Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.
Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.
La gestión de Pedro Alberto Cruz como consejero de Cultura en la Comunidad de Murcia estuvo marcada por excesos económicos en tiempos de recesión económica. Se quiso modernizar a toda costa la ciudad, sin tener en cuenta la infrarrepresentación de muchos sectores de la sociedad, fruto de un discurso por parte de los poderes públicos, que rara vez presentó coherencia, debido a su nula interpretación de la realidad.
Se buscó la innovación, pero desde un carácter estructural y no sustantivo. Lo expresó a la perfección Patricio Hernández, coordinador de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Cartagena: “Una innovación hecha en programas, espacios, departamentos y en proyectos que estaban ahí, pero que se compadecían poco y mal con la realidad de los sectores que llevaban a cabo cultura y con las necesidades de la gente”. La perceptibilidad que buscaba Cruz fue contraproducente: Murcia tuvo una mayor importancia mediática, sí, pero a costa de sepultar su identidad en aras de la globalización.
Esta ciudad no sólo se ha convertido en depositaria de gran parte de los complejos y megalomanía de nuestros mandatarios –aplaudidos y jaleados también por los principales medios de comunicación, beneficiarios de las prebendas que éstos otorgan, haciéndose extensible esto a muchos representantes del mundo de la cultura, críticos de puertas para dentro e hipócritas en sus manifestaciones públicas– sino que éstos han contribuido a la formación de una sociedad tremendamente polarizada: si no se comulga con la versión oficial, automáticamente uno pasa a convertirse en disidente.
No es casualidad que numerosos artistas y promotores de proyectos, reacios a aceptar la gestión del Ayuntamiento o la Comunidad, gocen de un inmerecido ostracismo. En Murcia, las críticas se toman siempre como cuestiones personales, y cualquier atisbo de diálogo y debate se consideran un ataque a la propia Región. Somos como la `Tristana´ de Benito Pérez Galdós: dúctiles, maleables, propensos a silencios y a aceptar la voz oficial sin preguntarnos si estamos en el camino correcto o no.
Esa autocomplacencia que esta ciudad sufre se observa, por ejemplo, en el último vídeo de Chema Ruiz: un cómico a quien sólo calificar como mediocre sería hacerle un favor. Conforme lo ves, resulta curioso comprobar cómo los vectores de la organización y gestión pública de nuestra ciudad han rehusado el legado de una ciudad con más de mil años de historia para convertirla en el hazmerreír nacional. Esta clase política endogámica permite el usufructo y arrendamiento del nombre e imagen de Murcia a una serie de corporaciones privadas y a personajes que lo único que han creado es la imagen de una Murcia cuya población parece salida de una película de Paco Martínez Soria o José Luis Berlanga.
La cultura es algo muy serio. Es la forma de vehicular la identidad de los pueblos con su memoria. Es historia en común y la argamasa sobre la que edificar los progresos de la sociedad sin escamotear los lazos con la tribu, como se está haciendo aquí. Pero en Murcia, la grey que durante este tiempo ha estado pastoreando el Partido Popular –representada por sus cofradías y los sardineros– confunde cultura y folclore con supercherías. El citado vídeo es un elemento más de esas desastrosas políticas llevadas a cabo por el Partido Popular, aplaudidas por un importante sector de la ciudadanía que, gozosa, parece no querer conectar con sus raíces y sí con manifestaciones folclóricas catetas de cabra de campanario, como la de los vídeos de Chema Ruiz.
Siempre achacamos nuestra deteriorada imagen al transcurso de una Historia que poco y mal se ha congraciado con esta Región. Pero son pocos los que parecen no darse cuenta de que la Murcia actual comparte una semejanza con la «Vetusta» que Alas Clarín cartografió en `La Regenta´: dos ciudades –una ficcional y otra realista, pero que son indisolubles la una de la otra– cuyas colectividades eran conscientes del avance como motor del cambio, pero que nunca actuaban para propiciarlo. Nuestra ciudad, como en la citada novela del escritor zamorano, es pasto de valladares locales que ignoran cuanto desprecian y desprecian cuanto ignoran.
Las políticas culturales que llevan a cabo los entes públicos, bien desde el Estado o las administraciones autonómicas y locales, han de encuadrarse en esa perenne guerra entre derecha e izquierda por el uso de nuevas técnicas de comunicación para paliar esas deficiencias históricas.
La derecha –como bien señala Alberto Santamaría– usa la lógica del cálculo único, utiliza patrocinios, programas y centros culturales, para despolitizarla y ganarle la batalla cultural a una izquierda tibia y que aún intenta sostenerla bajo los mantras del viejo progresismo.
Y eso mismo sucede en Murcia porque Chema Ruiz, con esos localismos que tanta aceptación parecen tener en el músculo social, sólo conlleva una configuración errónea la realidad, apuntalando esos antagonismos existentes y conduciendo a que cada vez más un importante sector de la ciudadanía asuma el casticismo analfabeto que representan vídeos como los de este humorista y las manifestaciones públicas y políticas de nuestros gobernantes autonómicos y locales.
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