Lo curioso de la ultraderecha, cuando observamos su trabajo en el Congreso o en gobiernos locales o autonómicos, es que casi toda su función legislativa se refiere a supresión de impuestos, castigos contra migrantes, pequeñas apostillas a leyes de la propiedad o mínimas ayudas al ejército. Todo ello después de una larga lista de reprobaciones contra personas de todo signo político. Es decir, que pocas de sus propuestas versan sobre el ámbito de la ganadería ni de la agricultura ni de la industria ni del patrimonio de España, y cuando lo hacen son solo medidas para eliminar impuestos o para ayudar... así, en general, sin contenido específico. Nimiedades sin desarrollo efectivo, pese a que sus fans de Intereconomía les apliquen el calificativo de “sencillas y contundentes”.
Por el contrario, y lo vemos a diario, la mayor parte de la actividad política real de la ultraderecha se resigna al ámbito de las mujeres: propuestas contra nuestra libertad y contra nuestras pocas ayudas legales, la ultraderecha las tiene presentadas a cascoporro. Semejantes a aquellos boxeadores débiles que, incapaces de vencer en el cuadrilátero de la vida legislativa normal, acaban descargando su impotencia y golpeando metafóricamente al sparring que le cuida después de la pelea. Así es la ultraderecha.
Es contra las mujeres contra quien se dirige sus medidas más contundentes (y sencillas, por seguir con el estilo de Intereconomía): contra las mujeres legislan, prometen y embisten (por empezar con la calificación del poeta Antonio Machado). Bueno, no legislan... porque casi todas sus medidas antifeministas son inconstitucionales, o no tienen cabida en nuestro ordenamiento jurídico (como el pin parental, incompatible con la libertad de cátedra que protegen nuestras leyes desde hace dos siglos).
Entonces ¿para qué hacerlas? ¿Cuál es el objeto de embestir contra las mujeres en ruedas de prensa, plenos y actividades varias? Pues ni más ni menos que la interferencia. La ultraderecha, vaciada del poder de las armas (porque los ejércitos europeos se han profesionalizado y porque las agrupaciones violentas han perdido el romanticismo y el tirón que antes tenían las milicias o los jóvenes airados), vuelve por segunda vez a la Historia de Europa como farsa, como remedo impotente del fascismo. Su única opción posible es la pataleta, el empujón, el barullo, la inconsistencia.
Su función es crear interferencias en el desarrollo de la vida política normal española, gamberrear, crear confusión, desinformar. Y de paso, inflamar el enfado de la gente normal que, por circunstancias del sistema o de su vida, no pueden estar al tanto de la realidad.
Estos días vuelven a la carga en Murcia, llevando a pleno una moción para retirar los carteles contra las violencias machistas. Una nimiedad presupuestaria que ¡por fin! cumple la ley vigente sobre protección a las mujeres. La moción de Vox es una moción vacía de contenido, llena de odio, que no prosperará, pero que ocupará muchas horas de debates, réplicas, votaciones y discursos en el Pleno del Ayuntamiento. Cansarán a los concejales y moverán el descontento de la gente de Murcia, que verá, incrédula, como sus problemas son retrasados por culpa de unos cartelitos morados...
Farsa, jaleo, teatrillo, desafección, odio. Objetivo cumplido.
Lo curioso de la ultraderecha, cuando observamos su trabajo en el Congreso o en gobiernos locales o autonómicos, es que casi toda su función legislativa se refiere a supresión de impuestos, castigos contra migrantes, pequeñas apostillas a leyes de la propiedad o mínimas ayudas al ejército. Todo ello después de una larga lista de reprobaciones contra personas de todo signo político. Es decir, que pocas de sus propuestas versan sobre el ámbito de la ganadería ni de la agricultura ni de la industria ni del patrimonio de España, y cuando lo hacen son solo medidas para eliminar impuestos o para ayudar... así, en general, sin contenido específico. Nimiedades sin desarrollo efectivo, pese a que sus fans de Intereconomía les apliquen el calificativo de “sencillas y contundentes”.
Por el contrario, y lo vemos a diario, la mayor parte de la actividad política real de la ultraderecha se resigna al ámbito de las mujeres: propuestas contra nuestra libertad y contra nuestras pocas ayudas legales, la ultraderecha las tiene presentadas a cascoporro. Semejantes a aquellos boxeadores débiles que, incapaces de vencer en el cuadrilátero de la vida legislativa normal, acaban descargando su impotencia y golpeando metafóricamente al sparring que le cuida después de la pelea. Así es la ultraderecha.