No es la primera vez que escribo, en esta sección, sobre el creciente racismo que sufre la Región de Murcia. Ni será la última. Desgraciadamente. Hace unos meses, afirmé en Twitter que el racismo y la xenofobia constituían, a día de hoy, un problema estructural para esta comunidad autónoma. Y la reacción de algunos representantes de la Murcia eterna y casposa no se hizo esperar, acusándome abiertamente de enajenado y de no pisar la realidad. Pues bien: las calles de las ciudades más importantes de la región -con Cartagena a la cabeza- están siendo invadidas por pintadas islamófobas, ante la indiferencia de las autoridades correspondientes que ni las borran ni las denuncian.
El paupérrimo nivel cultural medio de esta región la ha convertido en una presa fácil para la extrema derecha. El concepto de 'extrema derecha', en la Región de Murcia, resulta peligrosamente más laxo de lo que en un principio se podría pensar, ya que, bajo los principios defendidos por aquella, habría que incluir también a esa 'nueva derecha' encarnada por las jóvenes generaciones del PP. La expresión 'nueva derecha' fue empleada por primera vez a partir de 1965 en el contexto estadounidense para referirse a una derecha liberada de sus complejos con respecto al liberalismo en el sentido anglosajón del término. Como afirman Jean-Yves Camus y Nicolas Lebourg, en su imprescindible libro 'Las extremas derechas en Europa', esta 'nueva derecha' se caracteriza por ser “ultraconservadora, impregnada de valores religiosos y a menudo populista, antiigualitaria y que tolera mal la desagregación racial”. De la mano de López Miras, y bajo la “protección genovense” de García Egea, el PP de la Región de Murcia ha transitado, en breve espacio de tiempo, desde la tradición liberal inglesa hacia el 'diferencialismo' xenófobo de la 'nueva derecha'.
Lo que, en rigor, supone decir que, en el momento presente, las diferencias entre el PP y Vox resultan en muchos casos inapreciables. De hecho, la incorporación de una consejera de ultraderecha al Consejo de Gobierno no ha adquirido la forma de una enfermedad que había que combatir, sino la de una vacuna contra las políticas igualitarias y la conquista de derechos.
La aclaración de esta circunstancia resultaba fundamental para entender el crecimiento exponencial del racismo y la xenofobia en la Región de Murcia. Las instituciones gobernadas por el PP -Comunidad Autónoma y Ayuntamiento de Cartagena- no aportan una alternativa democrática nítida y contundente a la alterofobia de la extrema derecha. En lugar de actuar como elemento de contraste con respecto a la autofilia -la exaltación del 'nosotros'- de los ultras, mantienen un silencio cómplice que, por inacción, otorga la razón a los que pretenden defender, a toda costa, la pureza y quintaesencia de 'nuestra' cultura.
El elevadísimo tanto por ciento de jóvenes de la Región de Murcia que reconocen comportamientos machistas con sus parejas -casi un 65%- induce a pensar que las nuevas generaciones no solo no vienen a deslegitimar el pensamiento excluyente y violento de la extrema derecha y de la nueva derecha, sino que, por el contrario, constituyen su auténtico fundamento. Los jóvenes murcianos han visto en las ideas ultras una suerte de asidero contracultural al que agarrarse y proyectar todas sus frustraciones. El radicalismo que anida en la estructura social de este territorio no se expresa principalmente a través de la población más madura, sino en una juventud rayana en el nihilismo, que ha tomado el odio hacia el inmigrante como una forma de integración social. A mayor juventud, mayor radicalidad; circunstancia esta que se manifiesta igualmente en el ámbito político, en el que los jóvenes que sostienen la nueva derecha la han transformado en una realidad vieja y con un tufo insoportable a naftalina, cuyos aires nostálgicos atraen sorprendentemente a la generación digital.
Si perdemos la juventud, habremos dejado escapar la mayor posibilidad de cambio que tiene esta región. Y la estamos perdiendo. El fracaso del modelo educativo en el contexto nacional se agudiza exponencialmente en esta comunidad autónoma, empeñada en convertir -a través de inventos como el pin parental- la escuela en un espacio de fomento de las desigualdades y de la homogeneización social. Cada pintada xenófoba es una derrota social y una confirmación de la involución que sufre 'la mejor tierra del mundo'. A cada segundo que pasa y no reaccionamos, la Región de Murcia se convierte en un territorio cada vez más inhabitable.