“Río abajo, río abajo, río abajo:
A flor de agua voy sangrando esta canción
En el sueño de la vida y el trabajo
Se me vuelve camalote el corazón.
Jangadero, jangadero:
Mi destino por el río es derivar…“
Canción del Jangadero
Jaime Dávalos/ Eduardo Falú
-¿Qué haces? -pregunta Lady Chorima inclinándose sobre mi sillón, en el camarote grande (lo llamamos así porque es una habitación con vistas al mar).
Abierto sobre mis rodillas, tengo el volumen Oceanía, Polos y Océanos de National Geographic y encima del escritorio, La Esfinge de los Hielos, de Jules Verne, recién empezada.
-Pues tratando de ubicar las islas que nombran en esta novela: las Kerguelen (islas Desolación), Príncipe Eduardo y Tristán de Acunha. Además, estoy descubriendo un montón de cosas -respondo con entusiasmo, mostrándole los mapas-. Fíjate…
En las páginas dedicadas a cartografía marina, los continentes figuran en negro y, como si hubieran desecado mares y océanos, lo que se destaca son los fondos submarinos con sus relieves, mesetas, montes tabulares y fosas.
-Es como observar el mundo al revés -le digo-. ¿Alguna vez habías visto un mapa así?
-Parece Marte. La Esfinge de los Hielos es la segunda parte de La Narración de Arthur Gordon Pym de Poe, ¿verdad? -y añade, sin esperar respuesta- ¿Qué era Príncipe Eduardo, mecenas o explorador?
-Bueno, si empezamos a valorar los nombres que se ponen a las cosas, desde el Desierto Victoria hasta la fiebre española, no acabamos... También me ha llamado la atención lo del Tratado de la Antártida -le digo buscando las páginas 79-80- y el reparto que se han hecho de este territorio.
-Los típicos países filántropos -bromea ella- repartiéndose el mundo en porciones.
-Bueno, el Tratado es de 1959, época de descolonizaciones más bien… La cuestión es que el territorio antártico ha sido reclamado por 12 países: desde los vecinos Chile, Argentina, Australia, Sudáfrica o Nueva Zelanda hasta los filántropos de siempre: EEUU, Bélgica, Reino Unido, Francia, la URSS, junto a Japón y Noruega.
- ¿Intereses mineros y geoestratégicos? -apunta ella.
-Supongo que también en memoria de sus balleneros, cazadores de focas y navegantes pioneros… En teoría, este tratado se firmó con ánimo de conservar y proteger el continente. Están prohibidas actividades militares y extractivas, tampoco se permiten pruebas nucleares o guardar residuos radiactivos. En principio, solo se pueden hacer investigaciones científicas.
Lady Chorima tuerce la boca, poco conforme.
- ¿Sabías que existen varios cementerios nucleares alrededor de la costa de Galicia?
-Algo he oído...
-En la fosa de Hércules, nuestros filántropos vecinos del norte estuvieron lanzando barriles con residuos radioactivos. Se calcula que hay 220 mil barriles en el fondo del Atlántico. Todo eso ocurrió entre 1949 y 1982. Apenas existen estudios sobre el impacto de estos cementerios y no hay control de los depósitos. Se calcula que los contenedores tienen una vida media de entre 25 y 50 años.
- ¡O sea, que muchos ya han caducado!
-La salinidad del agua y las presiones que soportan en esas profundidades habrán deteriorado esos bidones de acero recubiertos de cemento. Se sabe que los residuos depositados bajo el mar eran de baja o media radiactividad, pero no existe ningún informe oficial sobre el estado de corrosión en que se encuentran o si existen fugas que estén afectado a la vida marina de la zona. Para que te hagas una idea, el Consejo de Seguridad Nuclear sólo vigila los niveles de radiactividad en tierra y según ellos, todo fantástico. Pero en 1992 se encontraron concentraciones de plutonio muy altas en esa zona.
- ¿Y qué hacen desde el gobierno?
-Por una parte, la Xunta asegura que es cosa del Ministerio de Medio Ambiente, éste considera que al tratarse de aguas internacionales blablablá, pero crea una Empresa Nacional de Residuos Radioactivos (ENRESA), que responsabiliza a la Agencia Atómica Internacional, y ésta por su parte, mira para el OSPAR (Convenio sobre la protección del medio marino del Atlántico Nordeste) y así, se van lanzando la patata caliente entre las distintas administraciones y organismos, eludiendo toda responsabilidad, para acabar delegando en las Naciones Unidas. Ésta, junto con Greenpeace, se propone crear (a buenas horas) un Tratado Global de los Océanos... Una especie de Constitución que recoja sus derechos.
- ¿Como la Carta del Mar Menor?
-Algo así…
- ¡Hostia! ¡Entonces es que estamos al borde del colapso…! -le digo tragando saliva.
-En fin, hace tres décadas -continúa ella-, en septiembre de 1981, tuvo que plantarse en la zona el 'Xurelo', un pequeño buque pesquero de Ribeira, para denunciar a dos buques noruegos pillados in fraganti y lograr una moratoria de los cementerios nucleares marinos. En 1995 se prohibió por fin tirar basura nuclear al mar. De hecho, esos bidones más que para aislar los elementos radiactivos, servían para asegurar el transporte hasta el fondo del mar, porque lo que se esperaba es que los radionucleidos se fueran dispersando lentamente, algo así como los hilillos de plastilina del encofrado del Prestige, ¿recuerdas?
- ¿Cómo olvidarlo?
-En teoría, en 2019 se tenía que verificar el estado de los bidones, pero España y Europa no han hecho nada. Y a estas alturas de la pandemia, ¿tú crees que alguien se preocupa por el tema?
La respuesta se queda flotando en el aire, río abajo, río abajo... En la radio ha empezado a sonar la Canción del Jangadero, interpretada por Eduardo Falú, que nos vuelve camalote, jacinto de agua, el corazón.
-Volviendo al Polo Sur, yo creo que si se reparten la Antártida es por ser un continente con base terrestre, cosa que el Ártico no tiene -mientras le explico me voy a las páginas 86-87-. Si se derrite la placa de los hielos y el permafrost, ¡ciao!
Rodeado de relieves en negro (Asia, Alaska, América del Norte, Groenlandia, Escandinavia y las islas del norte), el Polo Norte “terrestre” es un continente helado asentado entre las dorsales de Lomonosov, Mendeleyev y Mohns, bajo el que discurren misteriosas cordilleras, llanuras y cuencas submarinas.
-Por cierto, también los rusos usaron el Ártico como cementerio nuclear -insiste Lady Chorima-. Como los barriles estaban preparados para ser estancos, se quedaban flotando y, ¿sabes qué hicieron entonces? Obligar a los soldados a agujerearlos a base de disparos hasta que se hundían.
- ¿De dónde sacas esas cosas?
-Tengo mis contactos en la Sociedad de Historia Natural Gallega… -responde haciéndose la interesante.
-Siempre me ha fascinado eso de que las montañas más altas del planeta estuvieran bajo el mar. Fíjate en estas tonalidades de azul. Cuanto más oscuro, mayor profundidad. Éste -le digo poniendo el índice sobre la llamada Profundidad Molloy-, es el punto más profundo del Polo Norte, con 5608 metros de longitud. Y aquí, -le digo pasando unas páginas y situándonos en el Pacífico-, frente a las Filipinas, está el punto más profundo del planeta, la famosa fosa de las Marianas, ¡10.915 metros!
-Éste es uno de esos atlas que te encontraste en febrero en Coruña, ¿verdad? -comenta Lady Chorima ojeándolo.
Asiento. Una mañana lluviosa, al lado de la Plaza de María Pita, nos encontramos una pila de atlas en un estado impecable, milagrosamente intactos, abandonados en el suelo mojado junto a un contenedor. Seguramente tienen recubrimiento acuífugo. Yo rescaté cuatro y otro amigo se llevó media docena, este volumen 10 estaba entre ellos. No podíamos entender que la gente se deshiciera de ellos, por muy poco espacio que tuvieran en casa. Igual que los autonautas Cortázar y Dunlop, que fueron capaces de recorrer la galaxia sin salir de la cosmopista París-Marsella, cualquier atlas te permite viajar alrededor del mundo, incluso realizar travesías submarinas, sin salir de tu cuarto. Aquel día, además, nos sirvieron para acomodar en la mesa del restaurante a los hijos de Lady Chorima, de cinco y siete años.
-La vida intensa y secreta de los océanos, la tectónica de placas y las corrientes de convección me intrigan desde la época del instituto.
- ¡Enorme trabajo de cartografiado! -comenta ella, admirada.
-Y fíjate, aquí -le digo volviendo a la Antártida-, frente a la Tierra de Enderby, donde el círculo polar señala la una, se encuentra el Mar de los Cosmonautas, ¡dedicado a quienes viajamos con la imaginación!