Mi compañero de piso ha llegado a casa mosqueado con uno de su trabajo por el temita de Telegram y el juez Pedraz. El tipo, me cuenta, le ha soltado nada más llegar al curro que -Eso ha sido el gobierno este que tenemos-. Mi compañero ha intentado razonar con el suyo que la movida iba por otro sitio, que poco que ver tiene el poder político con el judicial y menos aún en este país; pero él, erre que erre, culpaba al Gobierno y al perrosanxe y a Óscar Puente -ya que estamos-. En el diagrama de flujos de los razonamientos de mucha gente, los políticos son la respuesta a todo. Los políticos: entiéndase un ente homogéneo y licuado de ladrones encorbatados que sulfatan sus cuentas en Suiza con nuestro IRPF (o algo por el estilo), epígonos de Belcebú sin mayor vocación que la de la servidumbre al mal y a la codicia; seres despersonalizados, reptilianos y ruines. No vengo a romper este prejuicio; soy anarquista, debería pensar lo mismo, aunque no lo piense.
Esta semana me han escrito un montón de amigos de fuera, casi todos diciendo lo mismo. -¿Y esto?- y una imagen de Fernando López Miras corriendo en una cuadriga por las calles de Lorca en la procesión del Viernes de Dolores. Casi todos me preguntaban y yo no sabía qué decir aparte de -Yo qué sé, pero mola-, porque cuando pasan estas cosas (y cuando le pasan a Fernando más concretamente) nadie se hace las preguntas adecuadas. Para empezar, ¿por qué le quedan tan bien las galas imperiales? ¿Es un genio de la comunicación, se la pela todo o es un flipao sin sentido del ridículo? Si se dan las tres al mismo tiempo, podemos tener delante a un monstruo de la política nacional. Mira a Pablo Iglesias si no me crees. Preguntas, pero no en la dirección correcta. A ver si no va a poder uno subirse a una cuadriga sin que le sometan a un tercer grado. Ahora no es difícil imaginarlo con túnica blanca de cinto carmesí, un ramillo de laurel como un cigarro en la oreja de un gorrilla y diciendo Carthago Nova delenda est. A veces se siente uno en una ucronía. El estoicismo, de moda. Meditaciones, agotado en las librerías. Los chavales haciendo remo en el gimnasio como en galeras romanas y leyendo a Zenón de Citio. Calculamos el sueldo en aceite. Los salvajes siguen estando al otro lado del Rin. El otro, disfrazado de Marco Tulio Cicerón. ¿Vestirse de romano en semana santa no es como vestirse de las SS el día del Holocausto? Déjenle en paz, hombre.
A veces -solo a veces- los políticos son más personas que políticos. No por ello dejan de ser políticos, mangurrianes disfrutones que han cosechado el título de campechanos a base de soltar gracias en la tele como Miguel Ángel Revilla o el rey emérito, pero su humanidad, en el sentido más neutro de la palabra, se desborda en sus acciones. Estos personajes sufren una mesianización natural porque lucen personas atrapadas por su condición de políticos y no al revés, como es el caso de Feijóo; de nuevo, preguntas: ¿alguien se imagina al líder de la oposición pasando un domingo por la tarde? A ese tío lo guardan en una nevera de viernes a miércoles, no me cabe duda. Sin embargo, no es difícil imaginarse a Revilla echando chistorras a una plancha con la radio puesta o Juan Carlos de Borbón pasando unas resacas que ni Charlie Sheen en Abu Dabi, como tampoco es complicado imaginar al presidente de la Región de Murcia cantando la Nochentera con diecisiete gintonics encima pasándoselo como cualquier tipo de su edad un domingo por la tarde. A Pedro Sánchez no me cuesta imaginarlo jugando al basket, pero es tan presidenciable que solo lo imagino encestando con Obama y Pau Gasol; el barrio le queda lejísimos.
En la procesión del viernes, la persona y el político se hicieron uno, desbordándose mutuamente la bestia con el osito disfrutón; el lorquino devoto y castizo con el oponente de José Ángel Antelo al que quiere demostrar quién lleva los mandos del Gobierno. López Miras ha tenido una gran inteligencia a la hora de leer la coyuntura de su partido, de instaurar un nuevo relato con lo mejor de la herencia de Valcárcel (Agua para todos) llevándolo a otro nivel, alcanzando la resonancia tan liberal en un partido tan conservador. Sin embargo, no puedo evitar pensar que, en el fondo, Fernando López Miras es una buena persona; una buena persona que ha dado con un chollazo y al que -estoy seguro- todo esto de la política le da bastante igual; una buena persona de políticas nefastas, socios tóxicos y titiriteros perversos, no se nos olvide, pero que demuestra con estas cosas ser más persona que político. Me lo he cruzado demasiadas veces de fiesta como para pensar lo contrario. Pero esta es una columna de opinión, al fin y al cabo, y si piden la mía, solo puedo decir que hacer leña de que un político lorquino, que es muchísimo más lorquino -del Paso Blanco- que político, participe en su Semana Santa no me parece muy razonable. López Miras no necesita cargarse a nosécuántosmil ancianos ni secar Doñana para hacerse notar en la escena nacional, le basta con dejar de ser político fuera del horario de oficina.
Mi compañero de piso ha llegado a casa mosqueado con uno de su trabajo por el temita de Telegram y el juez Pedraz. El tipo, me cuenta, le ha soltado nada más llegar al curro que -Eso ha sido el gobierno este que tenemos-. Mi compañero ha intentado razonar con el suyo que la movida iba por otro sitio, que poco que ver tiene el poder político con el judicial y menos aún en este país; pero él, erre que erre, culpaba al Gobierno y al perrosanxe y a Óscar Puente -ya que estamos-. En el diagrama de flujos de los razonamientos de mucha gente, los políticos son la respuesta a todo. Los políticos: entiéndase un ente homogéneo y licuado de ladrones encorbatados que sulfatan sus cuentas en Suiza con nuestro IRPF (o algo por el estilo), epígonos de Belcebú sin mayor vocación que la de la servidumbre al mal y a la codicia; seres despersonalizados, reptilianos y ruines. No vengo a romper este prejuicio; soy anarquista, debería pensar lo mismo, aunque no lo piense.
Esta semana me han escrito un montón de amigos de fuera, casi todos diciendo lo mismo. -¿Y esto?- y una imagen de Fernando López Miras corriendo en una cuadriga por las calles de Lorca en la procesión del Viernes de Dolores. Casi todos me preguntaban y yo no sabía qué decir aparte de -Yo qué sé, pero mola-, porque cuando pasan estas cosas (y cuando le pasan a Fernando más concretamente) nadie se hace las preguntas adecuadas. Para empezar, ¿por qué le quedan tan bien las galas imperiales? ¿Es un genio de la comunicación, se la pela todo o es un flipao sin sentido del ridículo? Si se dan las tres al mismo tiempo, podemos tener delante a un monstruo de la política nacional. Mira a Pablo Iglesias si no me crees. Preguntas, pero no en la dirección correcta. A ver si no va a poder uno subirse a una cuadriga sin que le sometan a un tercer grado. Ahora no es difícil imaginarlo con túnica blanca de cinto carmesí, un ramillo de laurel como un cigarro en la oreja de un gorrilla y diciendo Carthago Nova delenda est. A veces se siente uno en una ucronía. El estoicismo, de moda. Meditaciones, agotado en las librerías. Los chavales haciendo remo en el gimnasio como en galeras romanas y leyendo a Zenón de Citio. Calculamos el sueldo en aceite. Los salvajes siguen estando al otro lado del Rin. El otro, disfrazado de Marco Tulio Cicerón. ¿Vestirse de romano en semana santa no es como vestirse de las SS el día del Holocausto? Déjenle en paz, hombre.