“¡Es la economía, estúpido!”, una de las frases más célebres de la historia reciente de la comunicación política y atribuida al estratega demócrata James Carville (originalmente “the economy, stupid”), sintetizó la narrativa de la campaña electoral de Bill Clinton a la presidencia de Estados Unidos en 1992, que resultó eficaz gracias a enfocarse en los problemas que la ciudadanía percibía como más cercanos en su día a día, apelando a sus bolsillos y ofertando soluciones, ganando así al hasta entonces presidente George Bush padre, quien, por su parte, había centrado su discurso en sus logros de política exterior. Desde entonces hasta hoy, la frase ha sido frecuentemente utilizada para indicar cuando una crisis política tiene una base económica, o para señalar lo lógico o esencial sobre una problemática que se suele estar obviando.
Pues bien, desde hace décadas, el feminismo, desde su desarrollo teórico y activismo en las calles, ha señalado claramente cómo la desigualdad económica entre mujeres y hombres tiene una base estructural con un componente claramente político, por las marcadas asimetrías de poder implicadas: “¡Es el cuidado, estúpido!”, podría sintetizar la premisa de cómo la división sexual del trabajo y sus vigentes roles de género —mujer cuidadora/hombre proveedor— explican en España el 18.72% de la brecha salarial, el 33% de la brecha de las pensiones, las dos horas de diferencia diaria en las labores domésticas y de cuidado que las mujeres dedican frente a los hombres, que sean ellas quienes ocupan el 75% de los contratos laborales a tiempo parcial y quienes en un 87% piden excedencias por cuidados de menores. Si hacemos un zoom a la Región de Murcia, nos encontramos con que la brecha salarial se eleva a un 20.7%, con un 7% más de desempleo femenino de larga duración frente al masculino y que 65% de los varones entre 16 y 40 años no ejercen las tareas domésticas en corresponsabilidad (21% reconoce no participar de ellas y 44% solo realiza una “pequeña parte”), todas estas, cifras oficiales.
La reivindicación de “los cuidados al centro” plantea una transformación profunda en el sistema económico actual, que ha invisibilizado las labores reproductivas sobre las que se sostiene la producción, las cuales históricamente han recaído desproporcionalmente sobre los hombros de las mujeres, a costa de su autonomía económica, generándoles también pobreza de tiempo y perjuicios a su salud. Esto, enlazado con otros tipos de violencia e interseccionalidades: cuántas veces una mujer maltratada por su pareja no puede dejarlo por haberse dedicado por años a las labores del hogar, haciéndola materialmente dependiente; cuántas abuelas y abuelos son cuidadas por hijas que dejan de trabajar (y por ende de cotizar) porque “es lo que toca”, mientras que de los hijos no se espera el mismo sacrificio, esto descontando aquellos hogares en los que son mujeres del Sur Global quienes brindan estos trabajos de cuidados en situaciones laborales extremadamente precarias y con pocas posibilidades de denunciar por la vulnerabilidad de su situación migratoria. Así, género, etnicidad y clase social se imbrican reproduciendo injusticias.
El corpus de la Economía Feminista ha señalado las vías para una nueva organización social de los cuidados que permita que aprovechemos mejor tanto el capital cuidador de los hombres como el talento laboral de las mujeres, que el sujeto de la conciliación deje de ser femenino y el cuidado se eleve a rango de derecho: el primer paso es que los Estados asuman su rectoría en la provisión de cuidados dignos y de calidad a través de fuertes sistemas de cuidados públicos universales, asociado a la reducción de la participación del mercado en la oferta de los mismos y su desfamiliarización, mientras en paralelo se transforman los mercados de trabajo para que dejen de estar diseñados pensando en un hombre trabajador sin cargas de cuidado y siempre disponible (los permisos de nacimiento igualitarios y la reducción de jornada semanal de 40 a 35 horas son ejemplos en este sentido). Para profundizar al respecto, recomiendo el trabajo de María Ángeles Durán, Cristina Castellanos, María Pazos, Mercedes D´Alessandro y Amaia Pérez Orozco, por mencionar sólo a algunas referentes imprescindibles.
Para acelerar avances e incidencia en este sentido, urge que la agenda feminista recoloque como su prioridad el cuidado, más ante un año electoral a nivel municipal, a autonómico y estatal, para que, en lugar de continuar atrincheradas en debates identitarios que parecieran irresolubles y que incluso han llevado a separar marchas del 8M, se sumen fuerzas que obliguen a todos los candidatos y candidatas de los 45 municipios de nuestra Región y aspirantes a un escaño en la Asamblea Regional o las Cortes Generales a incluir el cuidado no solo en sus narrativas de campaña de manera contundente, sino en sus plataformas electorales, con propuestas de políticas públicas y reformas legislativas concretas que comprometan presupuesto y garanticen el derecho al cuidado para toda la ciudadanía, para que dejen de ser las mujeres quienes lo amorticen “en el nombre del amor” y a costa de su libertad.
“¡Es la economía, estúpido!”, una de las frases más célebres de la historia reciente de la comunicación política y atribuida al estratega demócrata James Carville (originalmente “the economy, stupid”), sintetizó la narrativa de la campaña electoral de Bill Clinton a la presidencia de Estados Unidos en 1992, que resultó eficaz gracias a enfocarse en los problemas que la ciudadanía percibía como más cercanos en su día a día, apelando a sus bolsillos y ofertando soluciones, ganando así al hasta entonces presidente George Bush padre, quien, por su parte, había centrado su discurso en sus logros de política exterior. Desde entonces hasta hoy, la frase ha sido frecuentemente utilizada para indicar cuando una crisis política tiene una base económica, o para señalar lo lógico o esencial sobre una problemática que se suele estar obviando.
Pues bien, desde hace décadas, el feminismo, desde su desarrollo teórico y activismo en las calles, ha señalado claramente cómo la desigualdad económica entre mujeres y hombres tiene una base estructural con un componente claramente político, por las marcadas asimetrías de poder implicadas: “¡Es el cuidado, estúpido!”, podría sintetizar la premisa de cómo la división sexual del trabajo y sus vigentes roles de género —mujer cuidadora/hombre proveedor— explican en España el 18.72% de la brecha salarial, el 33% de la brecha de las pensiones, las dos horas de diferencia diaria en las labores domésticas y de cuidado que las mujeres dedican frente a los hombres, que sean ellas quienes ocupan el 75% de los contratos laborales a tiempo parcial y quienes en un 87% piden excedencias por cuidados de menores. Si hacemos un zoom a la Región de Murcia, nos encontramos con que la brecha salarial se eleva a un 20.7%, con un 7% más de desempleo femenino de larga duración frente al masculino y que 65% de los varones entre 16 y 40 años no ejercen las tareas domésticas en corresponsabilidad (21% reconoce no participar de ellas y 44% solo realiza una “pequeña parte”), todas estas, cifras oficiales.