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Todo para el feminismo pero sin el feminismo

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Decía Simone de Beauvoir que “bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”, y en ésas estamos.

Que la “ley trans” está suscitando polémica y cosechando críticas desde el feminismo, es algo que a estas alturas ya no pasa desapercibido. Lo que parece menos claro es quién las articula y cuál es la base de su crítica.

Leer a Ione Belarra vincular esas críticas a la futura ley con grupos reaccionarios, nos da una medida de la estrategia orquestada para confundir el feminismo y su crítica a la ley y a su marco teórico, con ideologías conservadoras o de extrema derecha, desautorizando a través del desprestigio y la mentira cualquier debate. En los últimos meses hemos asistido a la comparación de la autodeterminación de sexo con el derecho al aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, construyendo así un relato de fobias y odios que desactiva las preguntas que el tema pueda suscitar ante el temor de la presunción de transfobia.

Creo que no es necesario ahondar en las diferencias jurídicas y las implicaciones que tiene cada supuesto, pero sí me gustaría, siguiendo la senda de la comparación, recordar que para abortar y casarte tienes que acreditar una serie de circunstancias y cumplir algunos requisitos, además de expresar la voluntad de hacerlo.

Con este panorama, no es de extrañar leer y escuchar mantras vacíos de todo significado como que el feminismo busca oponerse o eliminar derechos a las personas trans, incluyendo derechos fundamentales. No cabe más que preguntar, ¿qué derechos? Y ¿trans qué?

El feminismo, como teoría, analiza el papel social y político de la mujer y cómo el sexo y nuestra capacidad reproductiva es el factor determinante que marca nuestra posición de subordinación. Para ello la sociedad patriarcal se vale del género, la construcción social a través de la cual se dota de cualidades personales y estereotipos a una y otra categoría sexual, y que sirve de herramienta para justificar la opresión de la mujer.

La confusión generalizada entre estos dos conceptos, sexo y género, usándose indistintamente para referirse a una misma realidad, es campo abonado para la proliferación de una asimilación del género como inherente a la naturaleza humana y una peligrosa vuelta al rosa y al azul, a los cerebros de mujeres y hombres y al “hazlo tú, que esto es cosa de mujeres”.

El género no se escoge, el género se impone. Se impone a través de la socialización, y la maquinaria se pone en marcha con la ecografía en la que se anuncia el sexo del futuro ser humano. Esta imposición, tal y como denunciamos las feministas, implica grandes cargas de sufrimiento, principalmente para las mujeres, pero también para todas esas personas que se rebelan contra él. Por otro lado el sexo no se asigna, se observa. No es una construcción social.

Desde la perspectiva feminista lo tenemos claro: hay que abolir el género, no reforzarlo.

Que la autodeterminación de sexo y cambio registral, sin más requisito que la mera declaración de voluntad, genera una inseguridad jurídica y desactiva cualquier instrumento de control sobre fraude de ley, lo explica muy bien Elisa Beni en un articulo publicado por este medio hace unos días.

Además de estas cuestiones jurídicas, esta autodeterminación plantea otras preguntas de importantísima respuesta, como por ejemplo: ¿qué pasara con la recogida de datos para elaborar las estadísticas de impacto de género o médicas?, ¿que implicaciones tendrá para nuestros espacios y cuotas la aparente inocuidad y facilidad para transitar entre sexos?. Si la biología no define qué es ser mujer, ¿qué es ser mujer?

En fin, sin entrar mucho más a fondo en la cuestión, es evidente que la futura ley abre serios e importantes interrogantes que deben ser abordados con total transparencia y sin recurrir al descrédito que coloca al feminismo y a las feministas en una suerte de “feminismo de Schrodinger”.

En este contexto de crítica, el pasado 26 de junio se convocaron en toda España concentraciones feministas. No todas se desarrollaron con altercados, pero en muchas tuvo que intervenir la policía para garantizar la seguridad de las manifestantes. Sin embargo en Murcia se dio un paso más.

Un grupo de personas llegó puntual a nuestra cita. Ni confirmo ni desmiento que de forma casual, pero iban equipadas con un megáfono y varias pancartas. Pronto comenzaron a acosarnos con insultos y amenazas para que no grabáramos (revisión de lo grabado a una compañera incluida). Supongo que nos querían amedrentadas, pero se encontraron con que nuestro grito no era silenciado, y supongo también que de esa frustración resultó la situación de los vídeos que ya habrás visto por redes sociales. Fue rápido, aunque no imprevisto. De repente, dos de ellas se metieron entre nosotras a patadas y tirones de pelo. Como pudimos las separamos de las compañeras que estaban siendo agredidas y llamamos a la policía. Aunque conseguimos que cesara la agresión física, los insultos e intimidaciones continuaron hasta que la policía por fin llegó. Y allí se quedaron los agentes, hasta el final, para garantizar el derecho fundamental de reunión y nuestra seguridad, porque ellas se quedaron de público.

Teorizar no deviene en violencia; y la crítica no sólo es legítima, sino que es sana y necesaria. En palabras de la gran Celia Amorós: “conceptualizar bien es politizar bien y conceptualizar mal es politizar mal”.

Lo que sí deviene en violencia es el insulto y la deshumanización. Sólo hace falta dar una vuelta por twitter y escribir “TERF” para comprobar el acoso a feministas y el ambiente de legitimidad que han creado para violentarnos.

Tampoco es algo nuevo ni que a las mujeres nos pille por sorpresa. Uno de los “privilegios cis” más aclamados es el: “calla mujer, que tú no sabes”. Tontas que no sabemos crear pensamientos complejos y que, instaladas en esa minoría de edad eterna, necesitamos pedagogía. Y como tantas mujeres ya sabemos: la letra con sangre entra.

Decía Simone de Beauvoir que “bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”, y en ésas estamos.

Que la “ley trans” está suscitando polémica y cosechando críticas desde el feminismo, es algo que a estas alturas ya no pasa desapercibido. Lo que parece menos claro es quién las articula y cuál es la base de su crítica.