sin ningún tipo de control ni sometimiento, con total libertad y autonomía, iban entrelazándose en mi cabeza, y se gestó un encadenamiento de planteamientos sobre la desnudez, los píxeles y el arte.
Uno de los primeros pensamientos que tuve a raíz de los límites de la censura es que lo largo de la historia los desnudos no habían sido censurados. Ni a la Venus de Botticelli ni a la de Urbino de Tiziano les habían pixelado los pezones. En la actualidad, y muy probablemente, el ojo que todo lo ve -Instagram-, sí podría hacerlo, y calificarlo de “contenido que puede ser sexualmente sugerente”. Así, e irrumpiéndome otro pensamiento, me planteé si la censura en la actualidad era mayor en estas redes sociales y si no podíamos permitirnos tener sugerencias sexuales.
A continuación, recordé la película de 'Jamón, Jamón' de Bigas Lunas; ipso facto, me asaltó en la memoria el libro de 'Las edades de Lulú', novela erótica de la escritora española Almudena Grandes llevada al cine por Bigas Luna, y tuve una incursión de la imagen del plano del sexo que hacía referencia al cuadro explícito de Courbet, 'El origen del mundo'. Aquellas obras artísticas -literarias, cinematográficas y plásticas- pertenecían al constructo de mi infancia, una infancia de los 80, una niñez en la que, en ocasiones, veíamos sin observar, nos subíamos al coche sin 'atar' y nuestros padres aún no sabían la inversión que posteriormente haríamos en terapia (probablemente tampoco nuestros padres eran conscientes de la importancia de la imagen).
El erotismo está en todas las corrientes del arte, independientemente de la época. Me pregunté si el erotismo se gestaba en el cuerpo de la mujer o, por el contrario, en la mirada del que la observaba. También me planteé si era Instagram o cada mujer, de forma independiente y con su libertad, quienes debían tener una política sobre si sus pezones podían ser vistos o censurados.
Ese mismo día me dispuse a ir en la búsqueda de cuadros de desnudos en diferentes espacios artísticos en Murcia: visité el Centro Párraga, lugar que me resulta fascinante; me pasé por la Sala Verónicas y disfruté de la serie de obras creadas por inteligencia artificial de Joan Fontcuberta y llegué al MUBAM: allí pude observar el cuadro de Domingo Valdivieso 'Magdalena penitente', que habla sobre la belleza arrepentida y aclara que dicha obra pictórica “hace gala de un alto sentido de elegancia y sensualidad femeninas, como se contempla en la belleza pasional del torso femenino desnudo”. El concepto me resultaba disonante en este cuadro, me parecía algo contradictorio que Magdalena orara con arrepentimiento, pero enseñara sus senos a la vez, ¿no resulta algo discordante?
También pensé en el 'Desnudo de espaldas' de Ramón Gaya y, de repente, se despertó en mi mente una de las frases que dijo, literalmente: “Creo que soy poeta pintando”. Me pregunté cuáles serían las palabras para definir la poesía del cuerpo, de qué letras está hecha la piel, cuáles serían las palabras exactas para definir la originalidad de nuestras huellas dactilares, y si esas palabras, que definen nuestros cuerpo, podrían ser juzgadas o censuradas.
Posteriormente, tras la catarsis de una abundancia de pensamientos asociativos que, de cierta forma seguían un discurso conceptual, no sé si definiría como lógico, intenté estructurar algunos pensamientos reflexivos que me llevaran a gestar mis propias conclusiones, y pensé que el cuerpo femenino pertenece a cada una de nosotras, y consecuentemente, podemos hacer lo que deseemos con él. El hecho de ser pixeladas debería ser una opción que nos corresponde a nosotras porque cada una tiene su propio criterio y su forma de entender el pudor o el erotismo. Pero sobre todo, pensé que en el arte y la libertad de creación deberían ser un imperativo categórico, y que, muy probablemente, la Venus de Botticelli estaría orgullosa de mostrar su cuerpo, los recovecos de su piel sin complejos, sus pezones sin vergüenza, y haría apología de su libertad sin pixelar.
¿Qué sucede cuando nuestros cuerpos son censurados, pixelados?
El psiquiatra Bartolomé LLor Esteban, director del Servicio Externo de Ciencias y Técnicas Forenses (Secytef), profesor de la Universidad de Murcia (UMU) y doctor en Medicina, me comentó que tenemos continuamente pensamientos asociativos. Vamos de un pensamiento a otro automáticamente, como si se tratase de una catarata de ideas que se deja llevar por el devenir de un río. Y también, por el contrario, tenemos los pensamientos reflexivos que requieren de un acto de presencia de la conciencia para poder identificarlos, interpretarlos y que, a su vez, nos permiten recapacitar sobre lo pensado. En este caso estos pensamientos serían como el agua apaciguada con nenúfares que aparece en los cuadros de Monet.