No soy yo dado a escribir sobre cosas concretas, emitir quejas, o plantear soluciones cortoplacistas basadas en el sentido común. Esto último es muy importante, pero para estos menesteres hay otros contertulios que se dedican a la crónica política o social comentado “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Hasta ahora solía escribir sobre el análisis político e ideológico aportando ideas para la construcción de lo que estamos dando en llamar 'nuevo PSOE' sin saber muy bien de qué estamos hablando. No obstante, y ante la urgencia y el disparate que, a mi horrendo entender, está a punto de producirse, debo manifestarme en mi doble condición de ciclista y patinetista.
Antes que nada, decir, una vez más, que la radicalidad consiste en aplicar soluciones apriorísticas, de manera definitiva, planteando cambios bruscos e inmediatos con respecto a una determinada situación. Esto conlleva la ausencia de consenso, la creación de bandos, el enfrentamiento entre la ciudadanía y la creencia de estar en posesión de la verdad absoluta.
La experiencia demuestra que los radicales mandan pocas veces, que cuando lo hacen duran poco tiempo, y, además, sus reformas suelen morir con ellos. El problema es que mientras mandan hacen mucho daño. La moderación, por el contrario, plantea los cambios en la medida en que son requeridos por la mayoría de la ciudadanía fruto de un consenso. Genera unión, hermanamiento, solidaridad, y promueve el desarrollo sostenible y duradero. Un ejemplo sería nuestra Constitución. La radicalidad busca lo mejor, con todos los problemas que de ello se derivan, mientras que la moderación busca lo bueno.
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha decidido exterminar los patinetes porque no le gustan. Considera que como son los últimos que han llegado a la circulación, sobran. Se ve que a él le atraen las bicicletas, a las que protege.
No creo que él se haya subido el Tourmalet las tres veces que me lo he subido yo, y eso sólo por poner un ejemplo. El señor Grande-Marlaska no negocia, prohíbe directamente. Y para ello se recurre, como ocurre siempre que se cree estar en posesión de la verdad absoluta sin estarlo, a la argumentación espuria. Se habla de dos accidentes mortales en los que han estado involucrados patinetes. Es decir, los patinetes matan. También se habla de que los patinetes llevan motor, o lo que es lo mismo, que son ciclomotores.
No se pretende regular su uso, su modo de conducción o su potencia. Simplemente se prohíben. El argumento de las muertes es tan ridículo como pensar en los miles de veces que tendríamos que prohibir antes los coches, las motos, los trenes o los aviones por los millones y millones de muertes que provocan de manera directa y de manera indirecta a través de la contaminación.
En el caso que conozco de muerte con patinete implicado iban dos en el medio de transporte a 35 km/h y consultando el móvil. ¿Es esto extrapolable? Yo uso el patinete por un problema médico en el pie, no paso de 23 km/h porque el patinete está autolimitado, y jamás se me ha ocurrido pitarle a nadie porque siempre he comprendido que el peatón tiene preferencia. Tanto es así que he pasado muchas veces delante da la policía municipal y jamás me han dicho nada, al verme conducir el patinete con sensatez y respeto. Sin embargo, para el señor Grande-Marlaska soy un criminal.
Pero, ¿hay diferencia entre un patinete y una bicicleta? Todas las del mundo. Las bicicletas son un medio de transporte pensado para ir por la carretera, no por las aceras. La fragilidad y escaso equilibrio de un ciclista es tan grande que requiere tener siempre la preferencia. A un ciclista se le tira solo con rozarlo y por eso no es admisible que un ciclista circule por las aceras, ya que todas las personas deben apartarse, efectivamente intimidadas, para que pase el ciclista.
Pero en realidad los ciclistas nunca han tenido permitido circular por las aceras. Se trataba de una anomalía. Se hacía la vista gorda por parte de la Administración sin pensar en las consecuencias. Ahora surge un vehículo que sí está diseñado para circular por las aceras y el que sobra es éste, simplemente porque ha llegado el último y el recurso llamado espacio es limitado. Es un sinsentido. Los carriles bici no resuelven ningún problema, sino que crean otros. Por ejemplo, si no puedes crear carriles bici en todas las localidades estarás promoviendo la desigualdad entre los ciudadanos y ciudadanas.
Por otro lado, nunca habrá tantos carriles bici como sería necesario para llegar a todas partes con el patinete como ocurre ahora mismo cuando circulamos por las aceras. Los carriles bici cuestan una millonada, y no está el déficit público para tales dispendios inútiles. Estrechan el espacio necesario para la circulación de los coches en unas ciudades ya de por si colapsadas, y, por último, eliminan sitios de aparcamiento que tanta falta nos hacen. Es decir, los carriles bici son un desastre. Pero tranquilos, que seguro que alguien se está enriqueciendo con ellos.
¿Cuál es pues, la solución? Muy sencillo. Fuera carriles bici. Las bicicletas por la calzada y circulación de los automóviles limitada a 30 km/h en ciudades. Las aceras para peatones y patinetes que no puedan sobrepasar los 25 km/h, como el mío, que no anda ni cuesta abajo. Y todos, ciclistas y patinetistas, contratarán un seguro de responsabilidad civil por lo que pueda pasar. Esto es coherente. Esto es regulación. Esto es moderación. Pero prohibir sin más es radicalidad, provocación, perjuicio y enfrentamiento. No es propio de socialistas gobernar así. Ah, espérate, si ahora me acuerdo… el señor Grande-Marlaska no es socialista. Ni moderado.
No soy yo dado a escribir sobre cosas concretas, emitir quejas, o plantear soluciones cortoplacistas basadas en el sentido común. Esto último es muy importante, pero para estos menesteres hay otros contertulios que se dedican a la crónica política o social comentado “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Hasta ahora solía escribir sobre el análisis político e ideológico aportando ideas para la construcción de lo que estamos dando en llamar 'nuevo PSOE' sin saber muy bien de qué estamos hablando. No obstante, y ante la urgencia y el disparate que, a mi horrendo entender, está a punto de producirse, debo manifestarme en mi doble condición de ciclista y patinetista.
Antes que nada, decir, una vez más, que la radicalidad consiste en aplicar soluciones apriorísticas, de manera definitiva, planteando cambios bruscos e inmediatos con respecto a una determinada situación. Esto conlleva la ausencia de consenso, la creación de bandos, el enfrentamiento entre la ciudadanía y la creencia de estar en posesión de la verdad absoluta.