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Poniendo la vida en el centro

Cuidar a quien te cuida parece una frase simple, pueril, trivial, pero tan necesaria y tan de sentido común que cuesta entender como en 2019, en pleno siglo XXI las mujeres dedicadas al trabajo doméstico y al cuidado de las personas en el hogar son a fecha de hoy, el colectivo de trabajadoras más invisibilizado, discriminado, precarizado y a menudo racializado de nuestro marco laboral.

Digo mujeres, porque son aproximadamente el 90% de las personas que se dedican a esta tarea, la de los cuidados necesarios para la vida, las que hacen de nuestros hogares un lugar sano y agradable de descanso, las que a menudo cuidan también de la salud de los miembros de la familia que le rodean, en definitiva, quienes más contribuyen al equilibrio emocional de los hogares y son determinantes en la calidad de vida de nuestros seres queridos.

Sin embargo, lo que la sociedad les devuelve a menudo, son trabajos temporales en casi el 57% de los casos, jornadas normalmente interminables de 10 o más horas, condiciones de trabajo penosas ejerciendo esfuerzos superiores a sus capacidades físicas, sueldos míseros inferiores en más de un 40% al resto de trabajadoras y carencia de derechos laborales en la mayoría de los casos, como los descansos semanales o las vacaciones y a la hora de jubilarse tienen las pensiones más bajas de la seguridad social, poco más de 500 euros mensuales, por no hablar de ser un colectivo de mujeres de las más expuestas al acoso sexual por parte de sus empleadores.

En estas condiciones, no es ninguna sorpresa decir que la tasa de pobreza en este colectivo duplica a la del resto de trabajadoras y digo bien, trabajadoras, porque hoy día un signo del mercado laboral en nuestro país, consecuencia de la crisis que venimos arrastrando desde 2008, es el de los trabajadores y trabajadoras pobres, incapaces de poder llegar a fin de mes, donde en algunas profesiones, la exclusión social y la pobreza supera en más del doble la media (16,3%) como en el caso de las trabajadoras domésticas. Todo esto sin olvidar tampoco la gran cantidad de mujeres migrantes, sin papeles, empleadas de manera ilegal en condiciones aún más penosas si cabe, que se ven obligadas a aceptar lo que sea, por miedo a ser denunciadas o a no encontrar otra manera de subsistir.

El mes pasado más de 50 colectivos se reunieron en Zaragoza para exigir al gobierno el cumplimiento de acuerdos incumplidos durante años, como la incorporación al Régimen General de la Seguridad Social acabando ya con la situación laboral especial en la que se encuentran y la ratificación del convenio 189 de la OIT elaborado en junio de 2011, firmado por España, ratificado por más de 25 países de nuestro entorno y que el gobierno español lleva desde entonces eludiendo su compromiso con estas trabajadoras. En ese convenio se promueve el trabajo decente para todos y los derechos fundamentales en el trabajo, así como la justicia social para una globalización equitativa, reconociendo la contribución significativa de las trabajadoras domésticas a la economía mundial.

El pasado mes de octubre Podemos para apoyar y firmar el proyecto de ley de Presupuestos para 2019, pedía incluir en su apartado 4 (Empleo: Por un trabajo digno con salarios dignos) punto 8, el compromiso de ratificar algunos convenios internacionales en materia de derechos sociales, entre ellos el 189 de la OIT que recoge como reclamación fundamental, la cobertura por desempleo para estas trabajadoras totalmente desprotegidas en este momento.

El acortamiento de la legislatura y el adelanto electoral, vuelven a dejar en papel mojado estos acuerdos y a las trabajadoras domésticas con la incertidumbre de un trabajo que de momento, sigue con la misma desprotección social que hasta ahora.

Huelga decir que a esta situación se ha llegado a causa de ese binomio letal para las mujeres que es la suma de neoliberalismo más patriarcado. Por un lado la sociedad machista y patriarcal que naturaliza que los cuidados forman parte de un rol de género que se aprovecha del sentimiento de obligación inculcado a fuego en las mentes de muchas mujeres durante toda su vida durante el proceso de socialización, unos cuidados entendidos como obligación moral de las mujeres donde a veces ni se pregunta, el consenso social establecido hace recaer estas tareas en las mujeres sin apenas discusión alguna y por otro lado un neoliberalismo que aprovecha esta condición social para concretar una división sexual discriminatoria del trabajo, vinculando este tipo de tareas efectuadas “con afecto” a la infravaloración de un trabajo, que por otro lado debería cubrir los servicios públicos, usándolo para justificar salarios de miseria.

Sea como fuere, el próximo 30 de marzo se celebra el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, vaya desde aquí mi reconocimiento a esas mujeres que cuidan de lo que más queremos, hogar, hijos, mayores, a menudo fuera de la ley y por un sueldo que demasiadas veces no llega al salario mínimo y que sobre todo nos ayudan a poner la vida en el centro.

Cuidar a quien te cuida parece una frase simple, pueril, trivial, pero tan necesaria y tan de sentido común que cuesta entender como en 2019, en pleno siglo XXI las mujeres dedicadas al trabajo doméstico y al cuidado de las personas en el hogar son a fecha de hoy, el colectivo de trabajadoras más invisibilizado, discriminado, precarizado y a menudo racializado de nuestro marco laboral.

Digo mujeres, porque son aproximadamente el 90% de las personas que se dedican a esta tarea, la de los cuidados necesarios para la vida, las que hacen de nuestros hogares un lugar sano y agradable de descanso, las que a menudo cuidan también de la salud de los miembros de la familia que le rodean, en definitiva, quienes más contribuyen al equilibrio emocional de los hogares y son determinantes en la calidad de vida de nuestros seres queridos.