La cuestión del pelo parece un tema trivial para el feminismo, pero no lo es en absoluto. Todas las mujeres sabemos perfectamente donde tenemos que tener pelo y donde no. Incluso debemos saber la forma que tiene que tener.
Hay zonas donde para las mujeres está socialmente penado tener pelo, o más exactamente mostrarlo en publico, como las ingles, sobacos, piernas, entrecejo, mandíbula, bigote… Si tenéis alguna duda, coged un folleto de depilación láser el pack mujer básico que, cada vez, incluye más cosas (incluida vulva y perineo). Y es que, como ya decía Itziar Ziga en su libro 'Devenir Perra' (Melusina) “fuera cual fuera nuestra experiencia infantil con la feminidad, la iniciación al mundo feminista nos hizo abandonar a casi todas, por un tiempo, la depilación y otras practicas princesiles. Es curioso que las perras renunciáramos a depilarnos durante nuestras fase de mayor crítica a la feminidad normativa. La depilación parece ser el gran lugar común de la feminidad en la cultura occidental, casi más que ningún otro”.
Pero “el pelo que debemos eliminar” no es el único pelo que nos agobia y constriñe en nuestra feminidad, y es que en la cabeza la norma es la contraria, ahí debes de tener pelo (las mujeres con alopecia o en tratamientos de quimioterapia acuden rápidamente a la compra de pelucas) y un tipo de pelo muy específico: liso, largo que crezca hacia abajo y de aspecto sedoso, o sea, europeo.
Los otros “pelos” son considerados socialmente “malos” (como bien lo refleja la historia de la película venezolana con ese nombre). Esta es la tesis de partida adoptada por la feminista decolonial Emma Dabiri en su libro 'No me Toques el Pelo: origen e historia del pelo afro' publicado por Capitan Swing. Dabiri plantea que la racialización no se da solo por el tono de de la piel, sino principalmente por la textura de tu cabello.
La idea de que un pelo afro sea considerado malo socialmente, a mí personalmente, me costó mucho de asumir porque, a riesgo de sonar exotizante, siempre me encantó el pelo rizado y afro (ya sabéis, las nunca estamos contentas con lo que tenemos y hay toda una industria que se basa en nuestra insatisfacción). Recuerdo que de pequeña con Denisse, una vecina mestiza de pelo afro muy cerrado, en la piscina comunitaria nos flipábamos mutuamente con nuestros pelos. El suyo nunca se mojaba, crecía hacia arriba y no le daba calor. Sin embargo, el mío tardaba horas en secarse, daba muchísimo calor y siempre se me quedaba pegado a la cara sin ningún volumen. Nos tocábamos mucho el pelo y nos hacíamos trenzas: unas trenzas de formas geométricas que le quedaban muchísimo mejor a ella que a mí que se me deshilachaban.
Sea como fuere mi experiencia, lo cierto es que Dabiri tiene razón y socialmente el pelo afro sigue fuertemente estigmatizado. Es algo que vimos claramente en las críticas a Michelle Obama o que enfatiza Igiaba Scego en su novela 'Mi Casa està donde estoy yo' (Nordica Libros) cuando dice que “los medios no dejan de decirles que, con su cabello rizado y su poderoso culo, no obtendrán nada en esta vida”.
Dabiri cita el 'caso Pretoria', en el que una adolescente se negó a alisar químicamente su pelo a pesar de que era un requisito para poder asistir a clase. La escuela consideraba que su pelo no parecía limpio. Dabiri relata que esto también ocurre en el ámbito laboral donde puede ser motivo de despido que una persona negra lleve su cabello en estado natural.
A lo largo del libro Dabiri habla del pelo negro y cómo ha sido domado, alisado, celebrado, borrado y apropiado. Nos relata un recorrido de los mapas trazados en los peinados de las esclavas negras que les conducían hacia su libertad hasta los referentes pop actuales. Pasando incluso por el auge del afro en los 70 con la blaxploitation, el funk y los panteras negras que seguía obedeciendo a una mirada blanca del cabello. Dabiri plantea que librarse de esos prejuicios (positivos o negativos) puede considerarse también un modelo de descolonización.
Como hemos podido ver, algo que parece trivial como el pelo, también puede ser una cuestión sociológica y cultural. Por suerte, cada vez se ven más peluquerías afro en Murcia.
La cuestión del pelo parece un tema trivial para el feminismo, pero no lo es en absoluto. Todas las mujeres sabemos perfectamente donde tenemos que tener pelo y donde no. Incluso debemos saber la forma que tiene que tener.
Hay zonas donde para las mujeres está socialmente penado tener pelo, o más exactamente mostrarlo en publico, como las ingles, sobacos, piernas, entrecejo, mandíbula, bigote… Si tenéis alguna duda, coged un folleto de depilación láser el pack mujer básico que, cada vez, incluye más cosas (incluida vulva y perineo). Y es que, como ya decía Itziar Ziga en su libro 'Devenir Perra' (Melusina) “fuera cual fuera nuestra experiencia infantil con la feminidad, la iniciación al mundo feminista nos hizo abandonar a casi todas, por un tiempo, la depilación y otras practicas princesiles. Es curioso que las perras renunciáramos a depilarnos durante nuestras fase de mayor crítica a la feminidad normativa. La depilación parece ser el gran lugar común de la feminidad en la cultura occidental, casi más que ningún otro”.