Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.
Por qué no comer carne es más sostenible (pero no solucionará el problema del efecto invernadero)
Malas noticias para los más carnívoros: Alemania puso encima de la mesa la posibilidad de elevar el IVA de la carne, dedicando el dinero recaudado al bienestar animal y el medioambiente. Friedrich Ostendorff, portavoz parlamentario de Los Verdes para política agraria, proponía en una columna de opinión del diario ‘Welt’ que los productos cárnicos no gozaran de IVA reducido, pasando así del 7 al 19%. La idea era bien acogida por los grupos ecologistas y otros políticos que incluso llegaban a valorar la opción de un impuesto específico a la carne similar de las emisiones de CO2.
¿Pérdida de competitividad del sector? ¿Una piedra en el zapato más para los más desfavorecidos? Y una pregunta en el aire: ¿cómo de sostenible es consumir esa carne que metemos en el carrito de la compra sin pensárnoslo dos veces?
La producción industrial e intensiva de carne es una de las principales causas del calentamiento global del planeta. El estudio The global impacts of food production, elaborado por científicos de la Universidad de Oxford y publicado el pasado año para la revista Science no deja lugar a dudas: un 25% de las emisiones anuales de gases de efecto invernadero provienen del sector de la alimentación.
De ese 25%, más de la mitad se corresponde a la generación de productos de origen animal, destacando la importancia de la ternera y el cordero. Así, reduciendo el consumo de carne y lácteos, lograríamos bajar un 66% la huella de carbono de nuestra dieta. La idea es clara: consumir menos carne y derivados es beneficioso para el planeta.
Pero, ¿por qué la producción de ese delicioso filete es ya la segunda causa de generación de gases de efecto invernadero, solo por detrás del transporte? Es momento de volver la vista de nuevo a esa plancheta con piezas cárnicas en su interior. La de la carne es una industria voraz. Tras ella encontraremos la deforestación de bosques y selvas para la producción de piensos y forrajes. En cifras, un 10% del terreno agrícola del planeta está destinado a pastos y otro 10% está destinado a la producción de piensos
Esta producción masiva de alimentos para alimentar a los animales que tarde o temprano irán a nuestra mesa conlleva también la pérdida de la diversidad, que se ve agravada por el uso de fertilizantes y plaguicidas para aumentar y sostener la producción de alimento.
La producción de carne sigue generando gases de efecto invernadero, como el metano procedente del proceso digestivo de los rumiantes o el N2O que almacenamiento y elaboración de estiércol produce. Finalmente, la elaboración y transporte de productos de la carne sigue generando gases como el CO2 procedente de ese camión que ha trasladado la vaca del corral al matadero, del matadero al almacén para ir al distribuidor y finalmente al supermercado.
No es solo el filete que te espera en el plato. Es momento de ver con perspectiva el problema del consumo de carne al año atendiendo a las cifras: países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda o Argentina superan los 100 kilogramos de carne por persona y año. En Alemania, el consumo es de 60 kilogramos de productos cárnicos en promedio y en España de 33,8/persona y año.
Tan importante como reducir el consumo de carne es potenciar el consumo de productos de proximidad y de temporada, de modo que minimicemos el impacto del transporte. Y es que a pesar del enorme volumen de gases contaminantes generados por la industria cárnica, la huella de carbono de un filete podría ser menor que la de una naranja importada desde China.
Porque no podemos obviar algo: la generación de energía y el transporte son por abrumadora mayoría los sectores que mayores emisiones de gases de efecto invernadero generan, por lo que aunque el consumo de carne y las dietas “globalizadas” tienen su peso específico en el problema, no constituyen la estrategia más eficaz para frenar el efecto invernadero. Entramos aquí en terrenos tan pantanosos como aquellos en los que un día murieron plantas y animales para que, un millón de años después, se transformaran en petróleo, el oro negro que mueve el mundo: explotación de recursos, gepolítica y la hegemonía económica a escala planetaria aparecen en la escena.
Si bien es cierto que el afán disuasorio es moderadamente efectivo, especialmente entre los que menos tienen, cargar sobre los hombros del consumidor el peso del IVA a la carne no parece la mejor solución al problema ambiental. Eso sí, la concienciación y el cambio de hábitos pueden ser el principio de un cambio que vaya imprimiéndose en el carácter de la sociedad, hasta llegar más arriba, donde se manejan los hilos.
Malas noticias para los más carnívoros: Alemania puso encima de la mesa la posibilidad de elevar el IVA de la carne, dedicando el dinero recaudado al bienestar animal y el medioambiente. Friedrich Ostendorff, portavoz parlamentario de Los Verdes para política agraria, proponía en una columna de opinión del diario ‘Welt’ que los productos cárnicos no gozaran de IVA reducido, pasando así del 7 al 19%. La idea era bien acogida por los grupos ecologistas y otros políticos que incluso llegaban a valorar la opción de un impuesto específico a la carne similar de las emisiones de CO2.
¿Pérdida de competitividad del sector? ¿Una piedra en el zapato más para los más desfavorecidos? Y una pregunta en el aire: ¿cómo de sostenible es consumir esa carne que metemos en el carrito de la compra sin pensárnoslo dos veces?