La polémica suscitada sobre la conveniencia o no de bautizar con el nombre de Juan de la Cierva y Codorníu (1895-1936) al aeropuerto de la Región de Murcia no se puede resolver con la simpleza que otorga la ceguera o el sectarismo. En el primero de los casos, la de aquellos que aseguran que este ingeniero de caminos, canales y puertos -disciplina que nunca ejerció- desconocía la utilidad que se daría al Dragon Rapide, el avión que trasladó al general Francisco Franco desde Gran Canaria a Tetuán para ponerse al frente de las tropas rebeldes el 18 de julio. En el segundo, la de los que optan por desdeñar, por una cuestión ideológica, el bagaje profesional que atesora esta figura de la aviación internacional e inventor del autogiro.
Juan de la Cierva se marchó a Londres una década antes de que estallara la Guerra Civil, en 1925, porque allí consideraba que podría ampliar sus conocimientos y proyectos aeronáuticos. En la capital británica se relaciona con representantes de la sociedad inglesa, con los que llegó a intimar. Muchos de ellos, desde un acendrado conservadurismo, contemplaron alarmados el advenimiento y la proclamación de la Segunda República española en 1931. E incluso, algunos consideraron, en su afán visionario, un peligro inminente la posible expansión del comunismo en nuestro país.
En Londres, De la Cierva coincidió con un personaje controvertido y peculiar: el periodista de origen malagueño Luis Antonio Bolín Bidwell, agregado de prensa en la embajada y corresponsal del diario conservador ABC, con quien estrechó lazos fraternales, fortalecidos por la fe monárquica que ambos profesan. A esta conexión se atribuye en 1936 el episodio de alquilar el aparato Havilland D.H.89 Dragon Rapide, con el que se traslada a Franco de Gando a Tetuán, viaje durante el que este se afeita el bigote y, según el político derechista José María Gil Robles, en el que llevaba consigo una carta, por si era interceptado, dirigida al presidente del Gobierno, manifestando su lealtad republicana.
A Bolín, que viajaba en ese avión con Franco tras incorporarse en una escala efectuada en Casablanca, lo habían alertado en mayo de 1936 de que algo gordo se estaba tramando en España. Días después del golpe, el rey Alfonso XIII entra en contacto con Benito Mussolini al que pide ayuda para los insurgentes españoles. A tal efecto, el monarca en el exilio anuncia al Duce la presencia en Roma de tres emisarios suyos para negociar la aportación de aviones italianos a la rebelión: se trata de De la Cierva, Bolín y un ayudante regio. De regreso a Londres, De la Cierva gestiona para el general Emilio Mola, considerado el director del golpe, la contratación de varios aviones de carácter civil para tareas estratégicas de los sublevados, sufragado todo ello por el imprescindible financiero Juan March.
En septiembre de 1936, De la Cierva viaja a Berlín a instancias del propio Mola. Allí contacta con Wilhelm Canaris, el jefe de la oficina de inteligencia y contraespionaje alemán, interesándose por el retraso de la munición y el armamento que los insurgentes habían solicitado a la Alemania nazi, consiguiendo acelerar los envíos a través de varios barcos que llegarán a puertos controlados por los sublevados.
Juan de la Cierva murió trágicamente en diciembre de 1936, a la edad de 41 años, en un fallido despegue del avión comercial en el que pretendía viajar de Londres a Amsterdam. Numerosas calles y plazas de nuestro país llevan su nombre, así como varios centros educativos e incluso un premio nacional de investigación que otorga el Ministerio de Educación y Ciencia. Durante la pasada legislatura, en julio de 2017, en la Asamblea Regional de Murcia, el PP y Ciudadanos votaron a favor de concederle esa denominación al aeropuerto internacional de Corvera, mientras el PSOE y Podemos lo hicieron en contra. En enero de 2019, sus instalaciones fueron inauguradas por el rey Felipe VI sin que constara nombre propio alguno en la infraestructura aeroportuaria.
En 1920, De la Cierva construyó su primer autogiro, precursor del helicóptero. En 1926, ya establecido en Londres, creó una sociedad empresarial para desarrollar este invento. En 1928, la travesía que realizó del Canal de la Mancha constituyó todo un hito para la época. Su ingente trabajo le supuso el reconocimiento público a través de diversas distinciones, tanto en el Reino Unido como en España. Pero intuir con lo que antecede que De la Cierva desconocía la utilidad del Dragon Rapide se me antoja de una candidez supina, lo que no obsta para reconocer públicamente la tremenda valía de un pionero, un precursor de la aeronáutica y un aviador excepcional.
La polémica suscitada sobre la conveniencia o no de bautizar con el nombre de Juan de la Cierva y Codorníu (1895-1936) al aeropuerto de la Región de Murcia no se puede resolver con la simpleza que otorga la ceguera o el sectarismo. En el primero de los casos, la de aquellos que aseguran que este ingeniero de caminos, canales y puertos -disciplina que nunca ejerció- desconocía la utilidad que se daría al Dragon Rapide, el avión que trasladó al general Francisco Franco desde Gran Canaria a Tetuán para ponerse al frente de las tropas rebeldes el 18 de julio. En el segundo, la de los que optan por desdeñar, por una cuestión ideológica, el bagaje profesional que atesora esta figura de la aviación internacional e inventor del autogiro.
Juan de la Cierva se marchó a Londres una década antes de que estallara la Guerra Civil, en 1925, porque allí consideraba que podría ampliar sus conocimientos y proyectos aeronáuticos. En la capital británica se relaciona con representantes de la sociedad inglesa, con los que llegó a intimar. Muchos de ellos, desde un acendrado conservadurismo, contemplaron alarmados el advenimiento y la proclamación de la Segunda República española en 1931. E incluso, algunos consideraron, en su afán visionario, un peligro inminente la posible expansión del comunismo en nuestro país.