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De aquellos polvos...

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A mediados de los setenta vinieron a España un grupo de fascistas italianos de la organización Ordine Nuovo con la misión, clara y concisa, de cometer atentados terroristas amparados por el entonces moribundo régimen franquista. Si bien su principal cometido fue atentar contra personas opositoras al franquismo no les tembló la mano cuando fueron requeridos por los carlistas para “mediar” entre las dos facciones borbónicas en liza por el trono de España. De todos son conocidos los sucesos acaecidos en Montejurra y su posterior extraña y oscura evolución tanto policial como judicial. España se convirtió en un refugio de importante fascistas, procedentes de varios países, amparados por los Servicios Secretos del Estado. 

Algo que en aquellos tiempos parecía un coletazo más del franquismo y sus relaciones peligrosas con el fascio fue el germen de una posterior colaboración entre fascistas españoles y policías procedentes de la Dictadura. 

A nadie le extrañó que en los asesinatos más sonados de la Transición aparecieran nombres estrechamente ligados a la ultra derecha. Era un secreto a voces que algunos fascistas patrios estaban, e incluso eran miembros en activo, del aparato policial del Estado. A estas alturas todos conocemos la historia del asesinato de Yolanda González y la posterior fuga de su asesino y la rocambolesca historia posterior de dónde y para quién trabaja el pistolero.

Es curioso que en los últimos cincuenta años no se haya concedido en las cárceles españolas permisos penitenciarios, sin cumplir todos los requisitos exigidas por el régimen carcelario, a ningún terrorista y, muchísimo menos, a ninguno vinculado a organizaciones terroristas de otras tendencias.

La colaboración intramafia ultra llegó a su máximo fulgor, máximo por el número de atentados, a raíz de los asesinatos pertrechados por los GAL. 

A pesar de que fue una información abundante y mostrada durante años por todos los medios de comunicación y que ha servido para multitud de trabajos universitarios, aún hay personas que creen que todo fue un montaje y que todos los condenados por aquellas barbaridades fueron víctimas de los poderes del Estado. Los asesinatos selectivos, las torturas y los secuestros parecían, para un importante sector de la población algo relacionado con el terrorismo vasco o del GRAPO. Incluso un número no menor no sólo no lo repudiaba sino que también lo apoyaba y comprendía.

Este grupo al que podemos llamar “patriotas de medio pelo” son los que ahora apoyan, jalean y presumen del crecimiento del pseudofascismo español actual.

Aquellas personas que escuchamos gritar aquel terrible “¡A por ellos!” cuando partían las unidades policiales destinadas a Cataluña a raíz del referéndum separatista. Ese tipo de gente era la misma que se jactaba de no cumplir las normas para mitigar la pandemia o que, sin pudor alguno, decían que les recortaban sus libertades individuales. También es la misma gente que negaba la pandemia -ahora ya tienen una Consejera Autonómica elevada a la cumbre- o las vacunas.

Ahora ya es tarde, a mi entender demasiado tarde, para parar el crecimiento de los bárbaros y mucho más sabiendo la diligencia y ahínco que siempre se ha puesto en este país para investigar y detener a los malhechores de ultra derecha.

¿Alguien se ha planteado qué ocurriría si un grupo de signo contrario iniciara una cadena de atentados o amenazas? No sería de extrañar que de forma inmediata se detuvieran a multitud de personas que tuvieran antecedentes por participar en alguna protesta social.

Estamos en un momento histórico y de nosotros depende que el crecimiento, y posterior asentamiento en la sociedad, de los extremistas, pueda ser frenado.

A medida que vayan creciendo surgirán grupos de sensibilidad contraria y todos sabemos qué ocurre cuando ciertos reactivos se mezclan.

Ahora no es momento de tibieza. Hay que cortar la cabeza del monstruo y vigilar muy de cerca los restos, que siempre tienen convulsiones incontroladas y peligrosas.  

De aquellos “incontrolados no adscritos” han nacido estos elementos que ahora se dedican, envalentonados por sus muñidores, a calentar el ambiente para quién sabe qué.

Aunque todos, en privado, estemos convencidos de para qué es.

A mediados de los setenta vinieron a España un grupo de fascistas italianos de la organización Ordine Nuovo con la misión, clara y concisa, de cometer atentados terroristas amparados por el entonces moribundo régimen franquista. Si bien su principal cometido fue atentar contra personas opositoras al franquismo no les tembló la mano cuando fueron requeridos por los carlistas para “mediar” entre las dos facciones borbónicas en liza por el trono de España. De todos son conocidos los sucesos acaecidos en Montejurra y su posterior extraña y oscura evolución tanto policial como judicial. España se convirtió en un refugio de importante fascistas, procedentes de varios países, amparados por los Servicios Secretos del Estado. 

Algo que en aquellos tiempos parecía un coletazo más del franquismo y sus relaciones peligrosas con el fascio fue el germen de una posterior colaboración entre fascistas españoles y policías procedentes de la Dictadura.