Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
Espacio público, el lugar de lo diverso
En mi familia, relatan el asombro que produjo en mi pueblo, allá por los años cincuenta del siglo pasado, que un tío mío se casara con una portuguesa de origen brasileño. Los muetes salían a la calle a para ver a tan mestiza pareja.
Hoy en día, en cualquier localidad de nuestro entorno, la población inmigrada puede suponer más del 15% del total. Podemos encontrarnos, en un pueblo de 3.000 habitantes, a personas provenientes de más de 30 nacionalidades diferentes que profesan hasta cuatro religiones distintas: católica, evangelista, ortodoxa y musulmana. Jóvenes y niños inmigrantes ocupan las aulas y las calles, dado que casi la mitad de la población inmigrada tiene menos de 35 años. La inmigración ha propiciado una dinámica demográfica que ha transformado nuestras comunidades locales.
Las comunidades locales, nuestros pueblos, siempre han sido plurales, diversos y desiguales. Siempre ha habido bolsas de marginación y/o exclusión. Recordemos la postguerra. El fenómeno migratorio introduce el factor cultural o étnico a la diversidad local. Que, muchas veces, lleva aparejado el de la pobreza y vulnerabilidad social. No olvidemos que las condiciones de pobreza son las que han motivado el proceso migratorio.
Nuestros pueblos, se presentan complejos, con nuevas pautas e imágenes sociales. Unos cambios que hacen que la convivencia social puede tensionarse. Y ligado a ello, pueden surgir problemáticas tales conflicto por el uso de espacios y servicios públicos; ausencia de relaciones entre grupos; falta de solidaridad vecinal o expresiones de xenofobia
Es por ello, por lo que se debe intervenir; de forma comunitaria, de manera vecinal, desde el liderazgo público. Es preciso contemplar el municipio, como espacio comunitario local; como vector influyente para la convivencia y resolución de conflictos. Para ello, hay que tratar de identificar y entender las nuevas relaciones ciudadanas y grupales que se establecen en la comunidad local; en sus espacios públicos o privados. En una comunidad local se desarrollan muchas y variadas acciones sociales en diversos ámbitos: laborales, de ocio, creativas, educativas, deportivas… Todas ellas generan dinámicas sociales. Hay que atravesar esas retículas sociales desde un enfoque intercultural. En la cotidianeidad del día a día.
Desde los poderes locales y con el acompañamiento de las asociaciones cívicas se debe trabajar en proyectos comunitarios; en iniciativas que favorezcan las relaciones colaborativas. Que fomenten la comunicación entre colectivos sociales y culturales diferenciados. Que favorezcan las relaciones, la creación de espacios compartidos.
Hay valores sociales positivos comunes que se deben potenciar. Por ejemplo, el uso de alcohol o drogas en edades tempranas está socialmente penalizado por todas las culturas, sin distinción. Por lo que puede desarrollarse una buena campaña intercultural de Salud Pública.
No es tarea fácil; pero no podemos quedar parados. Se trata de gestionar comunitariamente la diversidad con el fin de prevenir procesos de intolerancia. Para ello, qué mejor manera que recuperar el espacio público para todos y todas. Propiciar señales tan sencillas o humanas como saludar a aquellos que te encuentras frecuentemente en tu pueblo o barrio. Organizar encuentros gastronómicos; cuentacuentos; relatos... desde diversas experiencias culturales.
No se trata de perseguir lo imposible; no se trata de caer en un exceso de buenas intenciones. La sociedad, por naturaleza, es conflictual. Además, hay que ser conscientes de que el reto es global, aunque los fenómenos se materialicen en lo local. Se trata de construir ciudadanía con todas las contradicciones que provoca el reconocer al otro; comprender al que no es como nosotros, desde un proceso bidireccional. Se hace necesario salir de nuestra zona de confort cultural. El ensimismamiento social, reforzarnos en nuestra identidad, no conduce sino a la esterilidad y con frecuencia a la frustración. De ahí, a la hostilidad hay un paso.
En mi familia, relatan el asombro que produjo en mi pueblo, allá por los años cincuenta del siglo pasado, que un tío mío se casara con una portuguesa de origen brasileño. Los muetes salían a la calle a para ver a tan mestiza pareja.
Hoy en día, en cualquier localidad de nuestro entorno, la población inmigrada puede suponer más del 15% del total. Podemos encontrarnos, en un pueblo de 3.000 habitantes, a personas provenientes de más de 30 nacionalidades diferentes que profesan hasta cuatro religiones distintas: católica, evangelista, ortodoxa y musulmana. Jóvenes y niños inmigrantes ocupan las aulas y las calles, dado que casi la mitad de la población inmigrada tiene menos de 35 años. La inmigración ha propiciado una dinámica demográfica que ha transformado nuestras comunidades locales.