A alguna que otra vieja conocí que se placía espiando y llevando las cuentas de las idas y venidas de los otros, para después controlar y chantajear con su información, antes de conocer a doña Venancia Lengüeta / La Vieja’l Visillo, que después comprobé, para más inri, que no era una mujer, que detrás del disfraz estaba el humorista José Mota. La frase favorita de aquella viejacotilla era “Te pido por Dios que no cuentes ná… que ya lo cuento yo». Así que lo voy a contar. En el fondo todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un cotilla dentro y todos nos espiamos de manera torpe o sibilina y por ende a todos nos espían por tierra, mar y aire.
Cuando yo tenía trece años un día descubrí en una de aquellas centralitas de Telefónica, con aquellas famosas clavijas con la que la operadora te pasaba con el número de teléfono que le pedías, como hablamos de 1966 muy pocos podían tener teléfono en casa, Como decía, un día descubrí que la operadora podía pasarte con el número solicitado y escuchar la conversación que se mantenía. Obviamente aquellas operadoras con la máxima discreción tenían esa potestad. Imagínense la de cosas que podían saber, legales e ilegales, de las gentes del pueblo. Muchos años después de que desaparecieran las centralitas, y hasta uno mismo pudiera tener teléfono, algún clic raro noté por mi auricular en ciertos momentos, como si alguien estuviera al otro lado, escuchando la conversación que mantenía.
Ustedes seguirán pensando que les quiero hablar de Pegasus, pero no; pero tampoco puedo dejar de pensar en aquellos camiones Pegaso, blancos inmaculados, que me impresionaron en mi incipiente adolescencia, aunque recuerdo la impresión que me produjo el primero que vi en la nacional 301, a la altura del Cabezo Cortado de mi pueblo. Aquellos Pegasos que dejaban aún muchos más pequeños a los Seiscientos, a los que Moncho Moncho Alpuente y losKway, dedicaron la impagable canción, con aquel pegadizo estribillo: “Adelante hombre del 600/ la carretera nacional es tuya”. Así que, qué les voy a contar, a esta altura de la película de espías con el tema “Pegasus, que ustedes no sepan. Disculpen, pues, que les haya contado alguna peripecia de la vieja del visillo y de Pegaso, que tampoco son moco de pavo. Échale guindas al pavo.
A alguna que otra vieja conocí que se placía espiando y llevando las cuentas de las idas y venidas de los otros, para después controlar y chantajear con su información, antes de conocer a doña Venancia Lengüeta / La Vieja’l Visillo, que después comprobé, para más inri, que no era una mujer, que detrás del disfraz estaba el humorista José Mota. La frase favorita de aquella viejacotilla era “Te pido por Dios que no cuentes ná… que ya lo cuento yo». Así que lo voy a contar. En el fondo todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un cotilla dentro y todos nos espiamos de manera torpe o sibilina y por ende a todos nos espían por tierra, mar y aire.
Cuando yo tenía trece años un día descubrí en una de aquellas centralitas de Telefónica, con aquellas famosas clavijas con la que la operadora te pasaba con el número de teléfono que le pedías, como hablamos de 1966 muy pocos podían tener teléfono en casa, Como decía, un día descubrí que la operadora podía pasarte con el número solicitado y escuchar la conversación que se mantenía. Obviamente aquellas operadoras con la máxima discreción tenían esa potestad. Imagínense la de cosas que podían saber, legales e ilegales, de las gentes del pueblo. Muchos años después de que desaparecieran las centralitas, y hasta uno mismo pudiera tener teléfono, algún clic raro noté por mi auricular en ciertos momentos, como si alguien estuviera al otro lado, escuchando la conversación que mantenía.