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Escutari o la prensa informa

En la ciudad de Estambul, en la otra orilla del Bósforo, en Asia, se encontraba el Hospital Militar de Escutari del Ejército Británico. Durante la guerra de Crimea, en el mes de octubre de 1854, gracias al corresponsal del Times William H Russell llegaron noticias a Inglaterra sobre la deplorable situación de los soldados heridos trasladados a aquel lugar. Una ola de indignación recorrió el país y pocos días más tarde el Gobierno pidió a Florence Nightingale, que al frente de un nutrido grupo de enfermeras, se dirigiera a Escutari para hacerse cargo del cuidado de los enfermos y de los heridos.

Los soldados, hambrientos, heridos, delirantes y temerosos, echados en el suelo o en el mejor de los casos sobre sacos de paja, morían de tifus, de disentería y de lo que por entonces se conocía como fiebre traumática. Esta fiebre estaba relacionada por lo que sabemos hoy en día con la infección de las heridas.

Pero entonces, nada se sabía de la importancia de la asepsia ni de la antisepsia, porque tampoco era conocido ni el concepto de infección ni su origen microbiológico. Así, pese a los progresos de la anestesia, descubierta ocho años antes de estos hechos y que abrió posibilidades hasta entonces insospechadas a la cirugía, la mayor parte de los soldados operados eran víctimas de la ominosa fiebre traumática.

En estas circunstancias los cirujanos realizaban su penoso trabajo, y aquellas valerosas enfermeras trataron por todos los medios de cuidar de aquellos hombres y mejorar su alimentación y condiciones de vida. Sin embargo, poco pudieron hacer por mejorar la mortalidad por fiebre traumática tras intervenciones y amputaciones que se seguían muy frecuentemente de gangrena y septicemia.

No obstante, aquella pequeña expedición de mujeres valientes que se enfrentaron al dolor y al miedo significó el comienzo de la enfermería moderna, y solo seis años más tarde, la Nightingale fundó la escuela de Enfermería del Hospital St Thomas de Londres.

Yo he estado en Escutari. Fue hace siete años, y el viejo hospital es ahora un importante cuartel del Ejército turco. Después de cruzar el Bósforo en un ferry con el que llegamos a Asia, encontramos tremendas dificultades para acceder al cuartel y visitar el museo de Florence Nightingale que sabíamos estaba allí.

Tras una larga espera, conducido por un amable oficial, pude andar por aquellos patios y corredores, y pude aún sentir la presencia de aquellos heridos y la de aquellos que con las más rudimentarias herramientas hacían frente a los desastres de la guerra.

Combate la guerra, parece que nos dicen a cada momento los personajes de nuestra breve historia. Maldice el miedo y a los que lo siembran. Bendice a la Enfermería, nos dicen, por sus esfuerzos, por lo necesaria de su acción, de su desarrollo. Respeta a sus profesionales, a su trabajo, a sus condiciones de trabajo. Que alguien tenga algo de visión, repiten, para ir ampliando cada vez más la necesaria y utilísima colaboración con áreas cada vez también más amplias de la Medicina.

Bendice también a la prensa, especialmente en estos días, y a William H. Russell, porque la prensa son nuestros ojos, oídos y boca y cada vez que se muestra auténtica y sincera es un pilar en la garantía de nuestros derechos y libertades, y un motor para el progreso, como demostraron aquellos cablegramas que conmovieron a la sociedad y al Gobierno británico.

Como vino finalmente a decir Julien Offray de la Mettrie: “Oh tú, al que el gusanillo de escribir atormenta como un demonio y que darías todas las minas del Perú por un grano de reputación: abandona el vil rebaño de autores vulgares que corren tras los demás o que hozan en el polvo de la erudición, abandona a los pesados sabios cuyas obras parecen llanuras interminables sin flores y sin fin. O no escribas nada o toma otro camino: sé grande en tus escritos como en tus acciones, muestra al mundo un alma robusta, independiente”. Je suis Charlie Hebdo.

En la ciudad de Estambul, en la otra orilla del Bósforo, en Asia, se encontraba el Hospital Militar de Escutari del Ejército Británico. Durante la guerra de Crimea, en el mes de octubre de 1854, gracias al corresponsal del Times William H Russell llegaron noticias a Inglaterra sobre la deplorable situación de los soldados heridos trasladados a aquel lugar. Una ola de indignación recorrió el país y pocos días más tarde el Gobierno pidió a Florence Nightingale, que al frente de un nutrido grupo de enfermeras, se dirigiera a Escutari para hacerse cargo del cuidado de los enfermos y de los heridos.

Los soldados, hambrientos, heridos, delirantes y temerosos, echados en el suelo o en el mejor de los casos sobre sacos de paja, morían de tifus, de disentería y de lo que por entonces se conocía como fiebre traumática. Esta fiebre estaba relacionada por lo que sabemos hoy en día con la infección de las heridas.