Cada vez es más difícil hacer frente como sociedad civil ante una tragedia como las inundaciones en la Región de Murcia. De una manera episódica, el fenómeno de las lluvias torrenciales y las inundaciones del territorio, vienen produciéndose en nuestra historia reciente con impactos cada vez más brutales. La memoria histórica cercana nos remite a inundaciones como las de 1946, 1948, 1973 y 1987.
Lo primero que hay que expresar, es la solidaridad con las personas que han sufrido sus efectos directos en las pérdidas de sus viviendas y sus bienes y a las que es necesario el apoyo de todas las instituciones, municipales, autonómicas y estatales. Lo segundo, es reflejar el excelente nivel de organismos e instituciones que han trabajado en la gestión de las emergencias para estas situaciones y, lo tercero, es intentar aportar algunas reflexiones sobre los porqués de estos episodios que se materializan en graves impactos en las personas, en el territorio y en el medio ambiente así como plantear la necesidad urgente, imperiosa, de reorientar las medidas para minimizar las avenidas en una región tan frágil ante los desastres naturales.
Conviene recordar que después de la última gran inundación de 1987 se puso en marcha un Plan de defensa de avenidas en la cuenca del Segura. Desde los poderes públicos se nos aseguraba que, en el medio plazo, no volvería a suceder los impactos que tuvo una inundación como aquella. Ahora, sin hacer leña del árbol caído, conviene preguntarse ¿Por qué este plan no ha servido para nada? ¿Quién hará una autocrítica sobre las medidas e infraestructuras realizadas? ¿Quién dimitirá? La respuesta es obvia: nadie. Frente a esta inacción es necesario aportar, sin ser agorero ni pontífice, alguna de las causas de estos desastres periódicos.
Es un lugar común la existencia de una normativa abundante que obliga a respetar las zonas inundables. La práctica realidad es que no se cumple. Esto significa que la principal causa del incremento de los daños por inundaciones es la creciente ocupación de zonas inundables por viviendas, infraestructuras y equipamientos, lo que incrementa la exposición de población y bienes cuando se producen inundaciones.
A este urbanismo descontrolado, se han unido medidas de encauzamiento del Segura, manifiestamente mejorables, algunas veces de manera forzada, eliminando meandros y aliviaderos del río y otras infraestructuras como jardines y aparcamientos subterráneos. La ausencia de vegetación en márgenes más allá de los cascos urbanos, con la ausencia del bosque de ribera, que es un elemento de apantallamiento y disminución de las crecidas, aumentan los impactos de las lluvias torrenciales y las avenidas.
La expansión sin control de los regadíos intensivos y la agricultura industrial ha cambiado la dinámica hidrológica de amplias zonas de nuestra región, lo que ha supuesto el incremento de la cantidad de la escorrentía, unido también al aumento de la velocidad de las masas de agua cuando se producen lluvias torrenciales.
De esta manera, los efectos de las lluvias torrenciales aguas abajo de los cauces son más intensos, llegando más volumen de agua y en menos tiempo, lo que da lugar a acumulaciones y picos de avenida mayores. Es necesario implementar medidas naturales de contención de aguas, que aumenten la retención de agua y suelo y reduzcan el riesgo de inundaciones. Es necesario recuperar la vegetación natural en espacios agrarios, con setos y vegetación en linderos También hay que recuperar la red de drenaje natural, gravemente alterada por una agricultura intensiva que explota la máxima superficie posible.
Otras acciones deben tener como objetivo reducir y laminar los caudales en la red de saneamiento y minimizar los daños por inundación en zonas urbanas. Hay que reducir la impermeabilización del suelo urbano, incrementando las superficies vegetadas a través de zanjas filtrantes, pavimentos permeables, humedales artificiales y jardines de lluvia.
Es necesario realizar un censo de viviendas y equipamientos en zonas de riesgo elevado (colegios, centros sanitarios, residencias de mayores, grupos poblacionales desfavorecidos). Hay que trabajar por la eliminación de viviendas e infraestructuras en zonas de alto riesgo, aunque sea impopular, y salir del marasmo y de la pasividad de las diferentes administraciones regionales, con el objetivo de que se adopten medidas de prevención y gestión adaptativas. En definitiva, convertir el verbo inundar en algo del pasado.
Cada vez es más difícil hacer frente como sociedad civil ante una tragedia como las inundaciones en la Región de Murcia. De una manera episódica, el fenómeno de las lluvias torrenciales y las inundaciones del territorio, vienen produciéndose en nuestra historia reciente con impactos cada vez más brutales. La memoria histórica cercana nos remite a inundaciones como las de 1946, 1948, 1973 y 1987.
Lo primero que hay que expresar, es la solidaridad con las personas que han sufrido sus efectos directos en las pérdidas de sus viviendas y sus bienes y a las que es necesario el apoyo de todas las instituciones, municipales, autonómicas y estatales. Lo segundo, es reflejar el excelente nivel de organismos e instituciones que han trabajado en la gestión de las emergencias para estas situaciones y, lo tercero, es intentar aportar algunas reflexiones sobre los porqués de estos episodios que se materializan en graves impactos en las personas, en el territorio y en el medio ambiente así como plantear la necesidad urgente, imperiosa, de reorientar las medidas para minimizar las avenidas en una región tan frágil ante los desastres naturales.