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Seguimos demandando el pan y las rosas

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En marzo de 1912 culminaba una de las primeras victorias del movimiento obrero en Estados Unidos, la huelga conocida como “Pan y Rosas”. La industria textil empleaba a mujeres, muchas de ellas menores de 18 años. Una de sus principales reivindicaciones era conquistar el pan, que simbolizaba los derechos laborales, y las rosas, como símbolo de la mejora de las condiciones de vida. El comité de huelga instalo guarderías y comedores comunitarios para las hijas e hijos de las obreras, facilitando así su participación. Además, se realizaban reuniones solo de mujeres, ya que también era necesario combatir el machismo entre los obreros. 

Su victoria no sólo se limitó a sus demandas, sino que también visibilizó el papel clave de las mujeres en la historia de sus países y sus entornos para ocupar el espacio que les corresponde en una sociedad democrática. 

Más de un siglo después, el 8 de marzo de 2018, vivimos una de las mayores movilizaciones feministas de la cuarta ola, con una huelga que tenía unas características que no se habían dado hasta ese momento, además de laboral era también de cuidados, era internacional y el llamamiento iba dirigido a las mujeres, el 51% de la población. En el fondo, también buscaba, como la huelga de “Pan y Rosas”, colocar las demandas feministas en el centro de las políticas y alcanzar una vida libre de violencias contra las mujeres, una vida digna de ser vivida. Y hacer ver que si nosotras paramos se para el mundo.

Entre ambas fechas se ha desarrollado un conocimiento científico social de género en el ámbito universitario y en el de la investigación. También una importante normativa en materia de igualdad, con estructuras para materializarla, como los organismos de igualdad, y unos recursos para ejecutarla y conseguir materializar los derechos humanos de las mujeres que en ella se recogen.

Es evidente que hemos avanzado, pero todavía no hemos alcanzado una igualdad real y efectiva en nuestra sociedad, nos enfrentamos diariamente con otros obstáculos más sutiles y menos evidentes. Además, la crisis sanitaria, económica y social que estamos viviendo debido a la pandemia COVID-19 está teniendo consecuencias más duras para las mujeres, tal y como lo reflejan los datos de violencia contra las mujeres y la crisis de los cuidados. Esto es así porque seguimos viviendo en una sociedad estructural desigual para las mujeres que se agrava en situaciones como en la que nos encontramos. 

Y frente a ello, contamos con los beneficios que las políticas públicas de igualdad han aportado a la vida de las mujeres y a la ciudadanía en general en los últimos años. La única manera de poder superar determinados comportamientos y las brechas de género persistentes es seguir apostando por unas políticas feministas que han logrado ese marco normativo y de conocimiento, que siguen consolidando esas estructuras y recursos para transversalizar la igualdad en todos los ámbitos. 

Unas políticas que buscan garantizar la presencia de las mujeres en todos los espacios, tanto públicos como privados, en condiciones de igualdad con los hombres, y que trabajan para que puedan llegar a vivir una vida libre de violencias. 

Es por todo ello que este 8 de marzo, más en unos momentos tan difíciles, con una guerra en Europa que, como todas, no hará más que empeorar y exponer a las mujeres ucranianas a un grado mayor de violencia, con unas consecuencias para todas que aún desconocemos, seguimos trabajando en las políticas públicas desde una perspectiva de género feminista. Y lo hacemos para lograr una nueva transformación política, social y económica que acabe con un sistema patriarcal, androcéntrico y capitalista, que sigue colocando a las mujeres en las situaciones de vulnerabilidad y discriminación.

Porque el feminismo es la única corriente de pensamiento crítica que tiene el potencial de cambiar no sólo la vida de las mujeres, sino la de crear un mundo mejor, como dijo Carmen Alborch precisamente en octubre de 2018, “el feminismo, como ha mejorado la calidad de vida de todos los ciudadanos y ciudadanas, debería ser declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”.

En marzo de 1912 culminaba una de las primeras victorias del movimiento obrero en Estados Unidos, la huelga conocida como “Pan y Rosas”. La industria textil empleaba a mujeres, muchas de ellas menores de 18 años. Una de sus principales reivindicaciones era conquistar el pan, que simbolizaba los derechos laborales, y las rosas, como símbolo de la mejora de las condiciones de vida. El comité de huelga instalo guarderías y comedores comunitarios para las hijas e hijos de las obreras, facilitando así su participación. Además, se realizaban reuniones solo de mujeres, ya que también era necesario combatir el machismo entre los obreros. 

Su victoria no sólo se limitó a sus demandas, sino que también visibilizó el papel clave de las mujeres en la historia de sus países y sus entornos para ocupar el espacio que les corresponde en una sociedad democrática.