Bendito balance que ahora nos azota, simbólico movimiento de mar abierto, de navegación entre la inmensa nada. Tras los dos meses en la estabilidad y calma de los mares helados de Amundsen y Ross, con la sensación de estar en el muelle o fondeado, es como si hasta se nos hubiera olvidado que andábamos flotando igual. Ahora se percibe todo más intensamente, pero con un horizonte e ilusión en mente, hasta este bamboleo se puede disfrutar.
Año Nuevo aconteció igual que Navidad, trabajando sin descanso, ni siquiera 5 minutos para brindar. Tan sólo los de arriba gozaron de la libertad y el deleite del tiempo para saborear al amigo “Gaitero y Codorniú”. A las 00:00, mientras en el puente despedían los últimos minutos del año aguardando al próximo venidero entre turrones, copas y uvas, todos los demás seguíamos en nuestro oficio. La bocina del barco sonó cual alarma para indicar el nuevo año, alegre y festiva, pero la pesca proseguía y la diversión estaba sólo permitida y asegurada para algunos, como en la mar suele pasar. Los Reyes Magos nos trajeron porciones de tarta, y contentos como niños quedamos, pues a veces, menos, es más. Esos días vinieron a recordarme lo que nunca, nadie ni nada, te pueden robar: tu actitud, tu intención, tu valía, tu dignidad.
La travesía de vuelta está impregnada con miles de tonos y colores que representan mis emociones, a la par que continúa lo laboral: redacción de informes, gestión de muestras, inventario de material, reuniones con el capitán…No obstante, predomina la atención introspectiva secuestrada por la necesidad de síntesis ante el aledaño cese.
Las horas sumadas en cubierta cubriendo mi periodo de observación me bridaron paisajes indescriptibles, puros, pulcros, perfectos. Música que me hizo viajar a otro lugar e instante, induciéndome a otros estados, a un gozoso baile. Contemplé la sencillez y la magnitud de un gesto de cariño y el generoso compañerismo entre los marineros: los que no se podían mover del sitio fueron atendidos con bebidas calientes y excitantes para soportar el frío y aguantar el cansancio acumulado de sus 16 horas diarias. Los que no podían parar de menear sus manos entre pesos, anzuelos y cabos, y ni quitarse sus guantes mojados, cigarros encendidos fueron servidos.
Muchos días bajo la nieve y la niebla me hicieron extrañar el sol murciano, candente y ardiente hasta en los meses de invierno. Añoré la noche, la penumbra, la oscuridad, la luna. La libertad de establecer tu particular horario dentro de tus hábitos, la elección de lo que ingería en mis cenas y comidas. La intimidad de tu espacio, y sobre todo ¡un baño, dichoso baño compartido entre 7 hombres y la observadora! Cuantas veces desesperé esperando…Deploré las sinceras palabras e inintencionados actos, el poder quedar en la retaguardia relajada…
He oxigenado mis pulmones del más inmaculado aire, meditado en las virtuosas banquisas y apreciado majestuosos icebergs procedentes del glaciar continental de la solmene Antártida. He soñado con un mundo primigenio de hace milenios, con una tierra virgen, inexplorada e inalterada, pues quizás esto es lo que más se parezca y lo más cerca que esté de ella. He arribado a serenos confines, a latitudes extremas, a la reflexiva soledad entre 42 tripulantes y a inéditos rincones de mi propio ser. He reído y llorado, divertido y sufrido. He sido presa de mis cadenas, elecciones y decisiones. He combatido mis límites, acariciado mi sensibilidad y fragilidad, enaltecido mi fortaleza física y mental. Me he sentido nómada del tiempo, y es que el viajero que huye, tarde o temprano, detiene su andar, cambia de piel, añora el hogar. He sido juzgada y admirada, repudiada y deseada, cuidada y mimada. He sido yo, sincera, natural abierta y llana. He intentado ofrecer la mejor versión que puedo ser ante tinieblas ajenas, sembrando luz en oscuridades internas.
He reafirmado y comulgado una vez más con mi filosofía de vida, conciliado la intención y expectativas que me acercaron hasta aquí, hacia esta aventura y este presente. Y es que hace tiempo que decidí vivir la vida con una brújula, no con un reloj, entendiendo y asumiendo que cada experiencia es una forma de exploración, y ésta, es intrínseca a nuestra naturaleza humana: si podemos ver el horizonte, queremos saber qué hay más allá. Y es así como sólo aquellos que nos arriesgamos a ir demasiado lejos podemos descubrir hasta dónde se puede llegar por dentro.
Y como discípula de vitoreados pensadores: “solté amarras, navegué lejos de puerto seguro, atrapé vientos alisios en mis velas. Fui a los mares porque deseaba vivir deliberadamente, enfrentar sola y solamente los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... Para no arrepentirme ni decepcionarme por lo que no hice. Para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido”.
Mark Twain y David Thoreau