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El último comunista

18 de julio de 2020 06:00 h

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Este viernes, en la residencia de mayores de San Basilio, en Murcia, apagaba las velas de su 96 cumpleanos, quizá, el último comunista de los que se jugaron el pellejo durante la dictadura franquista. Andrés Salom (Santanyí, Mallorca, 1924), albañil, escritor, poeta, flamencólogo y tantas otras cosas, enfila la centena tras una vida intensa y extensa. Lector empedernido -tanto como fue fumador-, profundo admirador de Gabriel García Márquez y Juan Rulfo, apasionado del cante jondo, así como de la pintura, la escultura y, sin lugar a dudas, de las mujeres. Cuenta en su ‘Anecdotario’ que entendió que se había hecho viejo cuando sus fantaseos sexuales se limitaron a recrearse en el recuerdo de las que había amado. 

Conocí a Andrés en Radio Juventud, a principio de la década de los ochenta. Él presentaba un programa de flamenco, ‘Oído al cante’, que grababa semanalmente en los estudios de la emisora. Por esos años, Salom era pieza fundamental en la sede del PCE de la calle Simón García, por donde yo solía caer, de vez en cuando, para cubrir ruedas de prensa. En otras ocasiones, solía saludarlo cuando, por ejemplo, a las puertas de El Corte Inglés, lo veía voceando y vendiendo ejemplares del ‘Mundo Obrero’.

Cuando, a finales de esa década, Pepe Freixinós montó una tertulia radiofónica en RNE, quiso contar con veteranos y noveles y nos convocó a Andrés y a mí, entre otros, para hablar de lo divino y lo humano. Recuerdo que mi primera intervención fue para elogiar a Salom, del que dije algo así como que era un tipo bastante más tolerante de lo que lo fueron con él aquellos que intentaron hacerle la vida imposible en el pasado. Vino esto a cuento por una anécdota que me contaron del personaje: con el PCE en la clandestinidad, en pleno franquismo, se organizó una reunión de militantes en un piso de la capital; alguien debió irse de la lengua con algún chivato policial y, a la convocatoria, se presentaron varios agentes de paisano. Llamaron a la puerta y la mayoría de los reunidos salieron por piernas de través de la terraza, balcones y yventanas, salvo Andrés que, educadamente, acudió a abrirle a la autoridad. “Buenas noches, estamos aquí porque tenemos constancia de que en esta vivienda se está cometiendo un delito”, le espetó el hombre que estaba al mando de aquellos policías de la brigada político-social. A lo que Andrés, con su imperdible acento balear y su voz pausada, respondió: “No, señor. Aquí no se está cometiendo delito alguno. Aquí solo se estaba celebrando una reunión del Partido Comunista de España”. Tras ello, como no podía ser de otra forma, Salom fue conducido a la comisaría donde, a buen seguro, pasaría aquella noche a la espera de ser puesto a disposición de su señoría.

Andrés Salom ha sido un comunista de toda la vida. Sin embargo, en nuestras conversaciones, alguna vez me dejó caer su abierta discrepancia con la línea de los ortodoxos marxistas-leninistas que aún hoy algunos reivindican. Lo vivió de primera mano durante sus viajes a la Alemania Oriental y a la URSS, donde reconoce que imperaba la “burocracia, dictadura, intolerancia, miseria, sectarismo…”. Cuando “le segaron la hierba bajo los pies a Gerardo Iglesias”, hastiado y desmoralizado, una mañana apareció por la sede del PCE murciano y entregó su carnet al secretario regional. Pero no solo hablábamos de política, por supuesto; también lo hacíamos de literatura, y de poetas, pues no hay que olvidar que él procedía de un importante núcleo cultural mallorquín, cuna de la poesía insular. Recuerdo que un día, tomando café, me habló del peruano César Vallejo, al que había leído con asiduidad. Comenzó a recitar su Espergesia, aquello de “yo nací un día que Dios estuvo enfermo…”. Y Andrés, socarrón como pocos, a la vez que irónico y mordaz, con su cigarrillo echando humo entre los dedos, detuvo la declamación y me aclaró: “Es que Vallejo escribía como los ángeles, pero el tío era feo de cojones”.

Andrés Salom ha sobrellevado la pandemia del coronavirus en el interior de la residencia donde, desde hace años, ha instalado su guarida. Allí se llevó sus muchos libros, que donó a la biblioteca, e innumerables recuerdos. A veces, algún amigo o amiga -como la periodista Beatriz Montero- se acercan a verlo y charlar con él un rato. Es muy probable que, como su admirado Rulfo, a alguien le confiese alguno de estos días que la ilusión cuesta cara y que a él, también, vivir le costó más de lo debido.

Este viernes, en la residencia de mayores de San Basilio, en Murcia, apagaba las velas de su 96 cumpleanos, quizá, el último comunista de los que se jugaron el pellejo durante la dictadura franquista. Andrés Salom (Santanyí, Mallorca, 1924), albañil, escritor, poeta, flamencólogo y tantas otras cosas, enfila la centena tras una vida intensa y extensa. Lector empedernido -tanto como fue fumador-, profundo admirador de Gabriel García Márquez y Juan Rulfo, apasionado del cante jondo, así como de la pintura, la escultura y, sin lugar a dudas, de las mujeres. Cuenta en su ‘Anecdotario’ que entendió que se había hecho viejo cuando sus fantaseos sexuales se limitaron a recrearse en el recuerdo de las que había amado. 

Conocí a Andrés en Radio Juventud, a principio de la década de los ochenta. Él presentaba un programa de flamenco, ‘Oído al cante’, que grababa semanalmente en los estudios de la emisora. Por esos años, Salom era pieza fundamental en la sede del PCE de la calle Simón García, por donde yo solía caer, de vez en cuando, para cubrir ruedas de prensa. En otras ocasiones, solía saludarlo cuando, por ejemplo, a las puertas de El Corte Inglés, lo veía voceando y vendiendo ejemplares del ‘Mundo Obrero’.