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La Televisión Pública que la Región de Murcia merece

Sacar un 0% de audiencia (share) en Nochevieja no me preocuparía, aún a pesar de que muchas otras autonómicas que competían contra los mismos gigantes nacionales tuvieran datos sensiblemente mejores. Podríamos debatir si esos datos de audiencia o los de rating correlacionan con la identidad regional, débil y maltrecha tras 20 años de rechazo de lo murciano; llevaría su tiempo. Lo que está claro es que la calidad no se mide por un audímetro, ni mucho menos. Días de Cine en La 2, un programa de culto, apenas alcanza el 2% en la mayoría de sus emisiones. Lo que nos debe preocupar de La 7, la que se supone que debe ser nuestra casa, no es el rendimiento comercial que tiene, sino el servicio público que da.

Una televisión pública autonómica es necesaria, desde la austeridad y el pluralismo, pero es necesaria (no siempre lo pensó así el PP que en 2012 finiquitó a la antigua 7). Necesaria porque en la Región hay un tejido creativo y de profesionales periodísticos que tiene mucho que decir al resto del país y a sus propios conciudadanos. Y necesaria, principalmente, porque la información veraz mejora la democracia, y la democracia de calidad crea gobiernos más eficientes. Ahora bien, hay serias dudas de que La 7 esté cumpliendo de forma satisfactoria el servicio público que tiene encomendado. Esto no tiene nada que ver con los profesionales que ponen, estoy seguro, su mejor empeño día tras día, a pesar de la progresiva precarización de sus condiciones laborales. El modelo de gestión indirecta es barato, pero tiene altísimos costes sociales. La falta de independencia que supone el contrato con Secuoya (lo privado escapa a las lógicas de imparcialidad de lo público) dificulta que esta televisión esté al servicio de construir ciudadanía. Tampoco es culpa de Secuoya, a fin de cuentas es una empresa privada, pero en el mundo de lo colectivo no todo se mide en dinero –afortunadamente–. Los servicios públicos deben seguir adecuaciones diferentes a la simple rentabilidad económica, así que de poco sirve que sea la TV autonómica más barata de España, máxime cuando ese logro se puede mantener con una revisión crítica del modelo.

El último e infame, por ser suave, ejemplo de manipulación política fue el corte de despedida que se le dedicó a Pedro Antonio Sánchez cuando anunció su dimisión como diputado regional. En lugar de contar que su salida de la política tiene relación con los casos de corrupción Púnica y Auditorio, se decidió hablar de Pedro Antonio Sánchez como el político “de origen humilde e hijo de comerciante que hace un paréntesis en su vida pública tras casi dos décadas dedicadas a la región”. Sí, un paréntesis. Uno no sabía si se trataba del típico vídeo de campaña con el perfil del candidato lleno de imágenes de recurso o una pieza de información. “En alguna ocasión ha confesado que de pequeño se colaba en los plenos de la asamblea, fue esa vocación la que le llevó a estudiar ciencia políticas”, siguieron informando, haciendo omisión a la imputación por los delitos de prevaricación, malversación, fraude y falsedad documental por los que en julio de 2017 tuvo que volver a declarar ante el juez. Lo último fue meter al pobre Adolfo Suárez en medio, ya solo faltaba recurrir también a la memoria de Miguel Ángel Blanco. En cuanto lo vi lo primero que pensé fue lo mal que lo estaría pasando la periodista que leía la entradilla de la pieza-homenaje. Cuatro o cinco años de Periodismo pensando que esto sería como en The Newsroom  (serie de Aaron Sorkin para HBO) donde los editores y los periodistas luchan contra los intereses comerciales del holding periodístico para dar noticias buenas y fiables y de repente te ves dando una especie de  fake news sobre PAS. Canal Nou nos enseñó, a todo esto, que los políticos que utilizan a periodistas para sus intereses comunicativos terminan mal.

El único problema de La 7 no está en los informativos. La programación suele con bastante asiduidad caer en la ridiculización del ser murciano y además existe un déficit alarmante de producción propia. Un costumbrismo exacerbado que sirve, como mucho, para protagonizar el programa catalán APM? una y otra vez. Dicen muchas personas, y creo que tienen razón, que a veces uno no sabe si se ríen con los murcianos o se ríen de los murcianos. Esta Región es algo más que un acento peculiar y fiestas de pueblo. Reconozco que esa Región de Murcia innovadora, transgresora y moderna se intenta poner en pantalla en programas tipo “ADN el murciano perfecto” donde pudimos conocer a personas como el arquitecto Manuel Clavel Rojo, la impactante Carmen Gil –presidenta AMUPHEB– o a Salva Espín, dibujante de Marvel, pero hace falta un esfuerzo mayor por proyectar que la Región de Murcia no es esa tierra que protagoniza ahora los chistes de los programas de humor madrileños.

La televisión que nos hizo sentirnos orgullosos cuando vimos a Marta García presentado los informativos tras su cáncer no nos puede seguir sonrojando con manipulación política y un perfil bajo en la publicitación de las capacidades de esta tierra. En resumen, necesitamos una TV pública e independiente con dos objetivos básicos: construir ciudadanía y hacer Región. El simbólico dato de audiencia de las campanadas desde Santo Domingo nos debe servir para repensar cómo hacer mejor al que tiene que ser el altavoz de expresión libre de  una Región plural y con capital humano a raudales. Para eso, la siempre amenazada por los dirigentes políticos Onda Regional de Murcia, tiene mucho que aportar a su hermana mayor. No es el momento de ser haters con La 7, pero sí es el momento de reivindicar el periodismo real como una institución social imprescindible, también en la periférica Región de Murcia.

Sacar un 0% de audiencia (share) en Nochevieja no me preocuparía, aún a pesar de que muchas otras autonómicas que competían contra los mismos gigantes nacionales tuvieran datos sensiblemente mejores. Podríamos debatir si esos datos de audiencia o los de rating correlacionan con la identidad regional, débil y maltrecha tras 20 años de rechazo de lo murciano; llevaría su tiempo. Lo que está claro es que la calidad no se mide por un audímetro, ni mucho menos. Días de Cine en La 2, un programa de culto, apenas alcanza el 2% en la mayoría de sus emisiones. Lo que nos debe preocupar de La 7, la que se supone que debe ser nuestra casa, no es el rendimiento comercial que tiene, sino el servicio público que da.

Una televisión pública autonómica es necesaria, desde la austeridad y el pluralismo, pero es necesaria (no siempre lo pensó así el PP que en 2012 finiquitó a la antigua 7). Necesaria porque en la Región hay un tejido creativo y de profesionales periodísticos que tiene mucho que decir al resto del país y a sus propios conciudadanos. Y necesaria, principalmente, porque la información veraz mejora la democracia, y la democracia de calidad crea gobiernos más eficientes. Ahora bien, hay serias dudas de que La 7 esté cumpliendo de forma satisfactoria el servicio público que tiene encomendado. Esto no tiene nada que ver con los profesionales que ponen, estoy seguro, su mejor empeño día tras día, a pesar de la progresiva precarización de sus condiciones laborales. El modelo de gestión indirecta es barato, pero tiene altísimos costes sociales. La falta de independencia que supone el contrato con Secuoya (lo privado escapa a las lógicas de imparcialidad de lo público) dificulta que esta televisión esté al servicio de construir ciudadanía. Tampoco es culpa de Secuoya, a fin de cuentas es una empresa privada, pero en el mundo de lo colectivo no todo se mide en dinero –afortunadamente–. Los servicios públicos deben seguir adecuaciones diferentes a la simple rentabilidad económica, así que de poco sirve que sea la TV autonómica más barata de España, máxime cuando ese logro se puede mantener con una revisión crítica del modelo.