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La retrospectiva de la pintora Amalia Avia ya se ha convertido en uno de los grandes acontecimientos culturales del año en Madrid

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Este artículo que ahora comienzo a pergeñar lo debería haber escrito a finales de septiembre. Desde entonces me he preguntado por qué no lo he hecho y no tengo la respuesta. Tal vez como atenuante pueda valer el hecho que desde septiembre no he escrito ningún otro artículo. No hace falta que cierre los ojos para volver a rememorar y a sentir la emoción y el gozo estético que sentimos la pintora oriolana Eva Ruiz, y un servidor, cuando entramos a la sala de Alcalá 31. Ese día 23 de septiembre se inauguraba en Madrid la magna exposición: “El Japón en Los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia”, una gran retrospectiva con más de 110 piezas que recorre y toma el pulso a su vida artística, desde una perspectiva actual, diferente, desde la primera exposición individual que Amalia Avia realizó en 1959 en la galería Fernando Fe de Madrid.

Desde mayo del 2021 en el que su hijo: el escritor Rodrigo Muñoz Avia hizo un llamamiento por Twitter a aquellas personas o entidades que tuvieran obra de su madre para preparar esa exposición. Ya temíamos un enorme interés en el desarrollo de la exposición. Un interés que se fue acrecentando hasta el pasado 23 de septiembre. Tomamos el AVE desde Orihuela y llegamos sobre las 3 de la tarde. Pasadas las 4 de la tarde cruzamos las puertas de Alcalá 31 con esa emoción que se siente cuando llegas a un gran momento esperado, ese momento de la sensación verdadera. Nada más entrar nos encontramos con Rodrigo que hacía con la naturalidad que le caracteriza de anfitrión. Saludó a Eva y le escribió una sublime dedicatoria en el catálogo. Nos encontramos con el pintor Antonio López que conversó con Eva Ruiz, un encuentro también emotivo, ya que la pintora ha realizado más de 10 cursos con Antonio, en las últimas décadas. Y después del esperado reencuentro con esas obras que antes has visto por internet, pasamos de la realidad virtual a esa otra realidad de sentir las obras frente a tu mirada, de contemplar como esas composiciones siguen estando vivas; de pronto sin bajar al Metro parece que estás en el Metro, aunque ahora las escaleras sean diferentes.

Vuelves a vivir aquella “Movida madrileña”, cuando observas esas esquinas y esas fachadas del barrio de Malasaña. Esas composiciones te están contando no ya la Historia, si no tu historia. Te sientes reflejado en esas fachadas de establecimientos, y a pesar de que no ves a gente en tránsito, te sientes acompañado.  Decía Paul Theroux que “La cartografía es la más científica de las artes y la más artística de las ciencias”. Amalia Avia trazó su propia cartografía de ese otro Madrid de los 60 y 70, de esas fachadas que fenecían, con sus heridas, con sus desconchados y sus herrumbrosas puertas, sus candados, y sus pintadas. Al pintar ese paso del tiempo. Ahora en otro tiempo volvemos a entrar a través de esas puertas que ya nunca dejaran de existir, transitando por los lugares de Amalia, por los distintos barrios de Madrid, por sus edificios emblemáticos. Alguna vez Amalia Avia se definió como “retratista de casas”. Ciertamente en otro apartado de la exposición podemos entrar a esas casas y ver sus cocinas, sus comedores, sus mecedoras, su máquina de coser, o esa serie de camas. En esos interiores, aunque nos vemos las caras de sus moradores si vemos esa huella de esas vidas anónimas y sentimos en esa “soledad sonora” el latido de esas gentes que disfrutaron de esos objetos cotidianos. Ahí nos encontramos con la poética de esas obras. De esas obras que tienen un sello personal, un estilo artístico. Un estilo tan personal que uno ve una obra de Amalia y sin mucho entender puede decir: esto es un Amalia Avia. De ese estilo particular y del proceso de esos cuadros, Rodrigo Muñoz Avia, en su libro: “La casa de los pintores”, ya nos cuenta que su madre procedía a echarle aguarrás por encima y quemarlos, intentando que las llamas imprimieran una pátina de antigüedad a la obra, una emulación a pequeña escala de las varias décadas de deterioro sufrido por las fachadas originales. Después, una vez apagado el fuego controlado repintaba los cuadros aprovechando los accidentes producidos por las llamas.

Voy terminando este artículo y sigo sin explicarme por qué no lo escribí a finales de septiembre. La exposición que definitivamente se ha convertido en uno de los grandes acontecimientos culturales del año en Madrid. Un auténtico bombazo artístico, la pueden visitar hasta el 15 de enero. Tanto tiempo he tardado en escribir este artículo, desde el otoño al invierno, que hasta el AVE ha llegado hasta Murcia. Una forma también de poder ir, ver la exposición, y regresar en el mismo día. Ahí también está el peso del tiempo. Aún están a tiempo. No se la pierdan.

Este artículo que ahora comienzo a pergeñar lo debería haber escrito a finales de septiembre. Desde entonces me he preguntado por qué no lo he hecho y no tengo la respuesta. Tal vez como atenuante pueda valer el hecho que desde septiembre no he escrito ningún otro artículo. No hace falta que cierre los ojos para volver a rememorar y a sentir la emoción y el gozo estético que sentimos la pintora oriolana Eva Ruiz, y un servidor, cuando entramos a la sala de Alcalá 31. Ese día 23 de septiembre se inauguraba en Madrid la magna exposición: “El Japón en Los Ángeles. Los archivos de Amalia Avia”, una gran retrospectiva con más de 110 piezas que recorre y toma el pulso a su vida artística, desde una perspectiva actual, diferente, desde la primera exposición individual que Amalia Avia realizó en 1959 en la galería Fernando Fe de Madrid.

Desde mayo del 2021 en el que su hijo: el escritor Rodrigo Muñoz Avia hizo un llamamiento por Twitter a aquellas personas o entidades que tuvieran obra de su madre para preparar esa exposición. Ya temíamos un enorme interés en el desarrollo de la exposición. Un interés que se fue acrecentando hasta el pasado 23 de septiembre. Tomamos el AVE desde Orihuela y llegamos sobre las 3 de la tarde. Pasadas las 4 de la tarde cruzamos las puertas de Alcalá 31 con esa emoción que se siente cuando llegas a un gran momento esperado, ese momento de la sensación verdadera. Nada más entrar nos encontramos con Rodrigo que hacía con la naturalidad que le caracteriza de anfitrión. Saludó a Eva y le escribió una sublime dedicatoria en el catálogo. Nos encontramos con el pintor Antonio López que conversó con Eva Ruiz, un encuentro también emotivo, ya que la pintora ha realizado más de 10 cursos con Antonio, en las últimas décadas. Y después del esperado reencuentro con esas obras que antes has visto por internet, pasamos de la realidad virtual a esa otra realidad de sentir las obras frente a tu mirada, de contemplar como esas composiciones siguen estando vivas; de pronto sin bajar al Metro parece que estás en el Metro, aunque ahora las escaleras sean diferentes.