Esta semana he tenido la oportunidad de acudir al Parlamento Europeo donde, junto a unos miembros de Europa Laica, hemos presentado la Carta Europea de la Laicidad.
Se pretende con esto alcanzar un objetivo tan simple como la Libertad de Conciencia y de Pensamiento de cada persona, y la separación Iglesia-Estado, porque por desgracia no es esto lo que ocurre en nuestra sociedad y en muchos países, donde al amparo de la religión las Iglesias forman una parte muy importante, si no la más importante, de los Estados.
Parece que mientras la tecnología nos empuja ya al siglo XXII, las humanidades no salen de la Edad Media, a pesar del periodo de la Ilustración vivido ya en Europa.
Digo objetivo simple porque así habría de ser, y sin embargo esto, que entronca directamente con el respeto a cada ser humano y su propia forma de concebir la vida, se convierte en un sinfin de obstáculos a causa de las Iglesias, quienes ven en el laicismo al demonio y la fuerza del mal que quiere acabar con ellos, el bien.
Las Iglesias parten de una premisa de imposible discusión y es que sus miembros son los representantes de Dios en la tierra, porque Dios existe y creó el universo, a pesar de lo que la ciencia pruebe, y por ello, en dicha calidad de representantes, son los encargados del Dogma y de la supervisión de la fe, porque ellos saben los deseos de Dios para con el hombre.
Y en dicha línea son los encargados de velar por los sentimientos religiosos de la humanidad, dando por sentado que todos los seres tienen sentimientos religiosos porque vivir sin dios o es porque el mal te ha seducido o es porque, pobre de ti, aún no has visto la luz, y ello claro solo puede acabar en que ellos, quienes velan por los sentimientos religiosos, velan también por los de quienes viven al margen de dios y de la iglesia. Círculo cerrado.
Muestra evidente de la actuación de la interferencia de la Iglesia con el Estado es la tipificación en algunos códigos penales de los delitos de blasfemia o contra los sentimientos religiosos, como es el caso de nuestro Código Penal en su Artículo 522 y siguientes. Entiendo que esto no debería suceder en la actualidad puesto que el hecho de que el Estado, mediante penas, proteja los sentimientos religiosos es algo que nos muestra que estamos todavía muy atrás en madurez cívica, y ello es algo que habrá que pensar puesto que existe mucho desequilibrio entre quienes participan de una religión y quienes no participan de ninguna.
Existe un gran desequilibrio entre tales sentimientos, y esta razón es la que debería dejarse al margen de los códigos penales, pues la protección de los sentimientos religiosos mediante medidas penales es algo tan sujeto a la subjetividad que nos recuerda a veces a esas “cazas” que hemos oído que sucedían en épocas pasadas, porque estaríamos todos sujetos a que nuestro vecino creyente, ante una expresión libre de “no creo en dios” dicha en “libertad y democracia”, o ante una crítica a los “símbolos religiosos” o a una interrupción de una “plegaria”, podría ver sus sentimientos religiosos dañados y podría denunciarnos poniendo en marcha la máquina de la justicia, con el gasto público que ello supone, ante tal “afrenta”.
Y que la máquina de la justicia se ponga en marcha para pedir penas de privación de libertad a ciudadanos por haber atentado contra un sentimiento religioso, a saber el caso de Rita Maestre, es lo que precisamente me hace sentirme vivo en la Edad Media, pareciendo la Ilustración un espejismo. Quizás en el lenguaje que se predica por tales creencias más valdría un “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen” que un “ojo por ojo y diente por diente”.
A lo mejor la presencia de Capillas en universidades u otros lugares públicos, que son lugares sagrados únicamente para los fieles de esos cultos, ofende los sentimientos no religiosos de algunas personas; sin embargo estos no pueden más que pedir su retirada, sin más. No es delito la apología de la religión y este desequilibrio de fuerzas es expresión clara de la necesidad que tenemos de reflexionar sobre la falta de igualdad en cuestiones tan determinantes.
Deseo y creo que la Carta Europea de la Laicidad será un paso importante para lograr esa libertad de conciencia y esa separación Iglesia-Estado con la despenalización de delitos contra sentimientos religiosos para alcanzar la igualdad real de todos, pues en lo público no debería haber religión, a mi modo de ver.
Estoy convencido de que una sociedad laica será la solución a todos los conflictos religiosos que vivimos hoy en nuestra sociedad, pues el laicismo respeta las creencias de todos, respeta que cada cual piense y crea en lo que quiera, pero sin imposiciones en la esfera común de lo público. Y conste que laicismo no es igual que aconfesionalidad, porque cuando se habla de un Estado Laico la respuesta de quienes son religiosos es “vivimos en un Estado aconfesional”, evidenciando así la confusión terminológica que se suscita a veces de forma voluntaria por los miembros de las Iglesias, con el propósito de omitir una realidad como el laicismo. De eso hablaremos otro día.
Cuando estudiaba Derecho escuché una noticia en la que un ciudadano estadounidense había demandado a Abraham, Isaac y Jacob por ser titulares de todos los bienes de una organización religiosa sin que ello le supusiera un castigo por atentar contra los sentimientos religiosos de la comunidad de creyentes, que tiene a estos tres seres como sus Padres, y en otra ocasión escuché que otro ciudadano estadounidense había demandado a Dios y me preguntaron si eso sería posible en España, y la respuesta que se me ocurrió fue que EEUU is Different, y no Spain.