Viajamos en un sistema de destrucción de cuidado permanente que fomenta el individualismo y la reivindicación enfermiza de la voluntad por encima del deseo y del reconocimiento del otro como un sujeto de afecto, arramblando así con la escucha y huyendo de la conciencia sobre el propio cuerpo y por tanto del espacio que nos rodea. Crecemos educados en la búsqueda de la felicidad permanente y educadas en la entrega de amor y cuidado. Siempre la misma canción del ¨yo¨ mediatizado por lo estético que nos saca de la órbita de encuentros reales y presentes que estén construidos sobre la vida (y la muerte) como ejes esenciales. No recuerdo haber sacado el billete para este (complicado) trayecto pero ya que estoy aquí no voy a bajarme del tren. Y no necesito que el viaje sea en alta velocidad. Lo que quiero y deseo es que el viaje sea largo, lleno de aventuras y conocimiento. Y sensaciones también. Allá voy.
Nos están construyendo muros que atraviesan la ciudad, como si no tuviéramos bastante con los que son invisibles a los ojos rápidos. Muros que atravesarán también las vidas de nuestras hijas e hijos; como nos atraviesan las paredes de prejuicios y miedos estancados que no dejan que nos acerquemos, que nos cuidemos. Esas malditas paredes.
A ver, un momento, para el tren y de paso lo soterráis ya. No quiero seguir sin recordar que desear vivir en una ciudad cuyos barrios funcionen libres de barreras no nos convierte en delincuentes. Los delincuentes no somos nosotras ni nosotros.
Sigo. Y me pregunto qué es lo que dice la RAE acerca del significado de ¨cuidar¨. En su primera acepción me encuentro con un significado de cuidar que no me convence demasiado:1. Poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo. Tampoco me llega la segunda acepción: 2.Asistir, guardar, conserva¨. Echo de menos un componente más humano en estas definiciones y quiero que pese a todo nos conservemos, que nos mantengamos vivas y sin daño. ¿Por qué no puedo evitar pensar en muebles con varias capas de barniz en lugar de en seres humanos al leer esto?
Cuidar no es solo eso. Siempre me ha convencido la cuarta acepción de ¨cuidar¨ acuñada por esa Institución integrada por señores que no sé cómo ni qué asistían o conservaban. Porque sólo cerca del veinte por ciento de las integrantes de la RAE son mujeres, y hasta hace bien poco la presencia femenina (y de perspectiva de género) era prácticamente inexistente. Quiero, deseo, que cuidar tenga que ver con ¨darnos buena vida¨ y no tiene ninguna guasa que nuestra acepción preferida ocupe el cuarto lugar en la retahíla de definiciones. Me imagino a un señor con voz ronca y traje oscuro parloteando así: -.Esas chorradas de darnos buena vida y demás apúntelas al final señor escribano, que tenemos muchas cosas que hacer.
Hacer. Hacer. Hacer. Hacer cosas como desplegar desde algún privilegio el poder para dejar sin pagar ocho meses de salarios de los años 2016 y 2017 a 300 trabajadoras del Servicio externalizado de Ayuda a Domicilio del Ayuntamiento de Murcia. Hacer cosas como decidir en base a criterios masculinos quienes son los mejores para estar o no estar en los lugares que ellos quieran. Hacer cosas como ordenar a policías llevar subfusiles de asalto a una concentración pacífica y legítima. Hacer sin cuidar. Hacer sufrir. Hacer más muros de precariedad. Hacer posible el ¨buen vivir¨ de unos pocos. En fin, vámonos yendo y viniendo.
Yendo al ¨buen vivir¨. Ese que lo mismo nos acaricia meciéndonos en el vaivén de un mar de arte en la voz de Rocío Márquez, bien agarradicos al compás de una guajira debajo de un cocotero. Ese que nos deja extasiadas al admirar el crecimiento mágico de una judía trepadora que con sus ocelos alcanza su asidero tras varios días de tranquilo y sinuoso baile, a veces circular, a veces elíptico, en un eterno ir y venir. Porque las plantas ven, y de que manera. (esto lo descubrí hace poco en una ponencia sobre Cognición Vegetal y flipé mucho).
Y viniendo. Reconociendo nuestras vergüenzas y miedos; dejándonos atravesar por la vida naturalizando la debilidad y la vulnerabilidad que nos desnudan y nos hacen casi iguales. Reconociendo privilegios, tejiendo redes de apoyo y cuidado ofreciéndonos así de manera real el lugar que deseamos y que nos corresponde en este loco mundo. Compartiendo con ellas y con ellos las alegrías y los pesares. La Paquera de Jerez en los ¨Tientos del Querer¨ clamaba que aquel que supiera de pena fuera a verla sufrir, poca broma. Saber de pena, o más bien sentir como te raja las vísceras para así poder compartirla. Y entonces amen, así sin tilde.
Cuidar no puede, no debe concebirse sólo como una redundancia consistente en proporcionar lo necesario, en términos materiales, para ¨estar en buen estado¨. ¨Estar en buen estado¨. Ja. Y yo con estos pelos. Y la ciudad partía en dos. Cuánta fatiguilla doble, mare. ¡Qué cuidar también es otra cosa! ¿Qué tal si hablamos de nuestras frustraciones y miedos? ¿Y si reconocemos nuestras vergüenzas y privilegios? ¿Las abordamos en otra vida? No hay otra vida más allá de la de hoy. Ya lo dice una letra de fandango: no te vas a llevar na/ el día que tu te mueras/mira si eres inocente/que crees que te va a librar/ el dinero de la muerte. Pues eso, a ir y venir.
Viajamos en un sistema de destrucción de cuidado permanente que fomenta el individualismo y la reivindicación enfermiza de la voluntad por encima del deseo y del reconocimiento del otro como un sujeto de afecto, arramblando así con la escucha y huyendo de la conciencia sobre el propio cuerpo y por tanto del espacio que nos rodea. Crecemos educados en la búsqueda de la felicidad permanente y educadas en la entrega de amor y cuidado. Siempre la misma canción del ¨yo¨ mediatizado por lo estético que nos saca de la órbita de encuentros reales y presentes que estén construidos sobre la vida (y la muerte) como ejes esenciales. No recuerdo haber sacado el billete para este (complicado) trayecto pero ya que estoy aquí no voy a bajarme del tren. Y no necesito que el viaje sea en alta velocidad. Lo que quiero y deseo es que el viaje sea largo, lleno de aventuras y conocimiento. Y sensaciones también. Allá voy.
Nos están construyendo muros que atraviesan la ciudad, como si no tuviéramos bastante con los que son invisibles a los ojos rápidos. Muros que atravesarán también las vidas de nuestras hijas e hijos; como nos atraviesan las paredes de prejuicios y miedos estancados que no dejan que nos acerquemos, que nos cuidemos. Esas malditas paredes.