Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
Adoquines o losetas
La disyuntiva se dio en la década de los 90. Entonces, el Ayuntamiento de Pamplona, gobernado por un tripartito entre CDN, PSN e IU, comenzó la peatonalización del casco viejo de la ciudad. Comenzó la eliminación de las angostas aceras y el pavimento elegido en un principio fueron unas losetas de piedra caliza. Y ahí llegó la polémica.
Grupos ciudadanos consideraron que la loseta era un pavimento ajeno a la “tradición” pamplonesa. Las calzadas en el casco viejo eran de adoquín. Un pavimento incómodo para el calzado, las bicis, los carritos y propenso al charco en una ciudad lluviosa, pero muy “de aquí”. En la pelea de adoquines contra losetas coincidieron dos sectores que se separaron ideológicamente a principios del siglo XX pero siguen unidos en la defensa de “lo de siempre” y en la vehemencia de sus posiciones: nacionalismo vasco y navarrismo españolista.
El Ayuntamiento cedió y dejó la loseta para los extremos y mantuvo el adoquín en la franja central de las calles. Más allá del traqueteo que acompaña cada mañana al salir de casa con la bici, la contraposición entre adoquines y losetas es la metáfora de una tierra en la que hasta lo más simple tiene una connotación política. Uno y otro mundo llevan un siglo pensando lo contrario que el otro sólo porque es idea del contrario.
Miguel Sanz, el presidente con más años en el ejercicio, lo describía como los quesitos del trivial; derecha regionalista(azul), nacionalismo vasco (verde) e izquierda más o menos moderada (rojo). El quesito que consigue sumar otro se queda todo el pastel. Sanz supo manejar con inteligencia esa situación, cediendo protagonismo al PSN cuando lo veía necesario y escenificando la discrepancia cuando tocaba. Se quitó de encima al PP, fusionado desde 1991 con UPN, buscando la geometría variable que luego ha imitado con maestría el cántabro Revilla. Pero decidió designar una sucesora a la que el cortoplacismo, la crisis económica y el final de ETA convirtieron en el símbolo de un cambio de rumbo.
Yolanda Barcina llegó en 2011 al Palacio de Navarra en un gobierno de coalición negociado con asombrosa facilidad con el socialista Jiménez como vicepresidente. El experimento de “un gobierno con dos líderes”, como repetían los asesores del PSN, acabó con un motorista comunicando nocturnamente el cese a Jiménez un año después. El episodio de la fallida moción de censura de 2014, que Barcina tumbó a base de apariciones en medios nacionales, acabó de certificar la humillación de los socialistas navarros. Barcina recurrió a Rajoy y conservó un año más el trono, pero mató definitivamente la teoría del quesito de Sanz.
El peligro que tienen pactos excepcionales como el de la derecha y el socialismo durante décadas en Navarra es que cuando llegan mal dadas, con una de las peores crisis económicas, la ciudadanía percibe diferente esa excepcionalidad, el nacionalismo vasco y ETA, y decide dar una oportunidad a los apartados y el quesito que servía a Sanz para atraerse al rojo acaba por quedarse el pastel.
María Chivite ha proclamado durante toda la campaña del 26 de mayo el final de los quesitos y ha logrado una remontada respecto a su primer resultado, en 2015, que le ha dado una oportunidad aritmética excepcional para probar otro modelo. Son muchos los obstáculos que tiene por delante. Están los recelos del PSOE, que aplica a los socialistas navarros una tutela que no tiene, por ejemplo el PSE de Idoia Mendia. Está la distancia ética con una izquierda abertzale con la que comparte izquierda pero que sigue sin sacudirse el peso del silencio, cuando menos, en las décadas de plomo. Está la presión política y mediática de una derecha que lleva muy mal dejar de pisar la moqueta de los despachos. Y está la desconfianza que en sus posibles socios despierta las distintas espantadas del PSN en ocasiones similares.
Chivite y el PSN tienen ahora el reto de administrar la oportunidad de tender un puente nuevo entre adoquines y losetas y llevar a Navarra al eje político de la gran mayoría de sistemas democráticos, el de izquierda y derecha. La legislatura pasada sus escaños no fueron decisivos y han podido pasar 4 años sin que el pulso político de la comunidad pasara por la sede socialista. Ahora toca el momento de tomar decisiones y mojarse.
La disyuntiva se dio en la década de los 90. Entonces, el Ayuntamiento de Pamplona, gobernado por un tripartito entre CDN, PSN e IU, comenzó la peatonalización del casco viejo de la ciudad. Comenzó la eliminación de las angostas aceras y el pavimento elegido en un principio fueron unas losetas de piedra caliza. Y ahí llegó la polémica.
Grupos ciudadanos consideraron que la loseta era un pavimento ajeno a la “tradición” pamplonesa. Las calzadas en el casco viejo eran de adoquín. Un pavimento incómodo para el calzado, las bicis, los carritos y propenso al charco en una ciudad lluviosa, pero muy “de aquí”. En la pelea de adoquines contra losetas coincidieron dos sectores que se separaron ideológicamente a principios del siglo XX pero siguen unidos en la defensa de “lo de siempre” y en la vehemencia de sus posiciones: nacionalismo vasco y navarrismo españolista.