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Los 600 de Valladolid

Soy aficionado al baloncesto y al CB Murcia desde 1988; soy periodista aficionado desde más o menos esa fecha; he ejercido como periodista deportivo desde 2006; soy licenciado en Periodismo desde 2013 y me he dedicado al periodismo cultural y también al generalista durante tres años. En este tiempo no he dejado de emplear todos los medios a mi alcance para hablar de baloncesto y de mi equipo: desde la misma grada hasta los bares, desde las radios hasta las televisiones, desde los medios digitales hasta las redes sociales; a veces en círculos íntimos, otras para una audiencia más o menos amplia.

Y claro, si esto lo vemos desde el más estricto sentido periodístico, no deja de ser peliagudo: entre las distintas facetas del periodista están la de informar, la de interpretar y la de analizar, y para todas ellas se requiere un mínimo de objetividad y de imparcialidad; un tono desapasionado, un cierto desapego. Así lo hacía con la política, por ejemplo, cuando trabajaba en eldiario.es/Región de Murcia.

Sin embargo, y lo sabemos de sobra, en el periodismo deportivo -debo decir que, a veces, por desgracia-, la frontera entre los géneros periodísticos es tan fina que se hace invisible. Siendo aficionado y a la vez periodista: ¿Se puede ‘opinar’ sobre tu equipo del alma de una forma ‘objetiva’? Yo creo que sí, siempre que se expongan argumentos razonados y razonables; siempre que se dejen las filias y fobias a un lado.

Al menos, un servidor lo intenta, y aclaro que los modos y maneras serán diferentes si lo hago en mi cuenta personal de Twitter, en una conversación privada, en este diario digital, en Radio Murcia o en otros medios de comunicación en los que amablemente se me invita a participar. Pero mirad qué en serio me tomo ser aficionado del CB Murcia y a la vez ser un periodista que habla de baloncesto, y qué curiosa es esta dualidad, que veo los partidos (como mínimo) dos veces: la primera con ojos de aficionado, bufanda al cuello; la segunda con ojos de periodista, libreta y bolígrafo en ristre.

Esta semana me llevo esa dualidad a Atenas: me llevo mi bufanda para animar al UCAM Murcia en la Final a Cuatro de la Basketball Champions League, para hacerla girar al viento en el mítico OAKA, y también me llevo una libreta, un bolígrafo y la cámara de mi móvil para compartir con eldiario.es unos días históricos, excepcionales por el marco y por el fin.

En varias ocasiones he contado anécdotas e historietas de los viajes junto a este equipo. El primero, imposible de olvidar, fue en 1994 a Valladolid. En aquella ocasión, 600 personas distribuidas en 11 autobuses y varios coches particulares nos desplazamos a otra cancha mítica para el baloncesto español: el Polideportivo Pisuerga. Fuimos empujados por la ilusión y la fe ciega en la victoria, a pesar de que la estadística, la historia y la opinión generalizada iban en nuestra contra: se trataba de consumar la remontada de un 2-0 en una eliminatoria de playoff a cinco partidos, en este caso por la permanencia en la ACB, y contra un club histórico, con más presupuesto y con jugadores de primer nivel que, por diversas circunstancias, se veían en una situación tan delicada como la de luchar por no perder la categoría. Fue una paliza de viaje, para qué ocultarlo, pero mereció la pena porque el CB Murcia ganó.

Lo que vivimos aquel día es imborrable. Maravilloso. Como explicó John Ebeling en una entrevista, parecía que habíamos ganado un campeonato. Así lo sentíamos todos mientras dábamos saltos y nos abrazábamos. Esas son las cosas que tiene el deporte, ese punto irracional y tan necesario de festejar algo que, desde un punto de vista objetivo e incluso cósmico, es bastante intrascendente.

Ha pasado mucho tiempo, muchas derrotas y muchas victorias, muchos momentos para el recuerdo y también para olvidar; el CB Murcia ha ido creciendo en sus aspiraciones, y esta semana viajamos no para festejar una permanencia, sino la disputa de un título europeo, nada menos. Quién nos lo iba a decir.

Sin embargo, yo, que fui uno de los 600 de Valladolid, sé que es imposible ser más feliz si el equipo vuelve con la Basketball Champions League de lo que fuimos al evitar el descenso en Pucela. Es imposible ser más feliz, a pesar de que, objetivamente, la disputa de un campeonato europeo es más importante que una permanencia; no lo digo para restar importancia a esta cita, sino para demostrar que, al aficionado fiel, al que está en las duras y en las maduras, una victoria de su equipo le produce la misma felicidad, aunque se trate de situaciones tan dispares. Se puede ser igual de feliz y eso es fantástico, porque aquel día en el Polideportivo Pisuerga alcanzamos el tope. Por eso sé que el espíritu de los 600 de Valladolid y de aquel CB Murcia estarán presentes este fin de semana en Atenas, porque sabemos quiénes somos y de dónde venimos. Y un servidor intentará vivirlo como aficionado, y contarlo como una mezcla de aficionado y de periodista.