Manifestación de claxon, humo y cloacas

14 de septiembre de 2020 00:21 h

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El viernes once de septiembre, fatídico aniversario, la mayor agrupación de hostelería de Murcia realiza una acción de protesta. Publicaron ya un manifiesto que denunciaba medidas públicas de respuesta a la pandemia. Ahora, en su misma web piden el cese del consejero de salud Villegas por «su incapacidad para frenar la pandemia», y se han manifestado porque las medidas actuales resultan de las más severas del estado para el sector hostelero.

Salí a la calle y ahí estaba: una caravana de ruido y contaminación. Una «manifestación de poder», me dije. Me dio un arrebato cuando me encontré el espacio auditivo y el aire contaminados así. Me cabreé porque no había visto nada parecido desde que el nacionalismo españolista salió a la calle a manifestarse contra el gobierno en aquella «caravana por España y su libertad» de mayo.

Para empezar, pensé, hay que tener vehículo. Muy mala forma de demostrar lo pobre que estás, cuando tanta gente bregando por llegar a fin de mes solo se puede desplazar en transporte público. Esto es de primero de manifestaciones, claro. La mujer del césar y esas cosas.

Para continuar, vivir en la comunidad del desastre ecológico del Mar Menor y ponerse a emitir monóxido y dióxido de carbono, óxidos de nitrógeno o hidrocarburos en masa, de manera continuada y orquestada es un poema… a la polución. En pleno siglo XXI las autoridades deberían evitarlo, pero fueron las autoridades mismas, la delegación de Gobierno, quienes exigieron que la protesta fuera sobre máquinas. La posibilidad de que su descendencia tenga que luchar contra la subida del nivel del mar o la propagación de aún más enfermedades no les parece tan importante como la apariencia de que nadie se va a contagiar de SARS-CoV-2.

Los movimientos antirracistas o el orgullo LGTBIq+ crítico ya demostraron que nos podemos manifestar de manera perfectamente ordenada, manteniendo la distancia de seguridad en todo momento. Hasta hemos llegado a llevar mascarillas de sobra, cuando el uso ni siquiera estaba generalizado, o crear patrullas de cuidados para asegurar protestas libres de contagios.

A pesar de mi rabia, me iba a poner a defender el sector de la hostelería con argumentos intelectuales totalmente seductores como que «en la cultura mediterránea somos así o asá» y no se nos puede pedir que nos encerremos. Luego pensé que las políticas de los magnates de Europa y Las derechas españolas™ de fomentar masivamente el turismo (para lucrarse a través del ladrillo) también podríamos tenerla en cuenta.

Poner todos los huevos en la misma cesta tiene estas pegas. También pensé en inspirarme en las ciencias naturales escolares, recordando que las funciones vitales de los seres vivos: nutrición, relación y reproducción. Quizás la relación del ser humano con su ecosistema pasa por darse algún gusto de vez en cuando. Pero luego me he planteado que ni quiero meterme con las personas no gestantes, ni justificar con pseudobiología que salir a tomar algo pueda ser imprescindible. La misa tampoco hace falta para vivir y no me estoy metiendo con ella.

Las autoridades deniegan la calificación de cafetería a los bares, una acción política sin coste de ejecución que podría ayudar a muchísimos establecimientos a subsistir. ¿Qué menos! Mientras, se permite abrir locales de grandes emporios, las casas de juego y apuestas reciben exenciones fiscales o no se mira con la misma lupa a ciertos locales y grandes superficies de compra que no tienen problemas de liquidez.

El sector turístico, que en 2017 aportaba unos 3.409₁618.000 euros al PIB de la región no podía estar exento de tejemanejes. En su federación de hostelería encontramos esquemas de vasallaje feudal (como en esta monarquía parlamentaria). La componen varios millares de negocios: desde autónomas (con quienes se desloman para llegar a fin de mes, e incluso pagan por trabajar), hasta conglomerados internacionales con tentáculos en muchas esferas. Es muy fácil para estos últimos seguir diciendo «pero hay que estar unidos» y barrer para su casa.

Por supuesto, con estos tentáculos apoyan a la patronal en impedir la derogación de una reforma laboral leonina que se nos impuso como medida contra la «crisis». Aquella reforma desprotege a las personas en situaciones más desfavorecidas. Y una mano de obra precaria tiende a buscar trabajos mejores, rendir menos y llevarse más rollos de papel higiénico a su casa; lo que no resuelve nada a las pymes.

Así que en lugar de acabar con certezas, he acabado con más cuestiones:

●      ¿Qué poderes se entremezclan en organizaciones tan mamotréticas y vinculadas con poderes antiguos, desfasados y que no son capaces de aceptar que estamos en un momento en que hace falta solidaridad?

●      ¿Quién apoya a los locales que están cerrados porque no pueden con sus mínimos y a quienes siguen cobrando los impuestos de la terraza?

●      ¿Cómo se les llena la boca a las autoridades con «Murcia capital de la gastronomía 2020» pero siguen empobreciendo a tantos establecimientos de su tierra?

●      ¿Cuántos negocios se plantean «si esos pueden hacerlo, por qué yo no» y solo salen a la calle por este agravio comparativo?

●      ¿Por qué me enfada esto todavía? ¿Seré yo quien no ha aprendido?