Tenemos una frase que desde hace días, y vendrán muchos más, se nos repite en diferentes formatos: 'Cuando todo esto pase', 'Cuando esto se acabe'.
El 'esto' del que hablamos en todas las conversaciones, más o menos profundas, con amigos y familia es el susto mortal que la sociedad española ha asimilado desde el día uno y el 'cuando' es exactamente el día después.
Ya hemos creído que la crisis sanitaria y su correspondiente terremoto económico han pasado, no de largo, sino causándonos la mayor de las tragedias, pero ha pasado; porque por primera vez desde hace muchos años nos hemos sabido fuertes en la unidad de las instituciones que nos hemos dado y en los servicios públicos que las expresan.
El reconocimiento mayoritario y sonoro que reciben cada noche sanitarios, policías, bomberos o empleados de supermercados, no es más que el abrazo colectivo que nos hemos dado a nosotros mismos como sociedad, reconfortándonos en la seguridad de que somos un gran país.
De manera masiva y permanente estamos exigiendo a la dirigencia política y económica de España que hay que arrimar el hombro desde el primer minuto del día hasta el último, todos los días. Es el conjunto de la sociedad la que, otra vez, está mostrando el camino a quiénes tienen la responsabilidad de guiarnos a los demás.
Otra vez, porque es la misma sociedad que se llevó por delante a quiénes no se atrevieron con el matrimonio igualitario (2005) o a quiénes, por ejemplo, no estuvieron en la huelga feminista del 8M (2019), es la misma ola de dignidad que, esta vez, mira directamente a sus gestores y les requiere la máxima entrega. Avisando además, de que haremos examen a posteriori.
Hay quien, estos días, llama a este fenómeno 'hartazgo'. No sé si lo hacen por miopía o interés de embarrar el terreno del debate público, probablemente sea lo segundo. Pero en realidad es el mayor ejercicio de responsabilidad de una sociedad madura que no está para que le hagan perder el tiempo, porque siente que ya no lo tiene y solo quiere avanzar.
Esta crisis se llevará por delante a todos los que enarbolan las banderas del 'yo ya lo dije' y 'yo lo haría mejor' y lo hará sin piedad alguna. Los que desde el discurso de la confrontación pública (periodistas, viñetistas, presentadores, políticos) han decidido señalar otra senda que no es la de hacernos más fuertes ahora, ahora que es cuando nos hace falta, tienen en sentido figurado la tumba cavada, la más cruel de todas. Porque a los miles de compatriotas que se nos han ido en esta crisis les rendiremos el tributo imborrable de todo un pueblo, y por el contrario, a los anteriores los mandaremos al olvido, porque no ya no estamos para perder el tiempo.
Estamos ante un cambio de discurso. La sociedad española ha tirado a la basura los argumentarios con lo que nos tenían fritos cada mañana en los informativos y portadas y ha recogido la experiencia personal de todos cuantos trabajan en primera línea de batalla para superar el socavón donde nos ha metido este parón.
El cambio de discurso que, aviso, ha venido para quedarse. Quizá tardemos un tiempo en interiorizar los nuevos lenguajes, a algunos les costará más que otros y algunos no lo practicarán nunca. Llevará unos meses, muy largos, quizá algo más de un año. Pero en los próximos ciclos políticos de este país, y también en los electorales, el sentido de pertenencia a una marca parcial habrá pasado de moda como siempre pasa con las modas y nos habremos apoderado, con todas la de la ley, de ese espacio que tradicionalmente solo ocupaban en las derechas políticas y económicas, la Marca España. Ya nadie podrá dar lecciones de buen español.
Así pues, habremos ganado un discurso nuevo, al que tendrán que acomodarse quienes quieran liderar este país. Aunque como ustedes ya saben, todos ellos, ya llegan tarde.