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Vota útil, vota izquierda

No tenemos éxito en la confluencia por la izquierda ahora que tenemos a la derecha más dividida que nunca. Es verdad cuando dicen que los progresistas fragmentamos el voto y nos debilitamos. El PSOE mantiene una posición centrada en área económica y por la izquierda avanza aunque sin una claridad meridiana. La frustración por el caminar de estos últimos años no termina por despejar incógnitas.

El voto de la derecha se desmorona y hoy la competencia electoral desgasta y rompe el hechizo del voto útil. Dicho de otro modo: la gente no atiende a razones. La falta de credibilidad de unos impone la dispersión del voto. Pero ¿cómo se recupera el atractivo y la credibilidad? Eso es mucho más complicado que repasar las recetas de Keynes. Es más fácil, con las bases desmoralizadas, optar por el análisis sencillo: el frente principal, sin mirar la marca, está en la izquierda. El cambio que queremos sólo es posible desde la izquierda, y reformar la Constitución no será posible si la izquierda no está representada mayoritariamente en las Cortes Generales, como será imposible cambiar un sistema económico globalizado en la Unión Europea sin una mayoría de izquierdas.

El tripartito de derechas lo tiene decidido. Liberales, conservadores y la ultraderecha no lleva en su programa electoral ninguna propuesta de modificación de la ley fundamental. “Tenemos otras prioridades y preferencias que reabrir un pacto constitucional que sigue siendo válido”, y sostienen que “las democracias consolidadas no cambian cada dos por tres su Carta Magna”.

Que la derecha rechace toda reforma constitucional se entiende por razones políticas inmediatas, pero no desde visiones estratégicas ni jurídicas. Algún pacto entre los dos grandes grupos políticos ha producido una mutación constitucional de tal intensidad que la actual está cada vez más alejada de la que se aprobó en 1978.

Es difícil, y más ahora acabando este proceso electoral, que los partidos políticos que mantienen estructuras cerradas y poco permeables sean capaces de introducir un tema tan relevante. Sin embargo, es algo que se tendrá que hacer y cuya tarea se encomienda al nuevo arco parlamentario. Reformas tan importantes como la del Senado; la necesaria de reformar del artículo 168, que precisamente establece los complejos mecanismos de reforma de la Constitución y que, en la práctica, la hace casi irreformable; la reforma de los partidos políticos y especialmente de su democracia interna; medidas para potenciar la democracia participativa y evitar el abuso de los decretos-ley; cambiar la regulación del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial; reformar el célebre título 8º para afrontar el reparto de competencias territoriales… La necesaria derogación del artículo 135 sobre el déficit cuya modificación, eso sí, se hizo con nocturnidad y alevosía, y supone un ejemplo de cómo no hay que hacer una reforma de la Constitución; y de una vez resolver mediante referéndum el modelo de Estado que prefieren los españoles.

Hará falta consenso para sentarse en la mesa con todos, no sólo con los partidos de la izquierda, que debe ser sencillo. El desarrollo de la singularidad es un asunto político y extra constitucional que comprende la izquierda, que considera los derechos sociales y económicos como auténticos principios.

No tenemos éxito en la confluencia por la izquierda ahora que tenemos a la derecha más dividida que nunca. Es verdad cuando dicen que los progresistas fragmentamos el voto y nos debilitamos. El PSOE mantiene una posición centrada en área económica y por la izquierda avanza aunque sin una claridad meridiana. La frustración por el caminar de estos últimos años no termina por despejar incógnitas.

El voto de la derecha se desmorona y hoy la competencia electoral desgasta y rompe el hechizo del voto útil. Dicho de otro modo: la gente no atiende a razones. La falta de credibilidad de unos impone la dispersión del voto. Pero ¿cómo se recupera el atractivo y la credibilidad? Eso es mucho más complicado que repasar las recetas de Keynes. Es más fácil, con las bases desmoralizadas, optar por el análisis sencillo: el frente principal, sin mirar la marca, está en la izquierda. El cambio que queremos sólo es posible desde la izquierda, y reformar la Constitución no será posible si la izquierda no está representada mayoritariamente en las Cortes Generales, como será imposible cambiar un sistema económico globalizado en la Unión Europea sin una mayoría de izquierdas.