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De abrazos y artesanos

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“Queremos trasladar nuestro abrazo a Josu y a todos sus familiares y amigos”. El texto aparece el pasado jueves 30 de julio en la cuenta oficial de EH Bildu en Twitter. Josu es Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, también conocido como “Josu Ternera”, que acababa de salir de una cárcel de París. Josu era jefe de ETA en la época en la que sus jefes tenían alias que ahora nos dan risa, como Ternera, Kubati, Mobutu o Dienteputo, pero entonces daban mucho miedo. Aunque el comunicado del movimiento abertzale lo describe como “uno de los principales protagonistas en el trabajo a favor de un escenario de solución en Euskal Herria”, Josu desapareció antes de tener que declarar en el Supremo por su implicación en el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987 que mató a 11 personas, 6 de ellas niños. El relato de la izquierda abertzale sitúa a Urrutikoetxea como uno de los dirigentes que ha llevado a ETA a la disolución, pero no hemos escuchado ni leído nada que hable de que Josu se arrepienta de sus decisiones anteriores liderando ETA, en sus épocas más duras, ni tampoco por qué huyo antes de responder en el Supremo.

La salida de la cárcel de Urrutikoetxea -me resisto a llamar por su apodo a alguien que no conozco- ha coincidido con otra decisión del Supremo, la de revocar la sentencia del Caso Bateragune, por el que fue condenado Arnaldo Otegi, actual líder de EH Bildu. Otegi en el ámbito político y Urrutikoetxea en la propia banda armada son considerados en el relato de la izquierda abertzale como los artífices del final de lo que ellos llaman “lucha armada” y que el resto conocemos como terrorismo. Relato en el que incluso aparecieron los llamados “Artesanos de la Paz”. Un concepto rimbombante e incluso cursi para denominar a unas personas que se definieron como mediadores aunque realmente no mediaron entre nadie, más allá de algunos contactos con el gobierno francés.

La paz, o la democracia, como un obsequio que unas figuras determinadas nos dan a la ciudadanía me suena más a la relación soberano-súbdito. La atribución a unas personas concretas de logros sociales nunca me ha acabado de convencer. Ocurre lo mismo cuando los adoradores de la Transición dicen eso de que la democracia en España se la debemos a Juan Carlos I y a Suárez, e incluso a Fraga. La Constitución del 78 sucedió a los Principios Generales del Movimiento de la dictadura porque las generaciones que habían nacido sin libertad y las que llevaban 40 años sufriendo una dictadura no hubiesen aceptado otra evolución. Ni siquiera los imaginativos guionistas audiovisuales han imaginado una distopía en la que Juan Carlos I y Arias Navarro mantienen vivo el franquismo sin Franco en 2020 y hoy tuviéramos un Google adaptado a los principios del Movimiento que censurase páginas judeomasónicas-comunistas y tapara las tetas de las mujeres.

Es la ciudadanía la protagonista y la palanca de los cambios sociales. A los que pretenden ser los artesanos de esos cambios se les puede reconocer, quizás, el olfato para darse cuenta de esa pulsión. O al menos que no pongan obstáculos a que se logre eso que la sociedad demanda. Tanto el franquismo como los asesinatos de ETA nunca debieron existir, así que tampoco tenemos que rompernos mucho las palmas de las manos aplaudiendo a los que dicen ser los artesanos de lo que hoy vivimos. Poder pensar lo que queramos y decirlo en alto es un derecho humano básico que nos es propio, no se lo tenemos que agradecer a nadie.

Como la cuenta oficial del partido no lo expresó claramente, hay quien ha explicado ese “abrazo” de EH Bildu a Josu en su estado de salud, al parecer precario. Desconozco qué hubiera pasado si a algún partido político se le hubiera ocurrido mandar un abrazo al torturador llamado “Billy el Niño” cuando agonizaba por el coronavirus. El abrazo es una expresión de afecto que usamos las personas y muchas veces lo hacemos llevados por la espontaneidad, porque en ese momento nos sale y no pensamos en a quién puede molestar ese alivio. Los abrazos de las instituciones o los partidos sí se pueden reflexionar antes de darlos. EH Bildu es hoy el principal grupo de la oposición, y por tanto la alternativa, en Euskadi. Es también una fuerza clave en Navarra, donde ya ha estado en el gobierno y dirigido el ayuntamiento de la capital. Escuché a un reconocido estudioso de la política decir que “si la izquierda abertzale quisiera podría convertirse en una conjunción de lo que en Alemania representan Die Linke y Los Verdes con unas grandes posibilidades”. El “si quisiera” es reconocer algo simple, que ETA no debió existir nunca. ¿Quieren?

*Javier Lorente Doria es periodista.

“Queremos trasladar nuestro abrazo a Josu y a todos sus familiares y amigos”. El texto aparece el pasado jueves 30 de julio en la cuenta oficial de EH Bildu en Twitter. Josu es Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, también conocido como “Josu Ternera”, que acababa de salir de una cárcel de París. Josu era jefe de ETA en la época en la que sus jefes tenían alias que ahora nos dan risa, como Ternera, Kubati, Mobutu o Dienteputo, pero entonces daban mucho miedo. Aunque el comunicado del movimiento abertzale lo describe como “uno de los principales protagonistas en el trabajo a favor de un escenario de solución en Euskal Herria”, Josu desapareció antes de tener que declarar en el Supremo por su implicación en el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987 que mató a 11 personas, 6 de ellas niños. El relato de la izquierda abertzale sitúa a Urrutikoetxea como uno de los dirigentes que ha llevado a ETA a la disolución, pero no hemos escuchado ni leído nada que hable de que Josu se arrepienta de sus decisiones anteriores liderando ETA, en sus épocas más duras, ni tampoco por qué huyo antes de responder en el Supremo.

La salida de la cárcel de Urrutikoetxea -me resisto a llamar por su apodo a alguien que no conozco- ha coincidido con otra decisión del Supremo, la de revocar la sentencia del Caso Bateragune, por el que fue condenado Arnaldo Otegi, actual líder de EH Bildu. Otegi en el ámbito político y Urrutikoetxea en la propia banda armada son considerados en el relato de la izquierda abertzale como los artífices del final de lo que ellos llaman “lucha armada” y que el resto conocemos como terrorismo. Relato en el que incluso aparecieron los llamados “Artesanos de la Paz”. Un concepto rimbombante e incluso cursi para denominar a unas personas que se definieron como mediadores aunque realmente no mediaron entre nadie, más allá de algunos contactos con el gobierno francés.