Ayer, con motivo de la sesión constitutiva de las nuevas Cortes Generales, cesé de mis funciones como Portavoz en la Cámara Alta. No lo había hecho antes por pertenecer a la diputación permanente del Senado. Ni que decir, que ha sido una honor y un privilegio.
Echando la vista atrás, es inevitable. Qué lejos queda aquella noche, cuando Fran Hervías vino a Murcia a cortarme la cabeza en favor de los futuros tránsfugas, por haber resultado un elemento incómodo para el PP. No en vano habíamos sacado a un presidente por sus problemas con la corrupción, y habíamos sentado en la comisión de investigación de la desaladora a otro ex presidente. Era lógico y entendible que en ese partido, no tuviera precisamente un club de fans. Y eso que yo no tenía nada contra los Populares, ni contra ningún otro partido. Solo pretendía regenerar la vida pública y política. Al igual que hicimos en Andalucía con el PSOE, en Murcia tocaba sacar al PP. De hecho, así se lo transmití a la cúpula de mi partido. Pero por aquel entonces, el ahora asiduo del papel cuché, Albert Rivera, tenía otros planes. Así es que el que sobraba era yo.
Recuerdo que me ofrecieron ir de número uno al Congreso, pero ese lugar ya lo ocupaba mi amigo Miguel Garaulet. Y ya saben el dicho, “no le hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”. Así es que lo rechacé. Entonces me ofrecieron ir al Senado, pero yo en un principio no lo veía claro. Incluso pensé en dejar la política y volver a la vida civil. Pero entonces apareció una persona fundamental en mi vida. Mi padre, me dijo que nosotros procedíamos de una familia humilde, que su padre (mi abuelo de mi mismo nombre y apodado Capel), había sido pastor de ovejas, y que él mismo había empezado guardando ganado antes de irse a la guardia civil. Y que él se sentiría muy orgulloso de tener en la familia a un hijo Senador del Reino de España. Que además, yo no había hecho nada malo para sentirme frustrado, que los malos eran otros. Y que si me quedaba en Murcia, con la maquina de picar carne humana en que se había convertido Ciudadanos en la Región, donde se estaban literalmente matando (como luego trascendió), iba a salir trasquilado. Porque aquello iba a acabar como el rosario de la Aurora. La verdad es que no pudo ser mas premonitorio.
A mi padre le tengo que agradecer, haber aceptado el cargo y haberme ido a Madrid.
Porque el caso es que en estos cuatro años en la Capital, he tenido la oportunidad de conocer a los reyes, al presidente del Gobierno, a todos los ministros, a embajadores, a directores de periódico, como por ejemplo a Ignacio Escolar, y a muchos políticos de todo signo. Amén de participar en la tramitación casi 100 leyes, en concreto 99. Ha sido una experiencia impagable.
Solo añadir, para terminar, que hoy he tenido la oportunidad de despedirme personalmente de políticos de todo color. PP, PSOE, Vox, Esquerra Republicana, Gueroa Bai, UPN, PAR, PRC, Teruel Existe, o Más País… A todos les he transmitido que en Murcia tienen su casa y un amigo, y de todos ellos he recibido la misma respuesta.
Me voy con una lección aprendida. Y es que la política, como el resto de ámbitos de la vida, más allá del ruido y de los debates, está formada por personas, con sus defectos y sus virtudes. La mayoría de ellas buenas, y que merecen muy mucho la pena.
Aunque como decía alguien, creo que fue Anasagasti: “Me llevo a casa amigos de casi todos los partidos…menos del mío”. En mi caso también me llevo algunos amigos, hasta de mi partido.
Ayer, con motivo de la sesión constitutiva de las nuevas Cortes Generales, cesé de mis funciones como Portavoz en la Cámara Alta. No lo había hecho antes por pertenecer a la diputación permanente del Senado. Ni que decir, que ha sido una honor y un privilegio.
Echando la vista atrás, es inevitable. Qué lejos queda aquella noche, cuando Fran Hervías vino a Murcia a cortarme la cabeza en favor de los futuros tránsfugas, por haber resultado un elemento incómodo para el PP. No en vano habíamos sacado a un presidente por sus problemas con la corrupción, y habíamos sentado en la comisión de investigación de la desaladora a otro ex presidente. Era lógico y entendible que en ese partido, no tuviera precisamente un club de fans. Y eso que yo no tenía nada contra los Populares, ni contra ningún otro partido. Solo pretendía regenerar la vida pública y política. Al igual que hicimos en Andalucía con el PSOE, en Murcia tocaba sacar al PP. De hecho, así se lo transmití a la cúpula de mi partido. Pero por aquel entonces, el ahora asiduo del papel cuché, Albert Rivera, tenía otros planes. Así es que el que sobraba era yo.