La semana pasada, en la biblioteca municipal que lleva su nombre en Molina de Segura, se conmemoró el centenario del nacimiento del escritor Salvador García Aguilar, ganador del Premio Nadal 1983. Es sorprendente como, casi diez años después de su muerte, el mundillo literario parece seguir ajustando cuentas con este intruso en el universo de las letras. García Aguilar, autodidacta pero lector voraz, sorprendió hace cuarenta años con un relato histórico ambientado en el mundo vikingo y anglosajón, que fue galardonado con el premio de novela de mayor prestigio que se concedía en este país. Sin embargo, este escritor secreto y cuasi clandestino, que compatibilizó su verdadera pasión con el trabajo de administrativo en una empresa de conservas, se negó a enrolarse en el circuito de presentaciones, conferencias, entrevistas, agasajos y demás obligaciones a las que se ven sometidos los escritores de éxito. Prefirió permanecer en el estudio de su casa, alejado, leyendo y escribiendo, que era lo que en realidad le apetecía a un hombre al que la gloria le llegó cuando rondaba la sesentena.
García Aguilar ganó el Nadal en enero de 1984 y, desde entonces, apenas tuvo reconocimientos públicos, excepción hecha del título de hijo adoptivo de Molina de Segura, la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida, o en Rojales, su alicantino pueblo natal, que abandonó muy niño. Y de la Asociación de la Prensa de Murcia, que lo distinguió en 1984 con el Laurel. En 2007, dos años después de su muerte -por lo que él no pudo verla-, se inauguró en la primera de estas poblaciones citadas una biblioteca municipal a la que, con buen criterio de sus gobernantes, pusieron su nombre. Y no hubo más. Ni medalla de oro de la Región, ni doctorado honoris causa, ni homenaje que se precie colocando su nombre a edificio público alguno o dependencia en la capital...
Ahora, al cumplirse cien años de su nacimiento, la biblioteca molinense, en colaboración con el Ayuntamiento local, organizó una serie de actos, modestos pero entrañables, en los que tuve el honor de participar. Me extrañó el poco interés que estos despertaron entre los colegas y paisanos del escritor, a muchos de los que no vi la noche en la que, junto al alcalde de Molina de Segura, José Ángel Alfonso, el profesor Miguel Ángel Gonzalez, amigo personal de García Aguilar, y la poeta Juana J. Marín Saura, hablamos de él. Y eso que lo tienen encuadrado como el primer meteorito en el firmamento de escritores molinenses.
Poco tiempo después de que García Aguilar obtuviera el Nadal, un admirado lector de su Regocijo en el hombre (Destino, 1984) fue hasta la Feria del Libro de Madrid para conocerlo. Llegó a la caseta de la editorial y se sorprendió de que tras una torre de libros estuviera el autor más solo que la una. Se saludaron, este le dedicó su obra y ambos se marcharon a tomar unas cañas ante la inusitada expectación que el ganador del Nadal había despertado en el evento. Aquel lector, Francisco Sosa Wagner, jurista, catedrático y, años después, eurodiputado, ya lo tuvo entonces tan claro como el que suscribe, respecto al vacío que se le practicó, enunciando esta sentencia: “A este hombre había que tratarlo como un paréntesis en la bazofia que se ensalza en los círculos madrileños, por lo que era preciso olvidarlo cuanto antes”.
Es sorprendente la indiferencia con que el mundo de la cultura, en general, ha tratado durante años a un escritor que es poseedor del premio de mayor prestigio literario que atesora alguien con origen en la Región de Murcia. Quizá un reconocimiento oficial de mayor enjundia en su centenario hubiera paliado en algo este desdén. Aunque nos resulte difícil de imaginar en unos tiempos donde la atención de determinados responsables culturales parece estar más encaminada hacia la pachanga festivalera que hacia una cierta ilustración.
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