La razón electoral tiene vericuetos que el corazón no entiende.
Es por eso que en ocasiones frente al noble impulso de confluir, se nos revela y rebela la incómoda virtud de desconfluir.
En Murcia, y en todo el país, llevamos años de emotivos debates acerca de la virtuosa confluencia de las izquierdas. Y al final es probable que se imponga la testaruda evidencia de los últimos comicios, la incómoda verdad de que lejos de sumar, se resta. La derecha lo dejó patente en Andalucía. Ni un voto se ha escurrido a su oferta tripartita.
Al votante actual no parece conmoverle esa épica de la unidad popular. Al contrario, demanda variedad, gusta de votar a la carta, desea encontrar su opción en el menú electoral.
Hablamos hoy de europeas, autonómicas y municipales. En todas, a diferencia de las generales y sus limitadas circunscripciones provinciales, el resultado es bien proporcional. La confluencia, el acuerdo, debe venir después, cuando haya mimbres para gobernar o para hacer oposición. Una coalición previa a las urnas, hecha a cara de perro en los despachos y donde nadie desea perder el relato de la tan sobrevalorada unidad, desanima a los electores. Además puede tornarse doblemente desastrosa. En primer lugar, hay muchos votantes que legítimamente guardan enorme lealtad a sus siglas, a sus tricolores, a sus hoces y martillos. Otros, sienten urticaria al ver un puño en alto. Y en segundo lugar, porque el día siguiente a los comicios todo puede saltar por los aires; el voto no ha ponderado el peso de cada parte y el espectáculo cainita aguarda al menor desliz.
¿Y cuántas opciones es razonable ofrecer? Tantas como estén en condiciones de superar el umbral que permite tener representación. IU no tendría problemas en rebasar hoy en Murcia la barrera del 3% o del 5%, según comicios, que le garantizarían representación.
Desconfluir amigablemente, no entrar en el fango es, entiendo, la única esperanza para ampliar el espectro de votantes y frenar el ascenso de esa derecha hábilmente dividida en las urnas y bien avenida tras ellas.
Pero es Madrid, el lugar en que esa desconfluencia se me antoja doblemente virtuosa.
Al principio quedé perplejo ante el último movimiento de Iñigo Errejón. Después me rendí admirado ante tanta audacia. El problema no es tanto el generar una opción electoral que se abriría al enorme caudal de voto transversal que ha dado la espalda al actual PODEMOS, sino la sarta de improperios, sapos y culebras que caen por doquier. Y sobre todo, el riesgo de que PODEMOS estalle en el resto del país, sin tiempo de articular un MÁS ESPAÑA o un MÁS MURCIA.
En Madrid, con 129 escaños en autonómicas y 57 concejales en municipales, caben perfectamente tres o cuatro opciones electorales. Nos permitiría además ponderar el peso de cada parte ante la verdadera base de electores. Mi duda es si allí sería deseable la confluencia previa de IU y el PODEMOS oficial. Por separado y frente a MÁS MADRID, difícilmente salvarían la barrera del 5%; se perderían votos y escaños.
Por una vez, estoy en sintonía con Pablo Iglesias y su gente. Presumo que por mucho que apelen a la unidad, harán lo posible por hacer inviable el acuerdo con la plataforma de Carmena/ Errejón. Confío en que llegados a tan desconfluyente y esperanzador punto, cesen las palabras gruesas y se creen los puentes por los que transiten los acuerdos cuando deban llegar; tras las urnas.