Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
Campeones
A los campeones habitualmente se les premia con una copa o una medalla, pero a ellos les dejan carbón. Es una imagen que se repite cada Navidad desde hace más de una década. 4 personas caracterizadas como Olentzero y los 3 Reyes Magos acuden a la puerta del Arzobispado de Pamplona, un edificio barroco en un rincón tranquilo del casco viejo de la ciudad, y dejan un saco de carbón en su puerta. Nadie sale a recogerlo, ni tampoco a saludar a los personajes que la tradición popular creó para alegrar la fiesta cristiana a los más pequeños.
Quienes organizan esta particular adoración son quienes en 2007 fundaron la Plataforma en Defensa del Patrimonio Navarro, un colectivo pionero en España en la denuncia de la apropiación por parte de la Iglesia Católica de patrimonio artístico con fines de culto religioso, pero también de centenares de inmuebles sin ninguna posibilidad de ser “la casa de Dios”, como la Iglesia considera a sus templos.
Hasta 2015, la archidiócesis de Pamplona-Tudela ha registrado a su nombre iglesias, ermitas, pisos, terrenos, fincas rústicas, locales o cementerios. Hasta un frontón, el de Lizoain, pertenece a la diócesis, pese a que no se documenta la existencia de ningún club de pelota de la Iglesia navarra. Según los cálculos de la coordinadora de plataformas de este tipo, las propiedades inmatriculadas por la diócesis navarra llegarían a las 5.000 y supondrían el 5% de las realizadas a nivel nacional. Unos cálculos aproximados, ya que el Ministerio de Justicia sigue sin ofrecer los oficiales pese a los constantes requerimientos. Dado que Navarra supone un poco más del 1,3 % de la población española, parece que la fiebre registradora de su Iglesia ha ido por delante de la media; campeones de inmatriculación.
España es, oficialmente, un país aconfesional pero a diferencia de la vecina Francia, donde los lugares de culto son propiedad pública y se ceden a las confesiones, un cambio legal promovido en 1946 por la dictadura de Franco permitió hasta 2015 a la Iglesia Católica inscribirse a su nombre todo aquello que le pareciera que era suyo. A diferencia de cualquier otra persona, física o jurídica, las diócesis no tuvieron que demostrar que esas propiedades eran suyas, sino simplemente ir al registro y apuntarlas.
El resultado, joyas artísticas como el claustro de la catedral de Pamplona, construido por Carlos III con recursos de sus vasallos en la época feudal, hoy son de uso y disfrute exclusivo de la diócesis. También las iglesias construidas en auzolan y con aportaciones vecinales durante siglos, o las casas que los ayuntamientos reservaban para acoger a los curas que “velaban” por las almas de su vecindario o incluso el frontón de Lizoain, que como estaba al lado de la iglesia, pues por si acaso, se apunta.
Patrimonio que la Iglesia conserva con ayudas públicas, como es el caso del propio claustro de Pamplona. La joya del gótico navarro está ahora siendo restaurada en profundidad y sólo un 11 % del presupuesto lo pone el Arzobispado. Sin embargo, para verlo es necesario abonar 5 euros que van a parar íntegramente a la caja eclesiástica. Una vez traté de convencer a la conserje de que era “del club”, al estar bautizado y confirmado, pero tampoco eso da entrada gratis. No es el único aprovechamiento que la Iglesia saca de ese recinto. Si uno tiene el dinero suficiente para pagarlo, puede celebrar banquetes, fiestas o cualquier tipo de evento en él. Se suceden en él eventos de firmas de lujo, cenas de congresos e incluso recientemente un mercadillo de moda de diseño contemporáneo. La web de la Catedral recoge noticia de los últimos eventos e incluso anima a quien la consulta a celebrar lo que quiera en el claustro, aunque no recoge las tarifas, por lo que es de imaginar que no serán baratas. Viene a la memoria aquel capítulo de los Evangelios en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo de Jerusalén al grito de “habéis convertido la casa de mi padre en una cueva de ladrones”.
Recientemente el vecindario de Ujué se ha comenzado a movilizar para que el Arzobispado abra la iglesia de Santa María, un santuario fortaleza medieval visible desde muchos puntos de la Zona Media de Navarra y que sólo se visita cuando al párroco le viene bien. Su restauración, en 2012, costó 5 millones de euros pagados por el Gobierno Foral. Recintos religiosos que deberían abrir gratuitamente al menos cuatro días al año tras la aprobación de la Ley de Derechos Culturales la pasada legislatura, pero que siguen sin poder verse sin antes pasar por caja.
Ujué o las catedrales de Pamplona y Tudela son la parte visible del negocio, pero la diócesis navarra acumula también decenas de inmuebles con valor artístico que deja ir arruinándose para disgusto de los pueblos que los construyeron. Un ejemplo claro es la ermita de Los Remedios, que corona la colina en la que se asienta Sesma. Hace décadas que no tiene ningún culto y de hecho sus accesos están tapiados para evitar que su ruina cause una tragedia. El recinto barroco fue construido en el siglo XVIII a iniciativa y financiación vecinal y las distintas iniciativas del pueblo para darle un uso y restaurarlo se paran siempre en el mismo muro; la negativa de la Iglesia a cederlo. La ruina acabará con las piedras y ladrillos en el suelo, pero serán propiedad de la Iglesia. “Mi reino no es de este mundo”, dijo Jesús. A los que dicen ser sus representantes hoy, parece que este mundo les interesa mucho más que a él.
A los campeones habitualmente se les premia con una copa o una medalla, pero a ellos les dejan carbón. Es una imagen que se repite cada Navidad desde hace más de una década. 4 personas caracterizadas como Olentzero y los 3 Reyes Magos acuden a la puerta del Arzobispado de Pamplona, un edificio barroco en un rincón tranquilo del casco viejo de la ciudad, y dejan un saco de carbón en su puerta. Nadie sale a recogerlo, ni tampoco a saludar a los personajes que la tradición popular creó para alegrar la fiesta cristiana a los más pequeños.
Quienes organizan esta particular adoración son quienes en 2007 fundaron la Plataforma en Defensa del Patrimonio Navarro, un colectivo pionero en España en la denuncia de la apropiación por parte de la Iglesia Católica de patrimonio artístico con fines de culto religioso, pero también de centenares de inmuebles sin ninguna posibilidad de ser “la casa de Dios”, como la Iglesia considera a sus templos.