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España: el mundo al revəs

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Un país que ensalza al que opera a corazón abierto y olvida a quien lucha por prever que no siempre haya que buscar la solución en la cirugía, que aplaude al deportista que ha sido condenado por Hacienda, pide pagar menos impuestos mientras espera que el Estado ayude más, un país que se ha acostumbrado a aceptar al corrupto y no le importa nada que nuestros investigadores se marchen al extranjero ante la falta de presente y futuro en la comunidad que invirtió en su formación, un país que no apuesta por los nutricionistas en sus hospitales públicos y luego se queja de que por culpa de la obesidad nuestra factura sanitaria es insostenible es un país que anda en sentido inverso a la razón.

Un país que rinde pleitesía a las casas de juego en vez de volcarse en la cultura, un país cuyos políticos anteponen su interés partidista al interés general, que es capaz de cualquier cosa con tal de recuperar un poder que la ciudadanía le privó con una simple y letal papeleta.

Un país que debería haber desenterrado a sus muertos de las cunetas y casi ochenta años después aún hay gente que tiene miedo a mirar el pasado, una España que aún vitorea un pase de pecho mientras el animal se desangra por la arena, una sociedad que echa de menos a un dictador, una Región que no quiere saber nada de los asesinatos y torturas que se produjeron en su Cárcel Vieja es una sociedad  que difícilmente se rebelará contra la desigualdad.

Una ciudadanía que cree que el derecho a saber y la transparencia es un lujo que no puede permitirse, una comunidad que se resigna a acoger en sus casas a sus hijos en edad escolar un día por semana, una Región que en vez de contratar más médicos, enfermería y rastreadores, opta por la política de Poncio Pilatos, y deja todo en manos de la providencia es una sociedad condenada a viajar siempre en el vagón de cola.

Por eso, cuando veo a miles de mujeres sacar su orgullo por las calles, a una alcaldesa homenajear a las mujeres trabajadoras que sacaron adelante familias, empresas y ciudades, a colectivos dispuestos a sacar a sus muertos y sus historias de debajo de la tierra hasta con sus propias manos limpias de odio y rencor, cuando veo a una enfermera trabajar 24 horas seguidas mientras escucha en las noticias que un puñado de imbéciles han organizado una fiesta en un chalet de Aravaca y sus ojos se llenan de rabia, mientras observo cómo una profesora se llena de mascarillas e ilusión e intenta explicar la tabla del siete a sus alumnos, y sigo admirando a esas educadoras infantiles limpiando y educando a sus alumnos de 0 a 3 años, o esas trabajadoras que están haciendo la vida más fácil a miles de personas dependientes mientras sus huesos se deshacen, o cuando ves gente nadando contracorriente, sólo con un ERTE como compañero de viaje, cuando veo todo esto, es cuando dejo de creer en este país y confío sólo en el ser humano y su capacidad de luchar y amar.

Ojalá esta gente el día de mañana eche la vista atrás y vea que como dice la famosa canción de un club inglés a miles de personas con una gran pancarta: ‘Nunca caminaréis solas’.

Un país que ensalza al que opera a corazón abierto y olvida a quien lucha por prever que no siempre haya que buscar la solución en la cirugía, que aplaude al deportista que ha sido condenado por Hacienda, pide pagar menos impuestos mientras espera que el Estado ayude más, un país que se ha acostumbrado a aceptar al corrupto y no le importa nada que nuestros investigadores se marchen al extranjero ante la falta de presente y futuro en la comunidad que invirtió en su formación, un país que no apuesta por los nutricionistas en sus hospitales públicos y luego se queja de que por culpa de la obesidad nuestra factura sanitaria es insostenible es un país que anda en sentido inverso a la razón.

Un país que rinde pleitesía a las casas de juego en vez de volcarse en la cultura, un país cuyos políticos anteponen su interés partidista al interés general, que es capaz de cualquier cosa con tal de recuperar un poder que la ciudadanía le privó con una simple y letal papeleta.